Cien años de soledad, la novela más universalmente conocida y apreciada del fallecido Gabriel García Márquez, tiene una escena erótica que, desde que la leí por primera vez, siendo adolescente, me perturbó, y que incluso llegué a saberme de memoria, como tantos otros pasajes del libro.
Aquí se las dejo, acompañada de la hermosa portada de la edición cubana de 2007, ilustrada por el artista plástico Roberto Fabelo.
En cierta ocasión, José Arcadio le miró el cuerpo con una atención
descarada, y le dijo: «Eres muy mujer, hermanita». Rebeca perdió el
dominio de sí misma. Volvió a comer tierra y cal de las paredes con la
avidez de otros días, y se chupó el dedo con tanta ansiedad que se le
formó un callo en el pulgar. Vomitó un líquido verde con sanguijuelas
muertas. Pasó noches en vela tiritando de fiebre, luchando contra el
delirio, esperando, hasta que la casa trepidaba con el regreso de José
Arcadio al amanecer.
Una tarde, cuando todos dormían la siesta, no
resistió más y fue a su dormitorio. Lo encontró en calzoncillos,
despierto, tendido en la hamaca que había colgado de los horcones con
cables de amarrar barcos. La impresionó tanto su enorme desnudez
tarabiscoteada que sintió el impulso de retroceder. «Perdone -se
excusó-. No sabía que estaba aquí». Pero apagó la voz para no
despertar a nadie. «Ven acá», dijo él. Rebeca obedeció. Se detuvo
junto a la hamaca, sudando hielo, sintiendo que se le formaban nudos
en las tripas, mientras José Arcadio le acariciaba los tobillos con la
yema de los dedos, y luego las pantorrillas y luego los muslos,
murmurando: «Ay, hermanita: ay, hermanita». Ella tuvo que hacer un
esfuerzo sobrenatural para no morirse cuando una potencia ciclónica
asombrosamente regulada la levantó por la cintura y la despojó de su
intimidad con tres zarpazos y la descuartizó como a un
pajarito. Alcanzó a dar gracias a Dios por haber nacido, antes de
perder la conciencia en el placer inconcebible de aquel dolor
insoportable, chapaleando en el pantano humeante de la hamaca que
absorbió como un papel secante la explosión de su sangre.
Pincha aquí y lee otras escenas eróticas de grandes de la literatura
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Excelente fragmento. Se nos fue un grande, pero nos dejó increibles historias que no nos cansaremos de disfrutar...
ResponderEliminarBonito homenaje al gran maestro, un abrazo Vivian.
ResponderEliminarGracias a los dos. No podía dejarlo partir sin saldar la vieja deuda de darle un sitio en este blog, que se honra de su presencia.
ResponderEliminarFué un genio en todo. En las pocas palabras que contiene la escena que has incluido en tu post, se encierra un erotismo mágico y brutal que, por fuerza, emociona y deja a quien lo lee colgado en el deseo prohibido. Enhorabuena Vivian y gracias por ese homenaje al que hasta ayer era el más grande escritor vivo de las letras en nuestra lengua común.
ResponderEliminarEs exactamente así, no podría expresarlo mejor. Y gracias a ti por comentar!
ResponderEliminarEs verdad, una escena que al leer el libro se me escapó. Al menos se me escapó como erótica.
ResponderEliminarUn abrazo.
HD
Bueno, es que ese libro es una caja de sorpresas. No es de leerlo una vez. Yo cada vez que lo leo descubro algo más que se me había escapado. Otro abrazo para ti.
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