jueves, 20 de diciembre de 2012

Cuento erótico: PASE A LA SIGUIENTE CAJA



No tenía por costumbre mirar hacia la cola. Menos aún cuando sabía que tendría que irse y que por esa razón aquellas personas deberían esperar por más tiempo. Se sentía culpable al ver sus caras de fastidio cuando ella colocaba contra el vidrio de la ventanilla el cartel que indicaba que esa caja dejaría de funcionar.

No tenía idea de qué la había hecho mirar justo ese día. Recibió la llamada mientras atendía a un mensajero de esos que hacen un montón de ingresoss y ya la ansiedad se la estaba devorando. Cuando terminó con el hombre y tomó en sus manos la tablilla, un inusual impulso la hizo alzar la vista. Y allí estaba Diego. Era el primero de la larga fila de gente que esperaba su turno.

Probablemente había dejado pasar a varias personas, calculando hasta que le tocara su caja. Pero a Mónica el gerente la había mandado a llamar y ella tenía que irse. Sus muslos estaban mojados desde que escuchara por el teléfono interno la voz de la secretaria, avisándole que él la requería de inmediato.

Siempre que recibía el llamado, tenía que hacer un gran esfuerzo para que el cliente de turno no se percatara de su repentina turbación y también para que los billetes no se escurrieran de sus manos vacilantes. Terminaba la transacción en curso y colocaba el aviso de "caja cerrada". Y casi corría a su encuentro.

Cuando entraba, ya el hombre la estaba esperando junto a la puerta. Pasaba el seguro y la arrimaba a la pared. Ella se colgaba de su cuello, colocaba sus piernas alrededor de sus caderas y cerraba los ojos, mientras él la penetraba con fuerza y sin preámbulo alguno. Nada de besos ni caricias, nunca una palabra ni un gesto de afecto. Pero el goce que le hacía experimentar no era de este mundo.

Todo había comenzado un par de años atrás. El gerente estaba recién llegado y todas sus compañeras comentaban que era guapísimo. La primera vez que Mónica lo vio, tuvo que reconocer que en verdad era muy atractivo, pero en su caso la cosa fue más allá. Cuando sus miradas se encontraron, de inmediato sintió que un extraño pase de corriente se establecía entre ellos y luego una inexplicable inquietud apenas la dejó pegar un ojo esa noche.

Al día siguiente el hombre la mandó a llamar a su despacho. Cuando entró, no lo vio en su escritorio y de inmediato sintió una presencia a su espalda. Ni siquiera le pasó por la mente oponer resistencia cuando unas manos que sabían muy bien lo que hacían desabrocharon su pantalón y lo dejaron rodar por sus muslos que, inexplicablemente, ya comenzaban a humedecerse. La colocó contra la pared y sin contemplación alguna, la penetró desde atrás.

No la besó, ni siquiera en el cuello, a pesar de que podía sentir su aliento tibio en la piel, y sus manos solo la tocaron en el sitio donde aferraron sus caderas para facilitar la penetración. Pero a medida que el hombre se movía en su interior, el placer comenzó a apoderarse de Mónica en oleadas cada vez más fuertes y para cuando lo escuchó jadear cerca de su oído, había alcanzado niveles tan altos que casi creyó perder el sentido.  

Cuando todo acabó, él se apartó, se acomodó la ropa y sin una palabra, se fue a su escritorio. Mónica, aun con las piernas temblorosas por la magnitud del orgasmo, tuvo que reponerse y salir como si nada hubiera pasado.

Después de esa primera vez, la cosa comenzó a repetirse unas dos veces a la semana, aunque siempre variaban los días y las horas, lo que lo hacía bastante impredecible, y por ello, más emocionante. Mónica aprendió a estar preparada. Comenzó a ir a trabajar con falda y cuando recibía el aviso, pasaba por el aseo y se quitaba la ropa interior. Estaba lista.

Nunca supo si sucedía con alguien más de la agencia y tampoco intentó descubrirlo. No amaba a aquel hombre. Jamás se habían visto fuera del banco ni lo echaba de menos en sus vacaciones. Pero él sólo tenía que llamarla y ella acudía sin pensarlo. Hoy era la primera vez que vacilaba. Se preguntó qué sucedería en caso de no ir. Era su último día de trabajo antes de las vacaciones de Navidad y pasaría un par de semanas hasta que nuevamente tuviera oportunidad de estar con él. ¿Y si se molestaba y no la buscaba más?

Eso la preocupaba y no solo por dejar de sentir aquel placer delirante. Aunque no era su motivación esencial, sabía que mientras las cosas siguieran así, su empleo estaba garantizado y también su evolución laboral, aun en aquel ambiente tan competitivo. Había comenzado como operadora telefónica y ya era cajera. Pronto ascendería a promotora de negocios. Y todo eso, a cambio de pasársela tan bien. No, no valía la pena arriesgarse.

El único problema era Diego. Lo amaba y le dolía que aquella relación casi perfecta tuviera que verse empañada por su traición. Él era el hombre de su vida, el que había elegido para ser el padre de sus hijos. Solo faltaba que le pidiera matrimonio. Pero no se decidía. Solía alegar que todavía no estaba listo, que aún tenían que disfrutar más antes de asumir un compromiso tan serio y otros pretextos por el estilo. Ella trataba de no usar esa insatisfacción para aminorar su culpa, pero en cierta forma aquello la compensaba. Así que se tragaba sus remordimientos y seguía con su secreto a cuestas.

¿Qué habría venido a hacer Diego a su banco? Rara vez lo hacía, ni siquiera tenía cuenta allí. Se fijó y le pareció distinguir un cheque en su mano. Seguramente tenía prisa por cobrarlo y aprovechó para saludarla. ¡Qué mala suerte que apareciera justo en ese momento! Porque una cosa era engañarlo a sus espaldas y otra lanzarle en la cara el cartel de caja cerrada e irse a fornicar con su jefe en sus mismas narices. Aunque él no tenía por qué enterarse. En definitiva, ella estaba en su trabajo y bien podía tener una reunión urgente. Pero igual se sentía terrible por hacerlo.

Le quedaban apenas unos segundos para decidirse. A pesar del nerviosismo, no pudo dejar de evocar lo que la esperaba allá adentro, y algo que no era su cerebro terminó de tomar la decisión por ella. ¡Qué diablos! No iba a perderse algo tan bueno nada más por intercambiar unas sonrisas con su novio, mientras contaba su dinero y se lo entregaba. Igual no confesaría haberlo visto y pronto otro cajero lo atendería y se marcharía.

No lo pensó más. Colocó la tablilla contra el vidrio y sin mirar atrás, se esfumó en dirección al baño.

Diego alzó la vista de la revista que leía y notó que la caja de Mónica estaba vacía. “Ni siquiera me vio”, se dijo, encogiéndose de hombros. “Debe ser que aún no es el momento. Tal vez para San Valentín”. Aunque el cajero de al lado estaba llamando al “siguiente”, dio media vuelta y caminó hacia la salida.

Antes de arrugarlo y lanzarlo en una papelera, contempló por última vez el cheque con que había planeado sorprender a su novia esa Navidad. En lugar de su nombre y los números habituales, una frase lo atravesaba de lado a lado: “¿Quieres casarte conmigo?”.


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domingo, 9 de diciembre de 2012

Relato erótico: DIFERENCIA DE EDAD


En medio del calor del entrenamiento, es fácil que suba  la temperatura sexual y la imaginación cabalgue por sobre las máquinas de ejercicio.

Cuando las vio ese día en el gimnasio, entrenando juntas, lo primero que pensó Marcos fue que eran amigas. Era obvio que había una diferencia de edad ─una de ellas era muy joven, no tendría más de 20 años, mientras que la otra estaba entrando en la madurez─, pero no le prestó demasiada atención a ese detalle.

Luego comenzó a intrigarlo el modo en que se trataban una a la otra, a su juicio, demasiado cercano e íntimo para tratarse de una simple amistad. Demasiadas sonrisas, roces y arrumacos, ahí había gato encerrado. Luego vio que la mayor, con expresión de reproche, le acomodaba a la chica el escote de la camiseta deportiva, que se había estirado y mostraba más que lo que era decoroso. Más tarde, cuando se dio cuenta de que él las miraba, puso cara de perro guardián. Sí, ahí tenía que haber algo más.

Las siguió observando, ahora con más disimulo. Las dos estaban en muy buena forma. La madura era inclusive más bonita que la joven, y tenía un cuerpo más voluptuoso, con caderas anchas, cintura estrecha y trasero prominente, si bien no era demasiado pródiga en su parte superior. La más joven tampoco estaba mal, aunque tenía un rostro corriente. Era más delgada y menos curvilínea, excepto por un par de enormes senos que parecían de reciente adquisición y que se empeñaba en mostrar a pesar de los esfuerzos de su compañera por evitarlo. Era obvio que si tenían una relación, la mayor era quien llevaba la voz cantante en ella.  

En un momento en que la chica estaba en un aparato y sudaba a mares, la otra sacó un pañuelo y le secó la cara, con una sonrisa de tanta complacencia, que ya Marcos no tuvo dudas. La más vieja seguramente había seducido a la jovencita con toda su experiencia y la tenía dominada, pero era obvio que a la chica le gustaba coquetear, como a todas las de su edad. De hecho en un momento le pareció que le guiñaba un ojo a espaldas de la otra. Pero a él no le interesaba una simple aventura con una muchacha joven e inexperta, había allí otro filón erótico que lo atraía mucho más.

¿Cómo sería el sexo entre esas dos? Obviamente, la mayor debía ser la que llevara el control y tomara la iniciativa. A partir del momento en que dejó que esa inquietud le entrara en la cabeza, en su mente comenzaron a generarse imágenes donde las veía desnudas y en las posiciones más sugerentes, siempre relacionadas con los ejercicios que estaban haciendo en el momento.

Una de esas fantasías se la sugirió el hecho de que la muchacha usaba una máquina en que permanecía sentada, abriendo y cerrando las piernas. La otra estaba bocabajo en el aparato donde se trabajan los aductores. Mentalmente Marcos las desnudó y acercó, de modo que la cabeza de la mayor se insertaba entre las piernas de la joven ─cuyo rostro, de transfigurado por el esfuerzo del ejercicio pasó a tener una expresión de total éxtasis─, que gemía y abría los muslos de par en par, para luego, siguiendo el movimiento de la máquina, volver a cerrarlos, apretando contra su sexo la cabeza de la otra mujer, cuya lengua se alargaba y recogía al mismo ritmo con que alzaba y estiraba sus piernas en su aparato.

La erección que esa fantasía le produjo obligó a Marcos a buscar una máquina más remota, la única donde quedaba de espaldas al resto de las personas, para esperar que se le pasara, mientras fingía hacer bíceps. Cuando pudo volverse, ya las dos mujeres no estaban allí.

Temió no volver a verlas. Era primera vez que ellas venían al gimnasio del que él era asiduo, sabía que muchas lo hacían solo una vez como prueba y no regresaban. No quería perderlas de vista. Se apuró hacia el vestidor y se cambió de prisa, confiando en que las mujeres son más lentas en arreglarse y cuando estuvo listo, se apostó en la entrada, simulando mirar una cartelera.

Tras esperar un buen rato, en que casi se convenció de que tal vez se hubieran ido con la misma ropa deportiva, vio que salían del vestidor femenino recién bañadas, y tomadas del brazo, intercambiando sonrisas. Mientras ellas se acercaban a la recepción, en su cabeza se dibujó una nueva fantasía.

A esa hora no había mucha gente en el gimnasio, tal vez esas dos habían aprovechado para hacer sus cosas en la ducha y de ahí la demora. Imaginó a la joven desnuda bajo el chorro y a la otra acercándosele de frente, de modo que sus generosas nalgas quedaban en todo su campo visual. La veía llegar hasta la chica y comenzar a sobarle y besarle los pechos mojados, mientras ella echaba para atrás la cabeza, mostrando su placer.

Entonces comprendió que no podía permanecer ajeno y se incorporó a la escena. Se acercó por detrás a la mayor y apretando su sexo contra las poderosas nalgas, la rodeó con sus dos brazos. El derecho lo dirigió hacia arriba, agarrando uno de los pequeños y bien formados senos cuyo pezón sintió duro como piedra, y el otro lo deslizó hacia abajo, hundiendo sus dedos en la tupida maraña que resguardaba su entrepierna. Entonces para su sorpresa, la joven, que le quedaba de frente, se inclinó hacia adelante y le introdujo en la boca su lengua caliente y húmeda, mientras Marcos sentía el trasero de la otra mujer restregarse contra su miembro erecto.

En ese momento oyó algo que lo sacó de golpe de su fantasía. Las dos mujeres ya habían terminado en la recepción y la mayor saludaba a otra como de su edad que acababa de entrar al gimnasio.

─¡Martha! ─oyó decir a la recién llegada─ ¡Cuánto tiempo sin verte!

Ambas mujeres se abrazaron y ya Marcos  comenzaba a imaginar nuevas y fantasiosas ramificaciones, cuando la llamada Martha se separó de la otra y le señaló a su joven compañera.

─Miriam, ven acá, saluda a mi amiga Julia ─se volvió hacia ésta─. ¿Te acuerdas de mi hija, verdad?

La erección, que Marcos estaba tratando otra vez de ocultar, desapareció al instante mientras la tal Julia miraba a la jovencita con admiración.

─Claro, chica, pero mira que pasa el tiempo, si ya es una mujercita…

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miércoles, 28 de noviembre de 2012

Cuento erótico: TESTIGO AL VOLANTE

                                                    
Al principio no fue más que un juego. Uno más de esos ardides que solían usar cuando sentían que la inercia se apoderaba de su relación. De inmediato buscaban una manera de volver a hacer del sexo algo emocionante o peligroso.

Siempre les daba resultado. Y esa vez también resultó, pero luego ya no les fue posible librarse de ello. Se les convirtió en una adicción.

Todo comenzó una mañana que viajaban por la carretera rumbo a Puerto La Cruz, a embarcarse en el ferry hacia la isla de Margarita, donde pasarían quince días de vacaciones. Era un día de semana, y no había ningún puente cerca, así que la vía estaba prácticamente desierta.

Sarah fue la primera en verbalizarlo, aunque ya a Héctor la pregunta le había pasado por la cabeza. Ante la perspectiva de pasar esas dos semanas juntos, volvía a acometerlos el temor de que el sexo pudiera volverse aburrido o insípido. Vivían aterrorizados con esa posibilidad.

Se conocieron en una reunión de amigos y esa misma noche tuvieron sexo encerrados en el único baño de aquella casa, mientras otros invitados esperaban su turno para usarlo. Esa emoción había marcado su comienzo y hacían constantes esfuerzos por no dejarla morir, por miedo a que la relación se resintiera.

−¿Que tal si le ponemos un poco de sal a este viaje tan tedioso? −propuso ella, adoptando una postura provocativa y mirando de soslayo hacia la entrepierna del hombre.

Era la primera vez que viajaban juntos por carretera. Aunque tenían más de un año de relación, nunca antes habían salido fuera de Caracas. Los lances sobre ruedas no habían pasado de alguna que otra sesión de sexo oral durante una tranca en la autopista. 
−¿No será demasiado peligroso? −se resistió él−. Podría excitarme tanto que perdiera el control del volante.

No hablaba en serio. Aquella reticencia formaba parte de un juego que ya tenían establecido y que funcionaba casi siempre de forma similar. Uno proponía la aventura y el otro debía poner los inconvenientes sobre la mesa, para que la evidencia del peligro subiera la temperatura del momento.

−Bueno, cariño, parte de la emoción reside en eso, tienes que disfrutar sin darte el lujo de perder el control totalmente. ¿No te crees capaz de hacerlo? Si quieres puedo manejar yo.

También el desafío formaba parte de la puesta en escena y claro, Héctor hizo lo esperado.

−Por supuesto que soy capaz, preciosa. Ven acá, acércate para demostrártelo.

Pero Sarah tenía otra cosa en mente. Por el contrario, se alejó más aún de él, y recostándose a la puerta de la camioneta, comenzó a desvestirse lentamente. Héctor la miraba, dividiendo su atención entre la vía, el espejo retrovisor y el pecho de su novia, cuyos redondos senos nunca dejaban de sorprenderlo por su belleza y voluptuosidad. Ella, después de descubrírselos, comenzó a acariciárselos suavemente con las yemas de los dedos y él a cada ojeada percibía cómo los pezones se le iban endureciendo más y más….

 −Ven acá, muñeca, pónmelos aquí cerquita, junto a la boca −le rogó.

Sarah fingió no escucharlo y levantando las caderas del asiento, comenzó a quitarse la falda. Mientras con una mano seguía acariciándose los senos, deslizó la otra bajo el elástico de la mínima pantaleta de encaje negro y comenzó a mover los dedos en el interior, mientras gemía. 

Cuando vio que Héctor ya estaba fuera de sí, se incorporó y se despojó por completo de la pantaleta. Totalmente desnuda, se puso de rodillas sobre el asiento y comenzó a avanzar muy lentamente. La mano derecha de él abandonó el volante y se introdujo entre las piernas de la mujer, mientras un seno de ella se acercaba a su cara.

Héctor sacó la lengua y con ella alcanzó el pezón erecto, que se estremeció con contacto, tensándose más aún. Sus dedos empapados se movían por el sexo de la mujer, que gemía quedamente, mientras su mano le bajaba lentamente el cierre del pantalón.

Fue entonces cuando lo vieron. Iba en otra camioneta paralela a ellos y no dejaba de observar los pechos de Sarah, perfectamente ubicados en su campo visual.

Héctor intentó abandonar el juego al notarlo, pero ella se lo impidió.

−Vamos a seguir −le susurró−, me excita demasiado que me esté mirando.

No mentía, pero tampoco estaba diciendo toda la verdad. Mientras que Héctor sólo alcanzaba a ver la cara del hombre, ella, por la altura a la que se encontraba, podía ver que éste se había bajado también el cierre del pantalón y se masturbaba ante sus desconcertados ojos, que ya no podían apartarse de su impresionante miembro.

Sin dejar de mirarlo se puso a horcajadas sobre Héctor y se ensartó por completo en su pene ya completamente fuera del pantalón. Él mantuvo a duras penas la dirección del vehículo mientras se asombraba del furor con que su novia saltaba sobre él, más enardecida de lo que nunca antes la había visto. La consciencia de que otro hombre la observaba y que era él quien estaba disfrutándola, lo excitaba de un modo inimaginable.

Al unísono ambos alcanzaron un intenso orgasmo, mientras ella constataba, triunfal, que también su vecino hacía lo propio desde su camioneta, sin dejar de mirarla.

No volvieron a mencionar el incidente en el resto del viaje, pero cuando ya en el hotel intentaron volver a hacer el amor, no pudieron. Sencillamente, no lograban excitarse. Algo les faltaba. Se miraron y sin palabras ambos comprendieron. Habían cruzado una peligrosa línea y ahora ya nunca las cosas volverían a ser como antes.

Ahora viven prácticamente en la carretera. Pero no es fácil lograr una situación tan propicia como la que se dio aquel día sin planificarla. En los autos vecinos no siempre viajan hombres solos, y si este requisito está presente, tampoco es garantía de que la cosa resulte. El tipo puede ir manejando entretenido y ni siquiera percatarse de lo que sucede en el vehículo de al lado.

O también puede darse el caso de que sí lo note, pero que no capte la incitación y acelere, por temor a estar importunando. Y si Sarah en un arranque de desesperación llega a hacerle un guiño incitante, igual a veces también escapa, por temor a una escena de celos o simplemente por timidez.


Son muchas las veces que regresan a casa de madrugada, desalentados, e intentan hacer el amor viendo una película porno, que se desarrolle en algún vehículo, o en la que alguien contemple a otros mientras hacen el sexo. Pero si en ocasiones lo logran, se les antoja algo aburrido, insípido, comparado con la inquietante emoción de tener un testigo observándolos desde el automóvil vecino.



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viernes, 23 de noviembre de 2012

Entrando en aguas profundas (Escena de BISEXUAL)

Aqui un nuevo fragmento de Bisexual, esta vez ya les voy dando un atisbo de cuan retorcida puede ser la novela. Después de esta escena, tal vez a unos les interese más leer la novela y otros puede que la descarten. De cualquier manera, aquí se las dejo... 

      La situación podría ser perfecta, pero hay algo raro en el ambiente. Tienen toda la noche, podrán hacer el amor las veces que quieran, sin presiones; pero no consiguen relajarse. La amenaza de la llamada de Enrique, que puede ocurrir en cualquier momento, pende sobre sus cabezas y no les permite estar completamente en paz. 
Y como el único modo que conocen para liberar tensiones es el sexo, eso es lo que hacen. En todas las posturas y maneras posibles, con sólo breves intervalos entre una y otra vez, sólo para recuperar las fuerzas. El timbre del teléfono los interrumpe, al fin, en plena faena. Marcos está apoyado en la pared y Elena acuclillada entre sus piernas, de espaldas y con su miembro firmemente ensartado entre las nalgas.
Sin hablar ni mirarse, ambos deciden no interrumpir el acto. Él toma el teléfono de la mesa de noche y comienza a hablar, mientras su otra mano aún aferra la cadera de la mujer, controlando sus movimientos. Ella sigue deslizándose al mismo ritmo todavía un poco más, en un ingenuo intento por continuar conectada a su placer e ignorar lo que está escuchando.
Pero eso es imposible. Lo más terrible no es lo que hablan, que no tiene nada de relevante. Se trata de la voz de Marcos, que en ese momento no es la voz de Marcos. El timbre, el tono, las inflexiones, todo en ella se transforma al hablar con Enrique. Ese hombre que habla tan pausadamente, escogiendo cuidadosamente cada palabra, y con ese leve temblor en la voz, no es el Marcos que ella conoce. Es el Marcos de Enrique.
Pronto comprende que no sólo su voz resulta diferente. Es todo él. Ni siquiera ese miembro –que ya bastante flácido, aún entra y sale de su interior– es el de su Marcos. ¡Está haciendo el amor con el Marcos de Enrique! Por primera vez desde el comienzo de esa historia experimenta la clara sensación de estar apropiándose de algo ajeno.
Nada más esa idea roza su cerebro, su excitación se dispara al máximo. Comienza a moverse frenéticamente y de inmediato siente como el pene del hombre comienza a recuperar su firmeza habitual. Para cuando lo escucha decir, como de lejos, «chao, mi amor», es el mismo de siempre, y ella no sólo se mueve, sino que prácticamente está saltando sobre él, cuyas manos ya no logran imponerle control a sus desbocadas caderas.
Se queda entonces muy quieto, viendo las nalgas de Elena golpear contra su pelvis, desparramándose sobre ella con cada impacto. Cuando por la espasmódica vibración de su cuerpo, comprende que está alcanzando el clímax, se aferra con ambas manos a su cintura, y se clava profundamente en su interior. Vuelve a quedarse inmóvil, mientras siente sus entrañas derramarse totalmente dentro de ella.  


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lunes, 19 de noviembre de 2012

Relato erótico: CUESTIÓN DE SABORES


Son muchos los mitos que buscan los turistas al visitar el Caribe. Algunos, como en este caso, podrían resultar ciertos.  


-Yo quiero uno bien grande y bien oscuro- escucha Daniel, justo detrás de él. Al voltearse con disimulo, alcanza a ver a la chica rubia relamerse los labios con evidente gula. 

¿Será que no escuchó bien? Se fija entonces en la amiga, y ve que le devuelve un guiño pícaro. No, no se equivocó.

Hace un rato, cuando las vio en el embarcadero de Puerto Colombia, tomando la misma lancha que él en dirección a Chuao, pensó que quizás podría servirles de guía allá y ganarse unos dólares fáciles. Pero lo que acaba de ver y escuchar es mucho más prometedor. 

Sabe que todas las extranjeras que llegan a las costas de Aragua traen atravesada entre ceja y ceja la imagen de un negro superdotado que les brindará placeres inimaginables. Pero suelen ser más sutiles. Estas dos están buscando guerra de frente y él va a estar encantado de proporcionársela.

Se las queda mirando, sin mucho disimulo. La rubia no es tan bonita de cara, pero tiene un cuerpo que le envidiaría cualquier modelo. Y sus buenas tetas, que parecen querer salirse del sostén del traje de baño y que rebotan a cada salto del mar. La otra, de pelo negro y corto, es más menudita, pero con esa boca que tan amplia, de labios gruesos y a la vez flexibles, debe ser un portento mamando. 

Ya está empezando a excitarse, cuando ve que ellas reparan en él. Les sonríe, enigmático. 

 -Yo sé donde hay de lo que ustedes buscan –anuncia–. Si quieren, las llevo.

Las dos chicas intercambian una mirada interrogativa, como dudando. 

–A nosotras ya nos dijeron cómo encontrarlo –le explica la rubia, muy seria–. Tenemos que tomar el bus y cuando lleguemos al pueblito, preguntamos…

 –Donde yo digo, es más cerca, podemos ir a pie –improvisa Daniel, temiendo perder semejante oportunidad–. Y así podrán ver de cerca las plantaciones de cacao –añade, buscando beneficiarse del filón turístico del lugar. 

 –Ah, ya –salta la otra chica–. Tú hablas  de algo más… natural, ¿no? 

Daniel asiente, sonriendo. La cosa marcha a pedir de boca. Le asombra un poco que se refieran con tanto desenfado a algo tan subido de tono, pero son europeas y ellas suelen ser más desprejuiciadas. Definitivamente, hoy es su día de suerte. 

–¿Y podremos agarrar directamente la fruta? –Inquiere la rubia, poniendo una cara de inocencia que dispara en Daniel una fuerte erección–. ¿No es… ilegal? Yo prefería pagar…

–¿Para qué? –la ataja él–. Conmigo les va a salir gratis. Y tranquilas, que en estas tierras lo prohibido no es obstáculo para nada. 

 Ya están entrando en la amplia bahía. Desembarcan y una vez en tierra firme, Daniel arranca a caminar, con las chicas pisándole los talones.

 Mientras avanzan por una calle que asciende entre pintorescas casitas de diversos colores, da rienda suelta a su imaginación. Con lo abiertas que son esas mujeres, tal vez hasta se presten a jugar entre los tres. Ya está viendo la escena. La rubia está en cuatro y él desde atrás la penetra con fuerza, mientras aferra con sus manos las generosas nalgas y la escucha chillar de placer con cada arremetida. La otra chica, entretanto, besa a su amiga en la boca y le soba las tetas. En otra variante se ve echado en el piso, con los labios divinos de la chiquita subiendo y bajando por su pene, mientras la rubia, inclinada sobre su cara, le restriega sus erectos pezones por las mejillas. 

Las casas van espaciándose, hasta que se ven totalmente rodeados de vegetación. Las muchachas avanzan encantadas por esa especie de túnel vegetal, donde solo se oye el zumbar del viento entre las hojas. Daniel se detiene y les indica que lo sigan por un sendero medio oculto entre las matas. 

Ellas, luego de mirarse, dudosas, obedecen. Caminan un trecho entre plantas de cacao hasta llegar a un pequeño claro, desde donde no se divisa la carretera.

–Es aquí –Daniel se detiene y las mira, provocativo–. Y ahora… ustedes dirán.

–Pero yo no veo ninguna fruta por aquí –dice la rubia, mirando las matas que los rodean.

Daniel sonríe, lleva sus manos a la cintura del short y se lo baja hasta las rodillas. Su miembro, de considerable tamaño, se yergue vigoroso ante los ojos atónitos de las mujeres.  

–Pero… ¿qué haces? –al fin logra articular la bajita. 

–Aquí tienen la fruta que buscaban –anuncia él, sospechando que ahora van a hacerse las inocentes–.  ¿Qué, no les gusta? ¿No es lo suficientemente grande, o negra? 

La rubia se ve confundida, pero la otra da un paso atrás y mira de arriba abajo al negrito flaco que está parado ante ella, con su pene oscuro y no se puede negar, monumental, bien erecto entre las piernas. De un golpe lo ve todo y rompe en una carcajada tan fuerte, que hace estremecer las hojas de las matas alrededor. 

Daniel no entiende nada. ¿Están locas esas mujeres? ¿Qué les pasa ahora?

–Grande es, lo admito –dice ella, cuando logra dejar de reír–. Y bastante negro también, pero para nuestras expectativas, le va a faltar un poco de dulce…
 
Daniel sigue con cara de desconcierto, pero la rubia al fin comprende, y entre risas, le explica:

-Mira, nosotras lo que buscamos es chocolate, nos dijeron que aquí hacían el mejor…

Daniel no lo puede creer. Ha hecho el mayor ridículo de su vida. ¿Cómo pudo confundirse así? Avergonzado, se inclina para subirse el short. La chiquita lo detiene con un gesto.

-Aunque ya que estamos aquí, podríamos probar un poco de cacao amargo, ¿no crees, Dolores?

La aludida pone otra vez la cara de boba y mira a su alrededor, como si pensara…

-Bueno –admite–. Pero luego nos llevas a buscar chocolate. No podemos volver sin él…

A Daniel el alma le vuelve al cuerpo. Y su pene, que del susto había decrecido, vuelve a erguirse. Piensa que después de todo sigue siendo su día de suerte, mientras ve como ambas chicas se colocan una frente a la otra delante de él, y unen sus bocas en un largo y apasionado beso. 

Alelado, contempla como al separarse ambas echan rodilla en tierra y dos cabezas, una rubia y otra morena se inclinan al unísono sobre su entrepierna. 


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viernes, 16 de noviembre de 2012

Una novia muy aplicada (Fragmento de BISEXUAL)


¿Recuerdas tu primera experiencia sexual? Conoce como fue la de mi protagonista en este fragmento de "Bisexual".


Cuando conoció a Sergio, Elena no tenía ninguna experiencia sexual. Nunca le habían llamado la atención los muchachos de su edad. Tuvieron, además, un noviazgo muy tradicional, y hasta el día de su matrimonio nada más se habían besado. Era virgen y no sólo porque su himen no estuviera desgarrado. Jamás se había permitido tener pensamientos relacionados con el sexo. No le interesaba, o para ser más exactos, lo rechazaba, y ahí, por supuesto, estaba claramente impresa la huella del juicio materno. En los libros, se saltaba todas las partes que fueran nada más ligeramente eróticas; en las películas, se tapaba los ojos para no verlas.
Al mudarse con Julia, ésta se asombró de la proverbial mojigatería de su hermana, y tras algunos inútiles intentos por redimirla, renunció al asunto. Cuando Elena iba a casarse, se sintió en la obligación de darle alguna información sobre sexo, y se encontró con que ella ya la tenía toda, teóricamente. ¡Había estado leyendo un tratado de Educación Sexual! La dejó tranquila, aunque con el total convencimiento de que su querida hermanita tendría muchos problemas al enfrentarse por primera vez al lecho nupcial.
Cuando en el hotel, por primera vez Sergio se desnudó frente a ella, Elena no cerró los ojos. Había visto los órganos masculinos en los dibujos de los libros y tenía mucha curiosidad por verlos en la realidad. El de su marido le pareció hermosísimo.
Cuando alargó la mano para tocarlo, lo sintió estremecerse y vio que unas pequeñas gotas brotaban de su punta. Siguiendo un impulso totalmente involuntario, acercó su rostro y las lamió.
Sergio entonces retuvo su cabeza allí y con dulzura, le pidió que chupara un poco más. Ella obedeció y siguiendo sólo algunas breves indicaciones, continuó haciéndolo, de manera algo torpe, pero sin duda muy efectiva. Al sentir por sorpresa aquel líquido baboso en su boca, sí estuvo a punto de vomitar, pero pronto comprendió de qué se trataba y se lo tragó sin aspavientos, pasándose incluso la lengua por los labios, para limpiar los restos que quedaban en ellos.
 Una semana después regresaron a la ciudad y Julia quedó sorprendida al observar el notable cambio operado en Elena. No era algo que se pudiera palpar, pero ahí estaba, en el brillo de sus ojos, en su modo de andar más suelto y airoso, en el insinuante movimiento de sus caderas, en el modo en que sus pechos se proyectaban, provocativos, hacia delante... Toda ella resplandecía.
Cuando sorprendió la primera mirada de complicidad entre los recién casados, ya no tuvo ninguna duda. Se acariciaban con los ojos, anticipando el momento en que estarían solos y podrían volver a hacerlo con las manos. Sí, en contra de todos sus pronósticos, aquella luna de miel había sido un éxito rotundo. 

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