miércoles, 8 de octubre de 2014

Relato erótico VOYEUR ACUÁTICO



Mi amor, vamos a entrar al mar, ¿sí?  –rogó el hombre, apretando su entrepierna contra el muslo de la mujer tendida en la arena–. Ya no puedo más.
   –¿Y hacerlo en el agua? –replicó ella, escandalizada–. Ni se te ocurra, todo el mundo se da cuenta de lo que uno está haciendo. Me moriría de la vergüenza.
   Víctor, tendido en su toalla un poco más allá, se alertó al escuchar aquello. Tenía rato viendo a aquella pareja besarse y apretujarse en la arena y había empezado a desear que se decidieran a ir más allá. Esperó, pendiente del desenlace de la conversación.
   –No, chica, nadie lo tiene que notar –insistió el hombre–. Nos vamos bien atrás y disimulamos, solo nos movemos debajo del agua, y arriba, nos quedamos como si nada. Anda, vamos, yo sé que también te mueres de ganas.
  Mientras le hablaba, le daba cortos besos en el cuello y deslizaba su mano por su muslo y cadera. La mujer se estremecía.
  –Bueno, vamos –accedió ella al fin–. Pero sepárate un poco y esperemos a que se te baje, o todos se darán cuenta de a lo que vamos –agregó, con una risita cómplice–. Es más, yo me voy delante y nos encontramos allá.
  Con una sonrisa, Víctor tomó sus lentes de buceo y esperó a que la mujer estuviera en el mar. Disimuladamente y dando un rodeo, entró también y ya nadando bajo la superficie, comenzó a buscarla. Aquello prometía ser interesante, ellos disimularían, pero él bajo el agua tendría la oportunidad de presenciarlo todo. Eso era lo que más lo excitaba de esa afición que con cierta regularidad ejercía desde hacía unos años, cuando su trabajo le dejaba un tiempo libre para ir a la playa. Saber que era el único que estaba viendo algo que sucedía prácticamente delante de todos.  

Después de nadar un poco, la divisó. Su bikini rojo, que se destacaba desde lejos, le permitió orientarse. Cuando se acercó, vio que la chica metía las manos en la pieza inferior, sacudiéndose la arena que había dentro. Ante los ojos atónitos de Víctor, se la quitó por completo, dejando al descubierto, en todo su esplendor, aquellas nalgas espléndidas que él ya había adivinado a través del bañador, y se deslizó la mano por ellas, sacudiéndoles cualquier resquicio de arena. Cuando hizo lo propio entre las piernas, se volteó un poco y él pudo divisar el pubis prominente, con apenas una sombra de vello perfilado en el centro. 
  Ya casi no podía respirar cuando ella comenzó a ponerse el bikini, para lo cual alzó primero una pierna y luego otra, con lo que su zona más íntima quedó totalmente expuesta ante los ojos desorbitados del voyeur acuático. Tuvo que subir antes de que levantara la otra pierna, pues estaba a punto de ahogarse. No usaba esnórquel para esas incursiones, pues al permanecer en la superficie tenía una vista más limitada, y además, podían detectarlo fácilmente. Claro que tenía que estar saliendo a respirar cada vez que se le acababa el aire, pero eso tenía su atractivo. Debía calcular, cuando le quedaba poco aire, cuál era el mejor momento para salir y perderse lo menos posible del espectáculo. Todo eso hacía la cosa más excitante.
   Cuando emergió, ella se sacudía la arena del sostén, para lo cual se lo separaba del seno, pero quedando debajo del agua. Antes de volver a bajar, Víctor echó una ojeada y vio que el hombre ya estaba alcanzando a la chica.
   Era mucho mejor espiar a parejas que a chicas solas, pues con ella se trataba solo de admirarlas y contar con la suerte de que alguna se arreglara el traje de baño, dándole algún filón; que de pronto por el oleaje un seno quedara al descubierto, o como hoy, que una afortunada casualidad le permitiera ver mucho más. Pero eso era poco frecuente. Mucho más prometedor era cuando dos iban en plan de sexo, pues además de todo lo que eventualmente se exponía  la vista, podía ponerse en el lugar del tipo y al verlo hacer, imaginar qué era él quién lo hacía, con lo que su disfrute solitario resultaba mucho más placentero.
   El hombre llegó, agarró a la mujer por la cintura y la apretó contra su cuerpo, a la vez que la besaba con fuerza en los labios. Víctor se hundió bajo el agua, sabiendo que abajo la cosa estaría mucho más candente. En efecto, las manos de él ya habían bajado y se metían bajo el bikini de ella, acariciaban las nalgas y seguían más abajo, hundiéndose entre las piernas. Entonces se apartaba un poco, metía una de ellas por delante y comenzaba a mover los dedos en el sexo de la mujer. 

   Víctor subió a respirar y pudo ver el rostro de la chica, primero con una expresión de total éxtasis, y luego presenciar el momento en que no pudo más y colocando las manos en los hombros de su compañero, se impulsó hacia arriba, abrió las piernas y con ellas circundó las caderas de él, apretando el pubis contra su sexo, ya totalmente erecto. Víctor, otra vez bajo el agua, vio que el hombre se introducía la mano en el bañador, mientras la de la mujer iba a su entrepierna, y hacía a un lado la tela del bikini para darle paso.
   Ahí le tocó volver a subir y tuvo la oportunidad de adivinar en el rostro de ella el momento en que la penetraban. En ese momento casi creyó que lo había visto, porque sus ojos miraban en su dirección, pero no, estaba demasiado concentrada en lo que estaba sintiendo. Se quedaron aparentemente quietos, con los rostros muy juntos, y Víctor volvió a sumergirse, lo que le permitió admirar el contraste entre la quietud superior y la actividad que bullía bajo el agua. La mujer movía acompasadamente sus caderas, mientras las manos de él le oprimían las nalgas, apretándola contra sí, para hundirse más y más en su interior.

   Víctor se quedó como en un trance contemplando el movimiento de la cintura de la mujer, que iba aumentando en intensidad, y cuando no tuvo más aire, tuvo que quedarse un poco más al ver cómo las manos masculinas tiraban del lazo del sostén y lo desataban, dejando al descubierto los senos, que los labios del hombre comenzaron a recorrer. Casi se ahogaba y no podía despegar sus ojos de los oscuros pezones, que casi parecían estallar de tan erectos, cada vez que su lengua los rozaba.
   Víctor al fin volvió a la superficie y aspiró el aire con ansia. Cuando se repuso, se dio cuenta de que se habían ido moviendo sin notarlo y ya estaban en una parte más baja de la playa. Algunas personas habían notado lo que sucedía y miraban, curiosos. Se sumergió y vio que el short del hombre estaba por sus tobillos, y la misma suerte corría el bikini, que había sido desatado de uno de sus lados, y se deslizaba por el muslo de la mujer. Los dos estaban prácticamente desnudos y ya no parecía importarles que pudieran verlos, pues el torso de la mujer estaba totalmente al descubierto y el hombre le chupaba y mordía los senos, mientras ella seguía moviéndose sobre él como en un frenesí, su rostro totalmente transfigurado por el placer que ya comenzaba a estremecerla.
   Para cuando ambos llegaron casi al unísono a sus respectivos orgasmos, entre gemidos cada vez más fuertes, prácticamente había un círculo de gente a su alrededor y Víctor ya no era el afortunado voyeur que tenía que aguantar la respiración para no perderse parte de la acción, sino uno más de los que miraban, asombrados y envidiosos, a aquella pareja que, poseída por el placer, parecía haberse olvidado del mundo que la rodeaba.


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lunes, 21 de julio de 2014

¿Un boom de la literatura erótica? Sí, gracias...




¿Qué tan cierto es eso de que existe un boom actual de la literatura erótica? En este artículo doy mi visión al respecto

Se dice que la literatura erótica está viviendo hoy un boom sin precedentes para el género. Este arrancó con el éxito de la trilogía Cincuenta sombras de Grey, de E. L. James y ha generado una serie de novelas erótico-románticas de corte similar, como Pídeme lo que quieras, de Megan Maxwell, publicada por la editorial Planeta; Nada más que una noche, de Annabella Franco (mejor conocida como Anna Karine), de la mano de Ediciones B y otras que, bajo el calificativo de “porno para mamás”, han continuado cautivando a miles de lectores en todo el mundo, preferiblemente mujeres. ¿A qué se debe el fenómeno?
 En mi artículo Chistian Grey, un galán no tan rosa, publicado en este blog, analizo en particular el caso de 50 sombras de Grey, que por haber sido precursora en este sentido, creo puede aplicarse a las demás que la han seguido. “Gran parte del entusiasmo está relacionado con el contenido sexual de la novela. Muchas de las mujeres que la leen se están enfrentando al erotismo por primera vez, y se sienten transgresoras al hacerlo. No pocas se han excitado al punto de trasladar a su aburrida vida sexual algunas variaciones que han logrado refrescarla”.
O sea, que estas novelas tocan en las mujeres una fibra que las hace despertar a la sensualidad. Hay mucha literatura erótica en el mercado, incluso de mayor calidad, pero no logra establecer esta conexión con el gran público, ni llega a los estándares de éxito de estas novelas. ¿De qué manera lo logran? Mi teoría en el ya mencionado artículo, en ese caso referida a 50 sombras de Grey, pero que puede extenderse a las demás, es que hacen un “uso efectivo de una serie de estereotipos procedentes de la literatura llamada ‘rosa’, de la que fue una importante exponente la autora de novelas románticas Corín Tellado, considerada la escritora española más leída después de Miguel de Cervantes”.
¿Cómo lo hacen? Es muy simple. Estas novelas suman a la clásica historia de amor entre un hombre seductor y poderoso y una bella e inocente chica, el elemento erótico, perfectamente dosificado para que le resulte atractivo a una buena parte del público. Para la época actual, las novelas de Corín Tellado resultarían sosas, entonces este nuevo elemento, muchas veces matizado con alguna suerte de vicio o perversión, pone a estas novelas actuales más a tono con los tiempos y, de paso, les permite heredar las superventas que a la escritora española le merecieron figurar en el libro Guinness de los récords-1994 (edición española), como la autora más vendida en idioma español.
Por estas razones, yo no hablaría de un boom de la literatura erótica en general. No toda la literatura que se inscribe en este género está siendo devorada de esta manera por el público, sino solo aquella que cumple con los requisitos antes mencionados. Como escritora erótica, no puedo negar que me gustaría experimentar un éxito similar, pero no por ello estaría dispuesta a apegarme a tales estereotipos literarios.
Yo preferiría entonces decir que el boom corresponde a un subgénero de la literatura erótica, que pudiera llamarse erótico-romántico, erotismo rosa, novela rosa erótica, o algo por el estilo. Y el resto de los escritores eróticos seguiremos esperando nuestro momento.

jueves, 17 de abril de 2014

Escenas eróticas memorables - Cien años de soledad


Cien años de soledad, la novela más universalmente conocida y apreciada del fallecido Gabriel García Márquez, tiene una escena erótica que, desde que la leí por primera vez, siendo adolescente, me perturbó, y que incluso llegué a saberme de memoria, como tantos otros pasajes del libro.  

Aquí se las dejo, acompañada de la hermosa portada de la edición cubana de 2007, ilustrada por el artista plástico Roberto Fabelo.


En cierta ocasión, José Arcadio le miró el cuerpo con una atención descarada, y le dijo: «Eres muy mujer, hermanita». Rebeca perdió el dominio de sí misma. Volvió a comer tierra y cal de las paredes con la avidez de otros días, y se chupó el dedo con tanta ansiedad que se le formó un callo en el pulgar. Vomitó un líquido verde con sanguijuelas muertas. Pasó noches en vela tiritando de fiebre, luchando contra el delirio, esperando, hasta que la casa trepidaba con el regreso de José Arcadio al amanecer. 

Una tarde, cuando todos dormían la siesta, no resistió más y fue a su dormitorio. Lo encontró en calzoncillos, despierto, tendido en la hamaca que había colgado de los horcones con cables de amarrar barcos. La impresionó tanto su enorme desnudez tarabiscoteada que sintió el impulso de retroceder. «Perdone -se excusó-. No sabía que estaba aquí». Pero apagó la voz para no despertar a nadie. «Ven acá», dijo él. Rebeca obedeció. Se detuvo junto a la hamaca, sudando hielo, sintiendo que se le formaban nudos en las tripas, mientras José Arcadio le acariciaba los tobillos con la yema de los dedos, y luego las pantorrillas y luego los muslos, murmurando: «Ay, hermanita: ay, hermanita». Ella tuvo que hacer un esfuerzo sobrenatural para no morirse cuando una potencia ciclónica asombrosamente regulada la levantó por la cintura y la despojó de su intimidad con tres zarpazos y la descuartizó como a un pajarito. Alcanzó a dar gracias a Dios por haber nacido, antes de perder la conciencia en el placer inconcebible de aquel dolor insoportable, chapaleando en el pantano humeante de la hamaca que absorbió como un papel secante la explosión de su sangre.

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domingo, 6 de abril de 2014

Relato LA GUARIDA DEL FANTASMA

La noche prometía ser aburrida. El autobús en que viajaba rumbo a Mérida se accidentó justo al pasar por aquel pueblito perdido en medio de la nada. Luego de revisar la avería, el chofer les comunicó que no podrían repararla hasta el día siguiente, por lo que deberían pernoctar allí.
Sarah dejó su equipaje en una habitación de la única posada existente, y salió en busca de algún sitio aceptable donde cenar. No se hacía ilusiones con aquel lugar, por eso se sorprendió al toparse con una pequeña tasca, de aspecto pintoresco y un nombre más pintoresco aún: “La guarida del fantasma”.
No estaba muy concurrida y el interior era algo sombrío, pero el olor que escapaba por la puerta de la cocina era prometedor. Se encaminó a la barra. El cantinero era un hombre de mediana edad, alto y bastante fornido, cuyos vivaces ojos azules la midieron de arriba abajo, deteniéndose particularmente en el escote de su blusa, por el que los senos sobresalían, tentadores.
Eso no incomodó a Sarah. Era una mujer alta y voluptuosa, a la que gustaba mostrar sus encantos, y estaba acostumbrada a atraer constantemente sobre sí miradas que intentaban desnudarla. Y este hombre era atractivo, a pesar de su aspecto algo tosco. Buscó su mirada y le sonrió. Él se acercó de inmediato, solícito y ella, luego de pedir una cerveza, le buscó conversación. Supo entonces que era el dueño del local, del cual se encargaba con la ayuda de un mozo que atendía las mesas.
Ordenó una cena ligera y el hombre se alejó en dirección a la cocina. Mientras bebía y esperaba su comida, Sarah le echó una ojeada al lugar. Las mesas de madera eran rústicas, pero confortables y tenían velas en el centro, las que, junto a varios candelabros  de hierro que colgaban de las paredes, constituían la única iluminación del lugar. Los muros estaban cubiertos con tenebrosas escenas, en las que una extraña figura masculina se veía inmersa en diversas situaciones, siempre con alguna mujer de contraparte.
Cuando el dueño le trajo su plato, Sarah indagó acerca de tan peculiar decoración y él le explicó que aludía a una antigua leyenda del pueblo. Según decían, al fondo del callejón aledaño al bar habitaba un fantasma cuya afición era importunar a las mujeres que osaban pasar por allí después de medianoche.
-¿Cómo que las importuna? –preguntó Sarah, entre incrédula y curiosa-. ¿No será más bien que las asusta? Es lo que suelen hacer los fantasmas…
-Es un fantasma… diferente –respondió el hombre muy serio y circunspecto-. Ellas dicen que se les acerca y las acaricia. Y debe ser cierto, porque de otro modo no notarían su presencia, ya que es invisible.
-¿Invisible? ¿Y entonces esas imágenes…?
El dueño sonrió.
-Son imaginaciones mías. Traté de recrear cuál sería el aspecto del fantasma, de hacerse visible. Siempre hablo con las mujeres que se lo encuentran, que luego del lance se refugian aquí. Coinciden en que es muy fuerte, con manos grandes, cálidas y suaves, y que exhala un tenue olor a almizcle.
Sarah movió la cabeza, escéptica. Todo aquello se le antojaba la mar de fantasioso, aunque el hombre aparentaba estar muy convencido de lo que decía. Entonces una idea pasó veloz por su cabeza. ¿Y si no había fantasma, sino que era el propio tabernero quien alimentaba la leyenda, para luego, en la oscuridad, aprovecharse de las crédulas mujeres que cayeran en la trampa? Le seguiría el juego a ver hasta dónde llegaba.  
-Almizcle… Hum, creo que ese fantasma es un poco travieso –dijo, mirándolo con una sonrisa pícara.
El hombre le devolvió la sonrisa.
-Vaya si lo es. Y le puedo asegurar que la cosa le da buenos resultados. Más de una ha regresado al pueblo solamente para volver a encontrarse con él.  

Cuando dieron las doce, Sarah aún no había podido dormirse. La historia del fantasma le daba vueltas a en la cabeza, exacerbando su espíritu aventurero. El coqueteo con el dueño de la taberna no había tenido consecuencias, pero le había dejado unas excitantes cosquillas que exacerbaban su inquietud.
-Si no me cree, pásese a la medianoche por ahí y luego me cuenta –la retó, cuando ella se puso de pie para marcharse, volviéndola a desnudar con la mirada.
Sarah sonrió al recordarlo y sintió un ramalazo de excitación. La verdad era que no le importaría jugar un poco a los fantasmas con aquel hombre. A fin de cuentas, estaba sola en ese pueblo y nunca volvería a él. Podía darse el lujo de ser osada.
Al fin se decidió y levantándose, se encaminó al lugar. Para llegar, tenía que pasar cerca de la tasca, y cuál no sería su sorpresa al descubrir que estaba cerrada. Aunque pensándolo bien, tenía sentido. Si él sospechaba que ella podía ser una víctima más de su fantasiosa historia, era lógico que tomara las previsiones para estar disponible.
Ya bastante excitada, se adentró en el callejón. No había luna y la oscuridad era tan profunda que le costaba percibir sus propias manos. De pronto un viento asombrosamente cálido la envolvió, haciéndola estremecer. ¿Sería real, o habría un ventilador escondido tras unos arbustos para crear la atmósfera adecuada?
En ese momento sintió una presencia. Aún no la tocaba, pero supo que estaba muy cerca. Creía escuchar una leve respiración, la atmósfera a su alrededor se había tornado densa y un tenue perfume acariciaba a su nariz. Trató de identificarlo, era como… ¡almizcle!
No pudo dejar de admirar la puesta en escena. Era realmente convincente. Una mujer más fantasiosa, perfectamente podría convencerse de que estaba frente a una presencia sobrenatural. Pero si el tabernero ese aspiraba a asustarla, ella no le daría el gusto. Tomaría la iniciativa.
Sin dudarlo, se abrió de un tirón blusa, descubriendo sus grandes y redondos senos. Sospechaba que él podía verla en la oscuridad y su reacción se lo confirmó. Dos invisibles manos, que en efecto, eran muy grandes y suaves, comenzaron a acariciar sus pechos con una cadencia lenta y sostenida. El contacto se le antojó paradisíaco. No se podía negar que el hombre era bueno de verdad.
Como en un trance se fue despojando del resto de la ropa. Aquellos dedos divinos abandonaron su pecho y fueron recorriendo lentamente su contorno. Bajaron desde las axilas, bordearon la estrecha cintura, dibujaron la amplia curva de la cadera y masajearon las suaves colinas de sus nalgas. Una de aquellas manos se abrió paso entre sus muslos, que ella entreabrió para facilitárselo. Unos dedos expertos exploraron su sexo, buscando el centro de su placer.
La respiración, antes tenue, se escuchaba más fuerte ahora, pero ella apenas se percataba. Estaba completamente entregada a las sensaciones que se iban produciendo en su cuerpo. No tenía dudas de que la fuente de aquellos estímulos era real, pero tenía que reconocer que lo que le hacía sentir no parecía ser de este mundo.
De repente, un impulso inesperado la elevó por la cintura, con tanta facilidad como si se hubiera tratado de una pluma. Sarah, que estaba consciente de su peso, quedó gratamente sorprendida. Muy pocos hombres eran capaces de intentar esas acrobacias con ella. Su espalda fue apoyada contra algo frío, que supuso el tubo de algún farol, y las dos manos le aferraron con firmeza las caderas y las impulsaron hacia abajo.
La sensación que acto seguido atravesó sus entrañas, haciéndola sentir que se quemaba por dentro, la hizo dudar por primera vez. Aquello era demasiado grande, demasiado duro, demasiado suave, demasiado caliente. Y la forma en que se movía… Definitivamente, no parecía humano. ¿Sería realmente un fantasma?
¡Qué tontería! El tabernero lo tenía todo previsto, y algún efecto estaría utilizando, tal vez algún tipo de lubricante especial que provocara ese tipo de sensaciones. No quiso seguir pensando y se abandonó a la avalancha de sensaciones divinas que la iban recorriendo a medida que aquella fuerza descomunal se movía dentro de ella. Viniera de donde viniera aquello, quería seguirlo sintiendo. Cabalgó sobre ese corcel invisible, y con cada arremetida el placer la fue invadiendo en oleadas más y más fuertes.
Apenas se reponía del orgasmo, cuando sintió que era depositada en el suelo con suavidad y aquel contacto se alejaba de ella. Sintió una repentina ansiedad.
-¡Oye! ¡Espera! No me dejes aquí. Sé que eres tú y no me importa. Estuvo muy bien, ¡vuelve, por favor!
Nada sucedió. De repente, sintió frío. La atmosfera se había aligerado y el olor a almizcle se desvanecía. Se sentía sin fuerzas. Se recostó en el poste y cerró los ojos.

Al día siguiente despertó en el hotel, sin recordar cómo había regresado allí. Todo lo sucedido la noche anterior le parecía algo inverosímil. ¿Lo habría soñado?
Salió de la habitación y se fue al restaurante. Al entrar, le extrañó no ver al dueño por allí. Se sintió algo decepcionada, estaba deseando mirarlo a los ojos, sabía que en ellos encontraría la respuesta a sus dudas. Ni modo. Al parecer aquel despliegue de fuerza bruta lo había dejado noqueado y aún no se levantaba de la cama. Cuando el mozo se acercó a tomar su orden, le preguntó por su patrón.
-Ay, señorita, él no pudo venir hoy. Resulta que anoche, solo un rato después de que usted se fuera, le avisaron que su esposa estaba de parto y tuvo que salir corriendo al hospital, que queda en un pueblo cercano. ¡Acabo de hablar con él! El niño nació de madrugada y está en perfecto estado de salud.
-Ah, cuando regrese, transmítale mis felicitaciones –apenas logró balbucear Sarah y olvidando el desayuno, salió apresuradamente del lugar, sintiendo que le fallaban las piernas.
Como una autómata volvió a adentrarse en el callejón, que a plena luz del día, se le antojó el lugar más inofensivo de la Tierra. Nada que ver con el tenebroso escenario que recordaba. Estaba a punto de volver a admitir la hipótesis del sueño, cuando creyó ver algo en el suelo, junto a un farol. Se acercó. Era una de sus peinetas, que justo había echado de menos al arreglarse esa mañana.
Su cabeza era un lío, pero había llegado la hora de tomar el autobús. En el viaje tendría tiempo de pensar con calma y similar lo que todo aquello parecía indicar. Al pasar por la puerta del bar, echó un último vistazo adentro. Una de las representaciones del fantasma en la pared quedaba justo frente a la entrada, y al mirarla, a Sarah se le antojó que uno de sus ojos se cerraba en un pícaro guiño.   

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