La noche prometía ser
aburrida. El autobús en que viajaba rumbo a Mérida se accidentó justo al pasar
por aquel pueblito perdido en medio de la nada. Luego de revisar la avería, el
chofer les comunicó que no podrían repararla hasta el día siguiente, por lo que
deberían pernoctar allí.
Sarah dejó su equipaje
en una habitación de la única posada existente, y salió en busca de algún sitio
aceptable donde cenar. No se hacía ilusiones con aquel lugar, por eso se
sorprendió al toparse con una pequeña tasca, de aspecto pintoresco y un nombre
más pintoresco aún: “La guarida del fantasma”.
No estaba muy
concurrida y el interior era algo sombrío, pero el olor que escapaba por la
puerta de la cocina era prometedor. Se encaminó a la barra. El cantinero era un
hombre de mediana edad, alto y bastante fornido, cuyos vivaces ojos azules la midieron
de arriba abajo, deteniéndose particularmente en el escote de su blusa, por el
que los senos sobresalían, tentadores.
Eso no incomodó a Sarah.
Era una mujer alta y voluptuosa, a la que gustaba mostrar sus encantos, y estaba
acostumbrada a atraer constantemente sobre sí miradas que intentaban desnudarla.
Y este hombre era atractivo, a pesar de su aspecto algo tosco. Buscó su mirada
y le sonrió. Él se acercó de inmediato, solícito y ella, luego de pedir una cerveza,
le buscó conversación. Supo entonces que era el dueño del local, del cual se
encargaba con la ayuda de un mozo que atendía las mesas.
Ordenó una cena ligera
y el hombre se alejó en dirección a la cocina. Mientras bebía y esperaba su
comida, Sarah le echó una ojeada al lugar. Las mesas de madera eran rústicas,
pero confortables y tenían velas en el centro, las que, junto a varios
candelabros de hierro que colgaban de
las paredes, constituían la única iluminación del lugar. Los muros estaban
cubiertos con tenebrosas escenas, en las que una extraña figura masculina se
veía inmersa en diversas situaciones, siempre con alguna mujer de contraparte.
Cuando el dueño le
trajo su plato, Sarah indagó acerca de tan peculiar decoración y él le explicó
que aludía a una antigua leyenda del pueblo. Según decían, al fondo del
callejón aledaño al bar habitaba un fantasma cuya afición era importunar a las
mujeres que osaban pasar por allí después de medianoche.
-¿Cómo que las
importuna? –preguntó Sarah, entre incrédula y curiosa-. ¿No será más bien que
las asusta? Es lo que suelen hacer los fantasmas…
-Es un fantasma…
diferente –respondió el hombre muy serio y circunspecto-. Ellas dicen que se
les acerca y las acaricia. Y debe ser cierto, porque de otro modo no notarían
su presencia, ya que es invisible.
-¿Invisible? ¿Y
entonces esas imágenes…?
El dueño sonrió.
-Son imaginaciones
mías. Traté de recrear cuál sería el aspecto del fantasma, de hacerse visible.
Siempre hablo con las mujeres que se lo encuentran, que luego del lance se
refugian aquí. Coinciden en que es muy fuerte, con manos grandes, cálidas y
suaves, y que exhala un tenue olor a almizcle.
Sarah movió la cabeza,
escéptica. Todo aquello se le antojaba la mar de fantasioso, aunque el hombre aparentaba
estar muy convencido de lo que decía. Entonces una idea pasó veloz por su
cabeza. ¿Y si no había fantasma, sino que era el propio tabernero quien
alimentaba la leyenda, para luego, en la oscuridad, aprovecharse de las crédulas
mujeres que cayeran en la trampa? Le seguiría el juego a ver hasta dónde
llegaba.
-Almizcle… Hum, creo
que ese fantasma es un poco travieso –dijo, mirándolo con una sonrisa pícara.
El hombre le devolvió
la sonrisa.
-Vaya si lo es. Y le
puedo asegurar que la cosa le da buenos resultados. Más de una ha regresado al
pueblo solamente para volver a encontrarse con él.
Cuando dieron las doce,
Sarah aún no había podido dormirse. La historia del fantasma le daba vueltas a
en la cabeza, exacerbando su espíritu aventurero. El coqueteo con el dueño de
la taberna no había tenido consecuencias, pero le había dejado unas excitantes
cosquillas que exacerbaban su inquietud.
-Si no me cree, pásese
a la medianoche por ahí y luego me cuenta –la retó, cuando ella se puso de pie
para marcharse, volviéndola a desnudar con la mirada.
Sarah sonrió al
recordarlo y sintió un ramalazo de excitación. La verdad era que no le importaría
jugar un poco a los fantasmas con aquel hombre. A fin de cuentas, estaba sola
en ese pueblo y nunca volvería a él. Podía darse el lujo de ser osada.
Al fin se decidió y
levantándose, se encaminó al lugar. Para llegar, tenía que pasar cerca de la
tasca, y cuál no sería su sorpresa al descubrir que estaba cerrada. Aunque pensándolo
bien, tenía sentido. Si él sospechaba que ella podía ser una víctima más de su
fantasiosa historia, era lógico que tomara las previsiones para estar
disponible.
Ya bastante excitada,
se adentró en el callejón. No había luna y la oscuridad era tan profunda que le
costaba percibir sus propias manos. De pronto un viento asombrosamente cálido la
envolvió, haciéndola estremecer. ¿Sería real, o habría un ventilador escondido
tras unos arbustos para crear la atmósfera adecuada?
En ese momento sintió una
presencia. Aún no la tocaba, pero supo que estaba muy cerca. Creía escuchar una
leve respiración, la atmósfera a su alrededor se había tornado densa y un tenue
perfume acariciaba a su nariz. Trató de identificarlo, era como… ¡almizcle!
No pudo dejar de
admirar la puesta en escena. Era realmente convincente. Una mujer más
fantasiosa, perfectamente podría convencerse de que estaba frente a una
presencia sobrenatural. Pero si el tabernero ese aspiraba a asustarla, ella no
le daría el gusto. Tomaría la iniciativa.
Sin dudarlo, se abrió
de un tirón blusa, descubriendo sus grandes y redondos senos. Sospechaba que él
podía verla en la oscuridad y su reacción se lo confirmó. Dos invisibles manos,
que en efecto, eran muy grandes y suaves, comenzaron a acariciar sus pechos con
una cadencia lenta y sostenida. El contacto se le antojó paradisíaco. No se
podía negar que el hombre era bueno de verdad.
Como en un trance se
fue despojando del resto de la ropa. Aquellos dedos divinos abandonaron su pecho
y fueron recorriendo lentamente su contorno. Bajaron desde las axilas, bordearon
la estrecha cintura, dibujaron la amplia curva de la cadera y masajearon las suaves
colinas de sus nalgas. Una de aquellas manos se abrió paso entre sus muslos,
que ella entreabrió para facilitárselo. Unos dedos expertos exploraron su sexo,
buscando el centro de su placer.
La respiración, antes
tenue, se escuchaba más fuerte ahora, pero ella apenas se percataba. Estaba
completamente entregada a las sensaciones que se iban produciendo en su cuerpo.
No tenía dudas de que la fuente de aquellos estímulos era real, pero tenía que
reconocer que lo que le hacía sentir no parecía ser de este mundo.
De repente, un impulso
inesperado la elevó por la cintura, con tanta facilidad como si se hubiera
tratado de una pluma. Sarah, que estaba consciente de su peso, quedó gratamente
sorprendida. Muy pocos hombres eran capaces de intentar esas acrobacias con
ella. Su espalda fue apoyada contra algo frío, que supuso el tubo de algún
farol, y las dos manos le aferraron con firmeza las caderas y las impulsaron
hacia abajo.
La sensación que acto
seguido atravesó sus entrañas, haciéndola sentir que se quemaba por dentro, la
hizo dudar por primera vez. Aquello era demasiado grande, demasiado duro, demasiado
suave, demasiado caliente. Y la forma en que se movía… Definitivamente, no
parecía humano. ¿Sería realmente un fantasma?
¡Qué tontería! El
tabernero lo tenía todo previsto, y algún efecto estaría utilizando, tal vez
algún tipo de lubricante especial que provocara ese tipo de sensaciones. No
quiso seguir pensando y se abandonó a la avalancha de sensaciones divinas que
la iban recorriendo a medida que aquella fuerza descomunal se movía dentro de
ella. Viniera de donde viniera aquello, quería seguirlo sintiendo. Cabalgó
sobre ese corcel invisible, y con cada arremetida el placer la fue invadiendo
en oleadas más y más fuertes.
Apenas se reponía del orgasmo, cuando sintió que era
depositada en el suelo con suavidad y aquel contacto se alejaba de ella. Sintió
una repentina ansiedad.
-¡Oye! ¡Espera! No me dejes aquí. Sé que eres tú y
no me importa. Estuvo muy bien, ¡vuelve, por favor!
Nada sucedió. De repente, sintió frío. La atmosfera
se había aligerado y el olor a almizcle se desvanecía. Se sentía sin fuerzas.
Se recostó en el poste y cerró los ojos.
Al día siguiente despertó en el hotel, sin recordar cómo
había regresado allí. Todo lo sucedido la noche anterior le parecía algo
inverosímil. ¿Lo habría soñado?
Salió de la habitación y se fue al restaurante. Al
entrar, le extrañó no ver al dueño por allí. Se sintió algo decepcionada,
estaba deseando mirarlo a los ojos, sabía que en ellos encontraría la respuesta
a sus dudas. Ni modo. Al parecer aquel despliegue de fuerza bruta lo había
dejado noqueado y aún no se levantaba de la cama. Cuando el mozo se acercó a
tomar su orden, le preguntó por su patrón.
-Ay, señorita, él no pudo venir hoy. Resulta que
anoche, solo un rato después de que usted se fuera, le avisaron que su esposa
estaba de parto y tuvo que salir corriendo al hospital, que queda en un pueblo
cercano. ¡Acabo de hablar con él! El niño nació de madrugada y está en perfecto
estado de salud.
-Ah, cuando regrese, transmítale mis felicitaciones
–apenas logró balbucear Sarah y olvidando el desayuno, salió apresuradamente del
lugar, sintiendo que le fallaban las piernas.
Como una autómata volvió a adentrarse en
el callejón, que a plena luz del día, se le antojó el lugar más inofensivo de
la Tierra. Nada que ver con el tenebroso escenario que recordaba. Estaba a
punto de volver a admitir la hipótesis del sueño, cuando creyó ver algo en el
suelo, junto a un farol. Se acercó. Era una de sus peinetas, que justo había
echado de menos al arreglarse esa mañana.
Su cabeza era un lío, pero había llegado la hora de
tomar el autobús. En el viaje tendría tiempo de pensar con calma y similar lo
que todo aquello parecía indicar. Al pasar por la puerta del bar, echó un
último vistazo adentro. Una de las representaciones del fantasma en la pared quedaba
justo frente a la entrada, y al mirarla, a Sarah se le antojó que uno de sus
ojos se cerraba en un pícaro guiño.
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