sábado, 18 de mayo de 2013

Dos poderosas razones (Fragmento de PIEL DE NARANJA)


Ella ya se repone y de pronto está sentada, buscando su ropa y poniéndose los zapatos. 

−¿Qué haces? Ven aquí −dice él, tirándole de un brazo. Ella se sacude su mano y ya de pie, camina hasta su bolso, de donde saca su ropa interior.
 

−Tengo que irme, es muy tarde.
 

El hombre no insiste y se queda sentado, mirándola hacer. Al ver que ha sacado el sostén, del que obviamente también se había despojado, se da cuenta de que nada más ha visto su cuerpo de la cintura para abajo. Pero ahora también se ha quitado la blusa y está frente a él completamente desnuda. Solo su cabello suelto y desordenado le cae sobre el pecho, pero llega apenas hasta el nacimiento de los senos, que han quedado totalmente al descubierto.
 

Se incorpora en el diván y los contempla con detenimiento. Son grandes, llenos y están algo vencidos por el peso. Las rosadas areolas culminan en diminutos pezones de un color más intenso, que ahora en reposo apenas sobresalen. Recuerda cómo el día de la playa se destacaban, erectos bajo la fina tela del bikini y su sexo vuelve a reaccionar. Se pone de pie y se acerca a la mujer, que intenta ponerse el sostén. Se lo quita y lo lanza a un lado.
 

−Dámelo, tengo que irme −le ruega.
 

Él no responde. Posa sus manos, una en cada pecho y ambas al unísono comienzan a recorrer la blanca piel, presionándola levemente. No roza los pezones, ni siquiera las areolas, pero sus ojos, fijos en ellos, observan cómo enseguida la piel rosada empieza a arrugarse y la punta a destacarse ligeramente del resto. 

Continúa acariciándolos, sólo con la punta de los dedos, acercándose lenta y gradualmente al centro. Llega a las areolas, ahora pequeñas y rugosas y mientras las recorre levemente, siente que los pezones, cuyo color se ha hecho mucho más intenso, se yerguen todavía más. Ya parecen casi a punto de estallar, pero él continúa con la misma caricia lenta y bajo su tacto, percibe el temblor que atraviesa todo el cuerpo de la mujer.
 

Se vuelve y atrae hacia sí una silla. Al sentarse, su boca queda a la altura del seno derecho de la muchacha, que ya se ha resignado a no marcharse y está otra vez completamente entregada a las caricias. 

Acerca los labios lentamente y el erecto pezón parece estirarse más para alcanzarlos. Lo cubre con ellos y con la punta de su lengua comienza a circundarlo, mientras en el izquierdo, su mano derecha imita el mismo movimiento con los dedos. Los pezones son su único contacto con la mujer, pero a través de ellos, ella le transmite toda la fiebre que invade su cuerpo.
 

Al rato desliza su otra mano entre los muslos ligeramente entreabiertos y sumerge los dedos en la tibia humedad del sexo. Arrecia las caricias en los senos, hasta que la mujer gime quedamente y los temblores otra vez la estremecen. 

Entonces interrumpe todo, la toma por las caderas y ella, comprendiendo su intención, separa las piernas y desliza cada una ambos lados de los muslos cerrados del hombre, cuyo pene sobresale muy erguido entre ellos. La atrae con fuerza hacia , penetrándola con tal brusquedad que le arranca un gemido de dolor. Inquieto, busca su rostro, pero se tranquiliza al ver que este sólo refleja el éxtasis más absoluto. 


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domingo, 5 de mayo de 2013

PIEL DE NARANJA, erotismo y psicología

¿Quieres saber un poco más sobre mi novela Piel de naranja? Has llegado al lugar correcto. ¡Y ya está en Amazon la versión impresa!

Sinopsis:

Piel de naranja cuenta la historia de Sandra, una mujer hermosa, inteligente y excesivamente racional, que tiene grandes problemas para aceptar su aspecto físico y como consecuencia, sufre de una muy baja autoestima sexual. En donde la mayoría deciden hacer dietas y ejercicios, o buscar ayuda terapéutica, y las más desesperadas recurren a la cirugía estética o terminan cayendo en la anorexia o la bulimia, Sandra escoge otro camino tanto o más peligroso: se refugia en una relación destructiva. 



Un día que el esposo de Sandra, en medio de una rabieta llama a su centro de trabajo para hacer un absurdo reclamo, su jefa sospecha que algo ocurre en su matrimonio y la obliga a confesarle que es víctima de maltratos, pero que ama a su marido y no sabe cómo salir de esa situación. Ella le recomienda buscar ayuda terapéutica y la remite con un amigo psicólogo, de métodos poco convencionales, quien pronto enfrentará un dilema entre un caso profesionalmente interesante y los sentimientos que comenzará a experimentar hacia su paciente.

¿Autoayuda erótica?

Me gusta decir que esta es una novela erótica de autoayuda (ojo, no de autoayuda erótica, aquí no voy a enseñar a nadie cómo tener sexo, ¿ok?), porque dentro de una trama donde el erotismo tiene una fuerte presencia (y también la violencia, por cierto) se van dando, además, algunos nortes sobre cuál puede ser el mejor camino para deshacernos, de la manera más sana, de relaciones o situaciones que nos lastiman y en las que hemos quedado atrapados sin poder encontrar una salida. No es el típico manual de cinco pasos para salir de un problema, pero leerla podría ser el primer escalón en tu ascenso hacia su solución. 

Esta novela puede ser también interesante para cualquiera que alguna vez se haya cuestionado qué tanto somos responsables de las cosas que nos suceden y cómo el tomar consciencia de ello puede ayudarnos a cambiarlas. Revela espacios de la psiquis humana que rara vez nos atrevemos a explorar (y mucho menos a revelar) y da un mensaje optimista sobre el poder de nuestra mente y la capacidad que todos tenemos de decidir el rumbo de nuestras vidas. 



¿Quieres saber más sobre esta novela?  Lee una entrevista donde hablo de ella aquí  

Lee también algunas reseñas de escritores que la han leído y de otros lectores en general: 

Javier Haro Herraiz: "Muy buen libro, crudo, tierno y estremecedor...". Lee más aquí

Maribel Pont: "Un libro para reflexionar acerca de las relaciones".  Lee más aquí

"Es imposible dejar de leerlo hasta que lo terminas".  Lee más aquí

"Muy bien tratado el tema del maltrato a la mujer y de la importancia del autoestima". Lee más aquí


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sábado, 4 de mayo de 2013

¡No moriré virgen! (Frag. LA ISLA DE LOS PREGONES)

El siguiente es un fragmento de la novela La isla de los pregones, de mi colega y paisana Marlene Moleón. No es un novela erótica, pero este pasaje sí lo es y está muy bien logrado, además. 
Espero que lo disfruten, y de paso conozcan esta excelente novela que tan bien desnuda los más de 50 años del régimen socialista en Cuba.


La amenaza constante de una guerra con los americanos, como afilada espada de Damocles pendiente sobre su cabeza, le hacía vivir en ascuas. Mañana podía estar pulverizada por una bomba atómica, o por las ráfagas de una ametralladora yanqui. Vivía de prestado, y encima seguía cargando con su virginidad como un pesado fardo. No quería morir virgen, pero ¿cómo resolver ese problema si no tenía novio? Pasó revista a todos los posibles candidatos y su recuento se detuvo al pensar en Reinaldo, el hermano de Mariflor. 


Hacía algo más de un mes que Reinaldo despertaba en ella increíbles fantasías que no eran precisamente de novelitas rosas; eran rojas, rojísimas, tan rojas que ni siquiera se había atrevido a escribirlas en los cuadernos que continuaba borroneando a toda hora.
 

A Perla le gustaba tomar el sol desnuda en la azotea de su casa. Solía subir con una limonada, un frasco de aceite de coco con yodo, un libro y una toalla. Pasaba horas echada al sol, leyendo y mirando el mar. Así fue como descubrió algo más cautivador que el mar: a Reinaldo. Le gustaba contemplarlo mientras levantaba pesas en el patio de su casa, arreglaba el jardín o cuando permanecía echado en una tumbona mirando al cielo. 

Reinaldo sin saberlo la inició en su afición al fisgoneo o, dicho de otra manera, a la vaciladera. Perla adivinaba algo especial en ese muchacho silencioso que la intrigaba y atraía a la vez. Músculos y ternura eran una combinación que la descocaba. Por desgracia —como descubrió mucho después— no era una cualidad muy común en los heterosexuales. ¡Sí, sería Reinaldo!

Cuando
Enrique, su padre, terminó de ver el noticiero de las ocho, tomó la decisión. ¡No esperaría más! Devolver el libro que Mariflor le había prestado era una buena excusa y sin pensarlo dos veces, se encaminó a la casa de su vecino. ¿Cómo abordarlo?, se preguntó mientras cruzaba la calle. No tenía un plan pero ya se le ocurriría algo. Como decía Toña: «La vida es un teatro repleto de improvisaciones. No hay guión previo».

Tocó el timbre con cierto nerviosismo. Segundos después Reinaldo abrió la puerta, sonrió como un ángel y le aclaró que Mariflor no estaba en casa.
 

—Mejor —contestó Perla y ante el gesto de extrañeza que él mostró, agregó de inmediato—. Venía a devolver este libro... en realidad quería... —el titubeo la hizo sentirse furiosa, no pensaba que fuera tan difícil, por lo que decidió ganar tiempo hasta que lograra controlar su nerviosismo—, hay algo importante que quiero decirte.
 

Perla franqueó el umbral sin que la hubiesen invitado a pasar y pidió un vaso de agua. Fueron a la cocina donde Reinaldo, amable y sonriente, satisfizo su petición. Después de beber un sorbo, como si el agua le diera fuerzas, le dijo a rajatabla:

—Quiero hacer el amor contigo.
 

En realidad no sabía cuál era la mejor manera de expresar su deseo. «Hacer el amor» era el equivalente en español a make love. Para ella, sonaba mucho mejor. Templar o «vamos a hacerlo» le parecía vulgar. No tenía idea de cómo lo decían los gallegos —para disgusto de catalanes, vascos, asturianos y canarios, los cubanos se referían a todos los españoles como gallegos—. Perla decidió obviar la noticia de la posible llegada de los americanos, porque según sus conocimientos adquiridos en libros, tenía entendido que si los hombres se ponen nerviosos no pueden concentrarse en acciones amatorias.
 

Los ojos y boca de Reinaldo se abrieron con genuina sorpresa, como pez fuera del agua que le faltara la respiración. Nunca le habían hecho semejante propuesta. Muchas muchachas se le insinuaban pero ninguna de esa manera tan abierta. ¡Qué descarada! Elisa, su comedida novia constituía un escudo de protección ante semejantes provocaciones. 

«¿Será este mi destino?», pensó. No sabía cómo actuar. Estaba pasmado del atrevimiento de Perla y no atinaba a hacer o decir algo inteligente que le permitiese escapar graciosamente de aquella situación. Sonrió casi en una mueca. Perla se percató de su desconcierto, sin embargo no cejó en su empeño.
 

—Tengo novia —fue lo primero que vino a la cabeza de Reinaldo.
 

—No me importa... Me gustas mucho. —Eso sonaba mejor, caviló. Amar no tenía que ver con el sexo.
 

—Pero, ¿ahora?... ¿ahora mismo?... ¿no puede ser en otro momento? —todavía no creía que Perla estuviera hablando en serio. Había oído decir a su hermana Mariflor que Perla era una jaranera irresponsable y medio loca, tal vez se tratase de una broma, tal vez sabía que había estado en los campamentos de la UMAP, tal vez...
 

Reinaldo no estaba preparado para tamaña proposición y trataba de ganar tiempo. No sabía cómo salir del atolladero sin herir a Perla y ella era lo suficientemente terca como para no amedrentarse ante escollos cuando tomaba una resolución. Además ¿quién ha visto que un hombre rechace ese tipo de oferta?
 

—No, después no —insistió ella nuevamente—.Tiene que ser ahora, porque nadie sabe si mañana estaremos vivos.
 

Reinaldo creyó que era una manera filosófica de hablar. No estaba enterado de las últimas noticias. Decidió que era un reto que le imponía el destino y resolvió aceptarlo. Sin mucha destreza la cubrió con los brazos y comenzó a besarla, primero con timidez y luego, con un vigor insólito, que lo asombró a él mismo.

 A Perla le gustó esa lengua en su boca que quería ser brutal y gentil a la vez. Era un buen besador. Lo abrazó por los hombros y le acarició la espalda, se apretó contra él de manera que sus pechos quedaron aplastados en su torso. Él era tímido y no se atrevía a caricias más audaces, por lo que Perla tomó la iniciativa y le empezó a sobar la entrepierna. Sintió crecer un bulto bajo el pantalón. 


Reinaldo la tiró contra la mesa de la cocina y se montó encima de ella. Después de varios intentos logró penetrarla, aunque no del todo. Perla le tocó las nalgas para empujarlo contra sí. Esto excitó a Reinaldo que inició una cabalgata rítmica y jadeante. Perla gemía, más de dolor que de placer. 

Siguió aguijoneando las nalgas de Reinaldo hasta que casi le rozó el ano con un dedo y él dejó escapar una exclamación, mezcla de sorpresa y complacencia. Ante esa reacción Perla continuó la frotación, primero apocadamente y luego con fuerza creciente. Reinaldo se creció dentro de ella, haciendo más rápidos e intensos sus movimientos acompasados, con lo cual comenzó a darle verdadero placer a Perla.
 

«¡Que vengan los yanquis! ¡Ahora me puedo morir! ¡Ahora me puedo morir!», martillaba en su cabeza la frase como una letanía de respuesta a cada irrefrenable embestida. «¡Así, así me gusta!», gritó a Reinaldo para que siguiera con esa danza frenética que le descubría un nuevo mundo de sensaciones. Él se vació en ella con estertores de satisfacción. 

Perla no logró el orgasmo y seguía muy excitada, por lo que le pidió que la frotara con el dedo. «¡Así, así,... más rápido!», repitió hasta que lanzó un chillido largo y penetrante de pájaro en vuelo. Reinaldo sintió en sus dedos unos espasmos como si hubiera otro ser latiendo en la vulva de Perla. Su mano se humedeció con un líquido viscoso e incoloro. 

Tras un sosiego de satisfacción, los dos sonrieron. Perla porque no moriría virgen y Reinaldo porque a lo mejor se podía curar. 


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