Son muchos los mitos que buscan los turistas al visitar el Caribe. Algunos, como en este caso, podrían resultar ciertos.
-Yo quiero uno bien
grande y bien oscuro- escucha Daniel, justo detrás de él. Al voltearse con
disimulo, alcanza a ver a la chica rubia relamerse los labios con evidente gula.
¿Será que no escuchó bien? Se fija entonces en la amiga, y ve que le devuelve
un guiño pícaro. No, no se equivocó.
Hace un rato, cuando
las vio en el embarcadero de Puerto Colombia, tomando la misma lancha que él en
dirección a Chuao, pensó que quizás podría servirles de guía allá y ganarse
unos dólares fáciles. Pero lo que acaba de ver y escuchar es mucho más
prometedor.
Sabe que todas las
extranjeras que llegan a las costas de Aragua traen atravesada entre ceja y
ceja la imagen de un negro superdotado que les brindará placeres inimaginables.
Pero suelen ser más sutiles. Estas dos están buscando guerra de frente y él va
a estar encantado de proporcionársela.
Se las queda
mirando, sin mucho disimulo. La rubia no es tan bonita de cara, pero tiene un
cuerpo que le envidiaría cualquier modelo. Y sus buenas tetas, que parecen
querer salirse del sostén del traje de baño y que rebotan a cada salto del mar.
La otra, de pelo negro y corto, es más menudita, pero con esa boca que tan amplia,
de labios gruesos y a la vez flexibles, debe ser un portento mamando.
Ya está empezando a
excitarse, cuando ve que ellas reparan en él. Les sonríe, enigmático.
-Yo sé donde hay de
lo que ustedes buscan –anuncia–. Si quieren, las llevo.
Las dos chicas intercambian
una mirada interrogativa, como dudando.
–A nosotras ya nos dijeron
cómo encontrarlo –le explica la rubia, muy seria–. Tenemos que tomar el bus y
cuando lleguemos al pueblito, preguntamos…
–Donde yo digo, es
más cerca, podemos ir a pie –improvisa Daniel, temiendo perder semejante
oportunidad–. Y así podrán ver de cerca las plantaciones de cacao –añade,
buscando beneficiarse del filón turístico del lugar.
–Ah, ya –salta la otra
chica–. Tú hablas de algo más… natural,
¿no?
Daniel asiente,
sonriendo. La cosa marcha a pedir de boca. Le asombra un poco que se refieran
con tanto desenfado a algo tan subido de tono, pero son europeas y ellas suelen
ser más desprejuiciadas. Definitivamente, hoy es su día de suerte.
–¿Y podremos
agarrar directamente la fruta? –Inquiere la rubia, poniendo una cara de
inocencia que dispara en Daniel una fuerte erección–. ¿No es… ilegal? Yo
prefería pagar…
–¿Para qué? –la
ataja él–. Conmigo les va a salir gratis. Y tranquilas, que en estas tierras lo
prohibido no es obstáculo para nada.
Ya están entrando
en la amplia bahía. Desembarcan y una vez en tierra firme, Daniel arranca a
caminar, con las chicas pisándole los talones.
Mientras avanzan
por una calle que asciende entre pintorescas casitas de diversos colores, da
rienda suelta a su imaginación. Con lo abiertas que son esas mujeres, tal vez
hasta se presten a jugar entre los tres. Ya está viendo la escena. La rubia
está en cuatro y él desde atrás la penetra con fuerza, mientras aferra con sus
manos las generosas nalgas y la escucha chillar de placer con cada arremetida.
La otra chica, entretanto, besa a su amiga en la boca y le soba las tetas. En
otra variante se ve echado en el piso, con los labios divinos de la chiquita subiendo
y bajando por su pene, mientras la rubia, inclinada sobre su cara, le restriega
sus erectos pezones por las mejillas.
Las casas van espaciándose,
hasta que se ven totalmente rodeados de vegetación. Las muchachas avanzan
encantadas por esa especie de túnel vegetal, donde solo se oye el zumbar del
viento entre las hojas. Daniel se detiene y les indica que lo sigan por un
sendero medio oculto entre las matas.
Ellas, luego de
mirarse, dudosas, obedecen. Caminan un trecho entre plantas de cacao hasta
llegar a un pequeño claro, desde donde no se divisa la carretera.
–Es aquí –Daniel se
detiene y las mira, provocativo–. Y ahora… ustedes dirán.
–Pero yo no veo
ninguna fruta por aquí –dice la rubia, mirando las matas que los rodean.
Daniel sonríe, lleva
sus manos a la cintura del short y se lo baja hasta las rodillas. Su miembro, de
considerable tamaño, se yergue vigoroso ante los ojos atónitos de las mujeres.
–Pero… ¿qué haces?
–al fin logra articular la bajita.
–Aquí tienen la
fruta que buscaban –anuncia él, sospechando que ahora van a hacerse las inocentes–. ¿Qué, no les gusta? ¿No es lo suficientemente
grande, o negra?
La rubia se ve
confundida, pero la otra da un paso atrás y mira de arriba abajo al negrito
flaco que está parado ante ella, con su pene oscuro y no se puede negar,
monumental, bien erecto entre las piernas. De un golpe lo ve todo y rompe en
una carcajada tan fuerte, que hace estremecer las hojas de las matas alrededor.
Daniel no entiende nada. ¿Están locas esas mujeres? ¿Qué les pasa ahora?
–Grande es, lo
admito –dice ella, cuando logra dejar de reír–. Y bastante negro también, pero
para nuestras expectativas, le va a faltar un poco de dulce…
Daniel sigue con
cara de desconcierto, pero la rubia al fin comprende, y entre risas, le explica:
-Mira, nosotras lo
que buscamos es chocolate, nos dijeron que aquí hacían el mejor…
Daniel no lo puede
creer. Ha hecho el mayor ridículo de su vida. ¿Cómo pudo confundirse así?
Avergonzado, se inclina para subirse el short. La chiquita lo detiene con un
gesto.
-Aunque ya que
estamos aquí, podríamos probar un poco de cacao amargo, ¿no crees, Dolores?
La aludida pone otra
vez la cara de boba y mira a su alrededor, como si pensara…
-Bueno –admite–. Pero
luego nos llevas a buscar chocolate. No podemos volver sin él…
A Daniel el alma le
vuelve al cuerpo. Y su pene, que del susto había decrecido, vuelve a erguirse. Piensa
que después de todo sigue siendo su día de suerte, mientras ve como ambas
chicas se colocan una frente a la otra delante de él, y unen sus bocas en un
largo y apasionado beso.
Alelado, contempla como al separarse ambas echan
rodilla en tierra y dos cabezas, una rubia y otra morena se inclinan al unísono
sobre su entrepierna.
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Bueno, el muchacho no podrá quejarse, parte de su sueño se hace realidad (otra cosa es que lo acaben con él) ja,ja,ja,ja,ja
ResponderEliminarPues sí Frank, esperemos que pueda, jaja. Gracias por pasarte por aquí. Un abrazo...
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