No podía creer
lo que estaba sucediendo delante de sus ojos. ¿Sería una alucinación
debido al cansancio? Cerró los ojos y respiró profundo. Volvió a abrirlos y sí,
ahí estaban. Absolutamente abstraídas del mundo exterior, como si solo
existieran ellas dos sobre la faz de la tierra. Y eso casi era verdad, porque
salvo Sergio, que se encontraba allí por una completa casualidad, no era
probable que hubiera ningún otro ser humano en muchos kilómetros a la redonda.
Acostumbraba a
escalar la montaña al final de la tarde, pero justo hoy tuvo que cambiar su
rutina debido a una inoportuna reunión de trabajo. No quería dejar de entrenar
ni un solo día, pues se preparaba para una carrera de montaña en Europa, y como
el único momento que le quedaba libre eran las primeras horas de la mañana, se
levantó temprano y emprendió la subida.
Al llegar a la
cima, oblicuamente bañada por el tenue sol de las 8 de la mañana, se encontró con
una agradable sorpresa. Dos mujeres completamente desnudas, una rubia y otra
morena, estaban echadas sobre una manta colocada sobre la hierba, con sus
cuerpos entrelazados y sus bocas fundidas en un beso que parecía interminable.
Alrededor se veían las ropas deportivas de ambas, tiradas de cualquier modo
aquí y allá, evidenciando que lo que estaba viendo debía ser el resultado de un
arrebato de pasión totalmente imprevisto, tal vez bajo el influjo de ese
oxígeno tan puro que se respira a esas alturas.
Trató de
imaginar lo que había sucedido. Las chicas no debían ser demasiado amigas, y lo
más probable era que estuvieran subiendo juntas la montaña por primera vez. Con
seguridad, ambas eran heterosexuales y nunca antes habían tenido sexo con
mujeres. “Siendo así, podrían estar dispuestas a admitir a un tercero
masculino”, pensó, mientras contemplaba cómo la morena movía su lengua por el
estómago de la rubia, rumbo a su entrepierna. Pero no parecía tan apurada por
llegar a su destino como Sergio hubiera deseado. Se concentró un buen rato en
el ombligo y a él, mientras observaba los senos pequeños y firmes de la otra chica,
con los rosados pezones totalmente erectos por la excitación, se le ocurrió que
ya mientras subían, debían haber experimentado los primeros síntomas de una inesperada
atracción.
La mente de
Sergio se desbocó: la morena, que venía detrás y tenía todo el tiempo ante sus
ojos el prominente trasero de la catira, bien ceñido por la tela de la licra, debió
haber sentido un inexplicable impulso por agarrarlo y hundir sus dedos en él. Y
en algún momento en que la que iba adelante se detuvo y esperó a su compañera,
que estaba algo atrasada, pudo tener desde arriba la visión del nacimiento de
sus abultados senos, que la escotada camiseta era incapaz de contener. Entonces
le pasaría por la cabeza la fugaz imagen de su cara hundiéndose entre ellos y
de su boca chupando el sudor un poco ácido que debía cubrirlos.
Ciertamente,
ambas debían haberse escandalizado ante esas fantasías completamente
involuntarias, y hasta procurado pensar en otra cosa. Pero al llegar arriba y
experimentar ese subidón de energía que produce el haber alcanzado la cima, de
repente se habrían quedado una frente a la otra, mirándose como hipnotizadas, tal
vez fingiendo al principio que nada estaba sucediendo, mientras los ojos verdes
de la rubia se clavaban en los negros de la otra, y la excitación iba haciendo más
y más presa de sus cuerpos.
Imaginó que en
un momento ya no pudieron más y como fieras saltaron una sobre la otra, los
labios rojos y llenos de la morena casi devorando la boca pequeña y rosada de
la rubia, y las ropas fueron saltando por los aires, a medida que cada una
procuraba dar rienda suelta a sus fantasías de la subida. Así, imaginó que la
morena halaba hacia abajo la licra de la otra, para desnudar su trasero y
echando rodilla en tierra, comenzaba a besar y morder las blancas y abultadas
nalgas, a la vez que las oprimía con sus manos. Luego se invertirían los
papeles y la rubia sería quien de un tirón sacaría la camiseta de su compañera,
dejando al descubierto su pecho, que contemplaría por unos segundos con gula, antes
de hundirse entre los generosos senos, coronados por pezones grandes y oscuros.
Un coro de
gemidos lo hizo reaccionar y darse cuenta de que, por estar imaginando lo
sucedido antes, se había estado perdiendo lo que sucedía justo en ese momento. Prestó
atención justo a tiempo para ver a las dos chicas abrazarse con ternura,
intercambiar una sonrisa de complicidad y ponerse de pie, en busca de sus
ropas. Lamentándose de su estupidez, aún alcanzó a admirar sus hermosos cuerpos
desnudos unos momentos más, antes de que se vistieran y se dispusieran a emprender
el descenso.
En ese momento
la rubia lo vio, e hizo un gesto a la otra en su dirección. Sergio se quedó
paralizado, mientras la morena lo miraba de arriba abajo con descaro,
deteniéndose especialmente en el bulto de su entrepierna, que la licra no
lograba contener, y se encogía de hombros, como apenada.
-Será para la
próxima -le gritaron entre risas, cuando ya habían comenzado a bajar.
“¿Cómo es
posible ser tan idiota?”, se lamentó Sergio y recogiendo su mochila, emprendió
también el descenso, con la esperanza de alcanzarlas y tal vez lograr conseguir
la vaga promesa de un próximo encuentro en la montaña.