miércoles, 28 de noviembre de 2012

Cuento erótico: TESTIGO AL VOLANTE

                                                    
Al principio no fue más que un juego. Uno más de esos ardides que solían usar cuando sentían que la inercia se apoderaba de su relación. De inmediato buscaban una manera de volver a hacer del sexo algo emocionante o peligroso.

Siempre les daba resultado. Y esa vez también resultó, pero luego ya no les fue posible librarse de ello. Se les convirtió en una adicción.

Todo comenzó una mañana que viajaban por la carretera rumbo a Puerto La Cruz, a embarcarse en el ferry hacia la isla de Margarita, donde pasarían quince días de vacaciones. Era un día de semana, y no había ningún puente cerca, así que la vía estaba prácticamente desierta.

Sarah fue la primera en verbalizarlo, aunque ya a Héctor la pregunta le había pasado por la cabeza. Ante la perspectiva de pasar esas dos semanas juntos, volvía a acometerlos el temor de que el sexo pudiera volverse aburrido o insípido. Vivían aterrorizados con esa posibilidad.

Se conocieron en una reunión de amigos y esa misma noche tuvieron sexo encerrados en el único baño de aquella casa, mientras otros invitados esperaban su turno para usarlo. Esa emoción había marcado su comienzo y hacían constantes esfuerzos por no dejarla morir, por miedo a que la relación se resintiera.

−¿Que tal si le ponemos un poco de sal a este viaje tan tedioso? −propuso ella, adoptando una postura provocativa y mirando de soslayo hacia la entrepierna del hombre.

Era la primera vez que viajaban juntos por carretera. Aunque tenían más de un año de relación, nunca antes habían salido fuera de Caracas. Los lances sobre ruedas no habían pasado de alguna que otra sesión de sexo oral durante una tranca en la autopista. 
−¿No será demasiado peligroso? −se resistió él−. Podría excitarme tanto que perdiera el control del volante.

No hablaba en serio. Aquella reticencia formaba parte de un juego que ya tenían establecido y que funcionaba casi siempre de forma similar. Uno proponía la aventura y el otro debía poner los inconvenientes sobre la mesa, para que la evidencia del peligro subiera la temperatura del momento.

−Bueno, cariño, parte de la emoción reside en eso, tienes que disfrutar sin darte el lujo de perder el control totalmente. ¿No te crees capaz de hacerlo? Si quieres puedo manejar yo.

También el desafío formaba parte de la puesta en escena y claro, Héctor hizo lo esperado.

−Por supuesto que soy capaz, preciosa. Ven acá, acércate para demostrártelo.

Pero Sarah tenía otra cosa en mente. Por el contrario, se alejó más aún de él, y recostándose a la puerta de la camioneta, comenzó a desvestirse lentamente. Héctor la miraba, dividiendo su atención entre la vía, el espejo retrovisor y el pecho de su novia, cuyos redondos senos nunca dejaban de sorprenderlo por su belleza y voluptuosidad. Ella, después de descubrírselos, comenzó a acariciárselos suavemente con las yemas de los dedos y él a cada ojeada percibía cómo los pezones se le iban endureciendo más y más….

 −Ven acá, muñeca, pónmelos aquí cerquita, junto a la boca −le rogó.

Sarah fingió no escucharlo y levantando las caderas del asiento, comenzó a quitarse la falda. Mientras con una mano seguía acariciándose los senos, deslizó la otra bajo el elástico de la mínima pantaleta de encaje negro y comenzó a mover los dedos en el interior, mientras gemía. 

Cuando vio que Héctor ya estaba fuera de sí, se incorporó y se despojó por completo de la pantaleta. Totalmente desnuda, se puso de rodillas sobre el asiento y comenzó a avanzar muy lentamente. La mano derecha de él abandonó el volante y se introdujo entre las piernas de la mujer, mientras un seno de ella se acercaba a su cara.

Héctor sacó la lengua y con ella alcanzó el pezón erecto, que se estremeció con contacto, tensándose más aún. Sus dedos empapados se movían por el sexo de la mujer, que gemía quedamente, mientras su mano le bajaba lentamente el cierre del pantalón.

Fue entonces cuando lo vieron. Iba en otra camioneta paralela a ellos y no dejaba de observar los pechos de Sarah, perfectamente ubicados en su campo visual.

Héctor intentó abandonar el juego al notarlo, pero ella se lo impidió.

−Vamos a seguir −le susurró−, me excita demasiado que me esté mirando.

No mentía, pero tampoco estaba diciendo toda la verdad. Mientras que Héctor sólo alcanzaba a ver la cara del hombre, ella, por la altura a la que se encontraba, podía ver que éste se había bajado también el cierre del pantalón y se masturbaba ante sus desconcertados ojos, que ya no podían apartarse de su impresionante miembro.

Sin dejar de mirarlo se puso a horcajadas sobre Héctor y se ensartó por completo en su pene ya completamente fuera del pantalón. Él mantuvo a duras penas la dirección del vehículo mientras se asombraba del furor con que su novia saltaba sobre él, más enardecida de lo que nunca antes la había visto. La consciencia de que otro hombre la observaba y que era él quien estaba disfrutándola, lo excitaba de un modo inimaginable.

Al unísono ambos alcanzaron un intenso orgasmo, mientras ella constataba, triunfal, que también su vecino hacía lo propio desde su camioneta, sin dejar de mirarla.

No volvieron a mencionar el incidente en el resto del viaje, pero cuando ya en el hotel intentaron volver a hacer el amor, no pudieron. Sencillamente, no lograban excitarse. Algo les faltaba. Se miraron y sin palabras ambos comprendieron. Habían cruzado una peligrosa línea y ahora ya nunca las cosas volverían a ser como antes.

Ahora viven prácticamente en la carretera. Pero no es fácil lograr una situación tan propicia como la que se dio aquel día sin planificarla. En los autos vecinos no siempre viajan hombres solos, y si este requisito está presente, tampoco es garantía de que la cosa resulte. El tipo puede ir manejando entretenido y ni siquiera percatarse de lo que sucede en el vehículo de al lado.

O también puede darse el caso de que sí lo note, pero que no capte la incitación y acelere, por temor a estar importunando. Y si Sarah en un arranque de desesperación llega a hacerle un guiño incitante, igual a veces también escapa, por temor a una escena de celos o simplemente por timidez.


Son muchas las veces que regresan a casa de madrugada, desalentados, e intentan hacer el amor viendo una película porno, que se desarrolle en algún vehículo, o en la que alguien contemple a otros mientras hacen el sexo. Pero si en ocasiones lo logran, se les antoja algo aburrido, insípido, comparado con la inquietante emoción de tener un testigo observándolos desde el automóvil vecino.



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viernes, 23 de noviembre de 2012

Entrando en aguas profundas (Escena de BISEXUAL)

Aqui un nuevo fragmento de Bisexual, esta vez ya les voy dando un atisbo de cuan retorcida puede ser la novela. Después de esta escena, tal vez a unos les interese más leer la novela y otros puede que la descarten. De cualquier manera, aquí se las dejo... 

      La situación podría ser perfecta, pero hay algo raro en el ambiente. Tienen toda la noche, podrán hacer el amor las veces que quieran, sin presiones; pero no consiguen relajarse. La amenaza de la llamada de Enrique, que puede ocurrir en cualquier momento, pende sobre sus cabezas y no les permite estar completamente en paz. 
Y como el único modo que conocen para liberar tensiones es el sexo, eso es lo que hacen. En todas las posturas y maneras posibles, con sólo breves intervalos entre una y otra vez, sólo para recuperar las fuerzas. El timbre del teléfono los interrumpe, al fin, en plena faena. Marcos está apoyado en la pared y Elena acuclillada entre sus piernas, de espaldas y con su miembro firmemente ensartado entre las nalgas.
Sin hablar ni mirarse, ambos deciden no interrumpir el acto. Él toma el teléfono de la mesa de noche y comienza a hablar, mientras su otra mano aún aferra la cadera de la mujer, controlando sus movimientos. Ella sigue deslizándose al mismo ritmo todavía un poco más, en un ingenuo intento por continuar conectada a su placer e ignorar lo que está escuchando.
Pero eso es imposible. Lo más terrible no es lo que hablan, que no tiene nada de relevante. Se trata de la voz de Marcos, que en ese momento no es la voz de Marcos. El timbre, el tono, las inflexiones, todo en ella se transforma al hablar con Enrique. Ese hombre que habla tan pausadamente, escogiendo cuidadosamente cada palabra, y con ese leve temblor en la voz, no es el Marcos que ella conoce. Es el Marcos de Enrique.
Pronto comprende que no sólo su voz resulta diferente. Es todo él. Ni siquiera ese miembro –que ya bastante flácido, aún entra y sale de su interior– es el de su Marcos. ¡Está haciendo el amor con el Marcos de Enrique! Por primera vez desde el comienzo de esa historia experimenta la clara sensación de estar apropiándose de algo ajeno.
Nada más esa idea roza su cerebro, su excitación se dispara al máximo. Comienza a moverse frenéticamente y de inmediato siente como el pene del hombre comienza a recuperar su firmeza habitual. Para cuando lo escucha decir, como de lejos, «chao, mi amor», es el mismo de siempre, y ella no sólo se mueve, sino que prácticamente está saltando sobre él, cuyas manos ya no logran imponerle control a sus desbocadas caderas.
Se queda entonces muy quieto, viendo las nalgas de Elena golpear contra su pelvis, desparramándose sobre ella con cada impacto. Cuando por la espasmódica vibración de su cuerpo, comprende que está alcanzando el clímax, se aferra con ambas manos a su cintura, y se clava profundamente en su interior. Vuelve a quedarse inmóvil, mientras siente sus entrañas derramarse totalmente dentro de ella.  


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lunes, 19 de noviembre de 2012

Relato erótico: CUESTIÓN DE SABORES


Son muchos los mitos que buscan los turistas al visitar el Caribe. Algunos, como en este caso, podrían resultar ciertos.  


-Yo quiero uno bien grande y bien oscuro- escucha Daniel, justo detrás de él. Al voltearse con disimulo, alcanza a ver a la chica rubia relamerse los labios con evidente gula. 

¿Será que no escuchó bien? Se fija entonces en la amiga, y ve que le devuelve un guiño pícaro. No, no se equivocó.

Hace un rato, cuando las vio en el embarcadero de Puerto Colombia, tomando la misma lancha que él en dirección a Chuao, pensó que quizás podría servirles de guía allá y ganarse unos dólares fáciles. Pero lo que acaba de ver y escuchar es mucho más prometedor. 

Sabe que todas las extranjeras que llegan a las costas de Aragua traen atravesada entre ceja y ceja la imagen de un negro superdotado que les brindará placeres inimaginables. Pero suelen ser más sutiles. Estas dos están buscando guerra de frente y él va a estar encantado de proporcionársela.

Se las queda mirando, sin mucho disimulo. La rubia no es tan bonita de cara, pero tiene un cuerpo que le envidiaría cualquier modelo. Y sus buenas tetas, que parecen querer salirse del sostén del traje de baño y que rebotan a cada salto del mar. La otra, de pelo negro y corto, es más menudita, pero con esa boca que tan amplia, de labios gruesos y a la vez flexibles, debe ser un portento mamando. 

Ya está empezando a excitarse, cuando ve que ellas reparan en él. Les sonríe, enigmático. 

 -Yo sé donde hay de lo que ustedes buscan –anuncia–. Si quieren, las llevo.

Las dos chicas intercambian una mirada interrogativa, como dudando. 

–A nosotras ya nos dijeron cómo encontrarlo –le explica la rubia, muy seria–. Tenemos que tomar el bus y cuando lleguemos al pueblito, preguntamos…

 –Donde yo digo, es más cerca, podemos ir a pie –improvisa Daniel, temiendo perder semejante oportunidad–. Y así podrán ver de cerca las plantaciones de cacao –añade, buscando beneficiarse del filón turístico del lugar. 

 –Ah, ya –salta la otra chica–. Tú hablas  de algo más… natural, ¿no? 

Daniel asiente, sonriendo. La cosa marcha a pedir de boca. Le asombra un poco que se refieran con tanto desenfado a algo tan subido de tono, pero son europeas y ellas suelen ser más desprejuiciadas. Definitivamente, hoy es su día de suerte. 

–¿Y podremos agarrar directamente la fruta? –Inquiere la rubia, poniendo una cara de inocencia que dispara en Daniel una fuerte erección–. ¿No es… ilegal? Yo prefería pagar…

–¿Para qué? –la ataja él–. Conmigo les va a salir gratis. Y tranquilas, que en estas tierras lo prohibido no es obstáculo para nada. 

 Ya están entrando en la amplia bahía. Desembarcan y una vez en tierra firme, Daniel arranca a caminar, con las chicas pisándole los talones.

 Mientras avanzan por una calle que asciende entre pintorescas casitas de diversos colores, da rienda suelta a su imaginación. Con lo abiertas que son esas mujeres, tal vez hasta se presten a jugar entre los tres. Ya está viendo la escena. La rubia está en cuatro y él desde atrás la penetra con fuerza, mientras aferra con sus manos las generosas nalgas y la escucha chillar de placer con cada arremetida. La otra chica, entretanto, besa a su amiga en la boca y le soba las tetas. En otra variante se ve echado en el piso, con los labios divinos de la chiquita subiendo y bajando por su pene, mientras la rubia, inclinada sobre su cara, le restriega sus erectos pezones por las mejillas. 

Las casas van espaciándose, hasta que se ven totalmente rodeados de vegetación. Las muchachas avanzan encantadas por esa especie de túnel vegetal, donde solo se oye el zumbar del viento entre las hojas. Daniel se detiene y les indica que lo sigan por un sendero medio oculto entre las matas. 

Ellas, luego de mirarse, dudosas, obedecen. Caminan un trecho entre plantas de cacao hasta llegar a un pequeño claro, desde donde no se divisa la carretera.

–Es aquí –Daniel se detiene y las mira, provocativo–. Y ahora… ustedes dirán.

–Pero yo no veo ninguna fruta por aquí –dice la rubia, mirando las matas que los rodean.

Daniel sonríe, lleva sus manos a la cintura del short y se lo baja hasta las rodillas. Su miembro, de considerable tamaño, se yergue vigoroso ante los ojos atónitos de las mujeres.  

–Pero… ¿qué haces? –al fin logra articular la bajita. 

–Aquí tienen la fruta que buscaban –anuncia él, sospechando que ahora van a hacerse las inocentes–.  ¿Qué, no les gusta? ¿No es lo suficientemente grande, o negra? 

La rubia se ve confundida, pero la otra da un paso atrás y mira de arriba abajo al negrito flaco que está parado ante ella, con su pene oscuro y no se puede negar, monumental, bien erecto entre las piernas. De un golpe lo ve todo y rompe en una carcajada tan fuerte, que hace estremecer las hojas de las matas alrededor. 

Daniel no entiende nada. ¿Están locas esas mujeres? ¿Qué les pasa ahora?

–Grande es, lo admito –dice ella, cuando logra dejar de reír–. Y bastante negro también, pero para nuestras expectativas, le va a faltar un poco de dulce…
 
Daniel sigue con cara de desconcierto, pero la rubia al fin comprende, y entre risas, le explica:

-Mira, nosotras lo que buscamos es chocolate, nos dijeron que aquí hacían el mejor…

Daniel no lo puede creer. Ha hecho el mayor ridículo de su vida. ¿Cómo pudo confundirse así? Avergonzado, se inclina para subirse el short. La chiquita lo detiene con un gesto.

-Aunque ya que estamos aquí, podríamos probar un poco de cacao amargo, ¿no crees, Dolores?

La aludida pone otra vez la cara de boba y mira a su alrededor, como si pensara…

-Bueno –admite–. Pero luego nos llevas a buscar chocolate. No podemos volver sin él…

A Daniel el alma le vuelve al cuerpo. Y su pene, que del susto había decrecido, vuelve a erguirse. Piensa que después de todo sigue siendo su día de suerte, mientras ve como ambas chicas se colocan una frente a la otra delante de él, y unen sus bocas en un largo y apasionado beso. 

Alelado, contempla como al separarse ambas echan rodilla en tierra y dos cabezas, una rubia y otra morena se inclinan al unísono sobre su entrepierna. 


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viernes, 16 de noviembre de 2012

Una novia muy aplicada (Fragmento de BISEXUAL)


¿Recuerdas tu primera experiencia sexual? Conoce como fue la de mi protagonista en este fragmento de "Bisexual".


Cuando conoció a Sergio, Elena no tenía ninguna experiencia sexual. Nunca le habían llamado la atención los muchachos de su edad. Tuvieron, además, un noviazgo muy tradicional, y hasta el día de su matrimonio nada más se habían besado. Era virgen y no sólo porque su himen no estuviera desgarrado. Jamás se había permitido tener pensamientos relacionados con el sexo. No le interesaba, o para ser más exactos, lo rechazaba, y ahí, por supuesto, estaba claramente impresa la huella del juicio materno. En los libros, se saltaba todas las partes que fueran nada más ligeramente eróticas; en las películas, se tapaba los ojos para no verlas.
Al mudarse con Julia, ésta se asombró de la proverbial mojigatería de su hermana, y tras algunos inútiles intentos por redimirla, renunció al asunto. Cuando Elena iba a casarse, se sintió en la obligación de darle alguna información sobre sexo, y se encontró con que ella ya la tenía toda, teóricamente. ¡Había estado leyendo un tratado de Educación Sexual! La dejó tranquila, aunque con el total convencimiento de que su querida hermanita tendría muchos problemas al enfrentarse por primera vez al lecho nupcial.
Cuando en el hotel, por primera vez Sergio se desnudó frente a ella, Elena no cerró los ojos. Había visto los órganos masculinos en los dibujos de los libros y tenía mucha curiosidad por verlos en la realidad. El de su marido le pareció hermosísimo.
Cuando alargó la mano para tocarlo, lo sintió estremecerse y vio que unas pequeñas gotas brotaban de su punta. Siguiendo un impulso totalmente involuntario, acercó su rostro y las lamió.
Sergio entonces retuvo su cabeza allí y con dulzura, le pidió que chupara un poco más. Ella obedeció y siguiendo sólo algunas breves indicaciones, continuó haciéndolo, de manera algo torpe, pero sin duda muy efectiva. Al sentir por sorpresa aquel líquido baboso en su boca, sí estuvo a punto de vomitar, pero pronto comprendió de qué se trataba y se lo tragó sin aspavientos, pasándose incluso la lengua por los labios, para limpiar los restos que quedaban en ellos.
 Una semana después regresaron a la ciudad y Julia quedó sorprendida al observar el notable cambio operado en Elena. No era algo que se pudiera palpar, pero ahí estaba, en el brillo de sus ojos, en su modo de andar más suelto y airoso, en el insinuante movimiento de sus caderas, en el modo en que sus pechos se proyectaban, provocativos, hacia delante... Toda ella resplandecía.
Cuando sorprendió la primera mirada de complicidad entre los recién casados, ya no tuvo ninguna duda. Se acariciaban con los ojos, anticipando el momento en que estarían solos y podrían volver a hacerlo con las manos. Sí, en contra de todos sus pronósticos, aquella luna de miel había sido un éxito rotundo. 

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miércoles, 7 de noviembre de 2012

Relato erótico: LA CHICA DE LA PANTALLA




Desde el mismo instante en que entró en la habitación y la vio, supo que algo andaba mal. En persona, la muchacha era mucho más bonita de lo que él había podido percibir a través de la pantalla de su ordenador portátil. Tenía ante sí, en carne y hueso, aquel cuerpo de piel muy blanca y curvas voluptuosas del que sus ojos ávidos ya habían recorrido cada centímetro a través de la webcam. Los ojos seductores, que solo ahora notaba que eran verdes, miraban a los suyos directamente y los labios rojos y carnosos que tantas veces soñó con morder, estaban allí, a su entera disposición. La situación no podía ser más perfecta, sin embargo, había algo que no encajaba bien.

Se habían encontrado en el chat todas las noches desde hacía un mes. Ella no había querido decirle su nombre y pocas veces hablaban de otro tema que no fuera el sexo. Pero dentro de lo que es posible por ese medio, se entregaba total y absolutamente. No ocultó ni el más recóndito rincón de su cuerpo, no le negó ningún capricho o fantasía. Todo lo que alguna vez imaginó que una mujer podría hacerse a sí misma, ella había accedido a hacerlo, y todavía lo premió con otras travesuras que a él jamás le habían pasado por la mente. Era una bomba sexual, la mujer más deseable que había conocido en su vida. Llegó  a obsesionarse tanto con aquella forma de satisfacción, tan anónima como placentera, que descuidó totalmente su relación con su novia real. Apenas la llamaba, evadía encontrarse con ella y un día que se presentó sin avisar en su apartamento, fingió un fuerte dolor de cabeza para conseguir que se fuera pronto y no descubriera aquel cuerpo desnudo y sinuoso que se movía tras la pantalla de su laptop.  

Entonces la chica de la pantalla, de repente, le propuso que se encontraran. Le dijo que quería que le hiciera todo eso que ella misma había hecho para él y le prometió cosas que nunca se hubiera atrevido a pedirle a una mujer. Solo de escucharla describirlo tuvo una violenta erección y se corrió sin apenas tener que masturbarse. No durmió en toda la noche y ese día apenas logró trabajar, solo anhelando el momento en que se encontraría con ella en el hotel que habían acordado.

Y ahora tenía al alcance de su mano aquellos senos grandes y llenos, de pequeños y rosados pezones, que al ella estimulárselos con los dedos se erguían y despertaban en él un deseo loco de atravesar la pantalla y rodearlos con sus labios. Deslizó los ojos por el vientre liso cuya textura imaginaba tan suave y que siempre deseó recorrer con su boca, siguiendo el leve caminillo de vello que lo surcaba e iba a perderse en el oscuro entramado de su entrepierna. Esa entrepierna en la que, en los momentos cumbres del placer, tantas veces vio hundirse la mano de ella, mientras él hacía lo propio en la suya, detrás de una pantalla, al otro extremo de la ciudad.  

La muchacha estaba allí frente a él, desnuda y anhelante, pero aunque era la misma, a la vez no lo era. Toda aquella osadía que lo había seducido hasta la locura al verla en la pantalla, parecía haberse evaporado. Era el mismo cuerpo, pero parecía que le hubieran mudado el alma. Y esta alma no conseguía provocar en él ni el más mínimo atisbo de excitación. Avergonzado, vio cómo los ojos de la chica contemplaban atónitos su miembro que, totalmente en reposo, colgaba inútil entre sus piernas.

Su orgullo masculino se resintió, él tenía que poder excitarse frente a una bella mujer desnuda, no podía escudarse en el hecho de que ella no fuera más provocativa. Extendió un brazo y con las puntas de los dedos acarició suavemente la aréola de su seno derecho, que en efecto, se irguió de inmediato a la vez que le transmitía el temblor que su solo contacto estaba provocando en el cuerpo de ella. Comprendió que la muchacha sí estaba excitada cuando tomó su otra mano, casi con timidez, y la colocó entre sus piernas, mientras las entreabría para facilitarle el acceso. Él sintió sus dedos hundirse en la tibia humedad que tantas veces imaginó cuando ella, con las piernas abiertas de par en par, le daba una lección de cómo había que tocar el sexo de una mujer para hacerla vibrar de placer. Probó con cerrar los ojos y evocar aquellas imágenes, pero ni eso dio resultado, su cuerpo seguía sin responderle.

De repente, la chica pareció reaccionar y se apartó de golpe.

Esto fue un error –dijo–. Me voy.

Buscó su ropa y comenzó a vestirse. Sin decir palabra, él la vio peinarse frente al espejo y tomar su bolso. Con pesar la vio abrir la puerta y antes de cerrarla, volverse a mirarlo. Fue muy rápido, pero hubiera jurado que un guiño casi imperceptible ocultó por un segundo unos de sus ojos verde esmeralda. No supo cómo interpretarlo, de modo que lo descartó; lo más probable era que lo hubiese imaginado.

Mientras conducía hasta su casa, sentía un enorme vacío en su interior. Pensó en llamar a su novia y tratar de arreglar las cosas con ella, pero tampoco le apetecía. Desde ya estaba seguro de que echaría de menos a la chica caliente de la web más de lo que había añorado a ninguna mujer en su vida. 

Al llegar, notó que su portátil estaba encendido. Así se había quedado desde que la noche anterior, casi de madrugada, lo dejara, loco de emoción, para intentar dormir un poco. El teclado estaba suspendido y movió levemente el ratón, para hacerlo revivir y dar la orden de apagado.

Entonces la vio. Primero pensó que era uno de esos pantallazos con que a veces congelaba su imagen, para contemplarla durante el día y revivir lo que experimentara la noche anterior.

Se quedó mirándola, nostálgico, mientras trataba de buscar en su cuerpo alguna reacción, cuando de pronto la vio moverse. Las manos oprimieron los erectos pezones, que otra vez apuntaban hacia sus labios deseosos y una de las manos se deslizó lentamente por el liso vientre, y se hundió en la oscura sombra de la entrepierna, mientras las anchas caderas iniciaban un movimiento ondulante. Tuvo que apurarse en abrir el cierre de su pantalón antes que la violenta erección desembocara en una prematura lluvia de nieve que incluso salpicó el monitor, yendo a dar justo sobre los labios rojos y carnosos de la chica de la pantalla.



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