Al principio no fue más que un juego. Uno más
de esos ardides que solían usar cuando sentían que la inercia se apoderaba de
su relación. De inmediato buscaban una manera de volver a hacer del sexo algo
emocionante o peligroso.
Siempre les daba resultado. Y esa vez también
resultó, pero luego ya no les fue posible librarse de ello. Se les convirtió en
una adicción.
Todo comenzó una mañana que viajaban por la
carretera rumbo a Puerto La Cruz, a embarcarse en el ferry hacia la isla de Margarita,
donde pasarían quince días de vacaciones. Era un día de semana, y no había
ningún puente cerca, así que la vía estaba prácticamente desierta.
Sarah fue la primera en verbalizarlo, aunque
ya a Héctor la pregunta le había pasado por la cabeza. Ante la perspectiva de
pasar esas dos semanas juntos, volvía a acometerlos el temor de que el sexo
pudiera volverse aburrido o insípido. Vivían aterrorizados con esa posibilidad.
Se conocieron en una reunión de amigos y esa
misma noche tuvieron sexo encerrados en el único baño de aquella casa, mientras
otros invitados esperaban su turno para usarlo. Esa emoción había marcado su
comienzo y hacían constantes esfuerzos por no dejarla morir, por miedo a que la
relación se resintiera.
−¿Que tal si le ponemos un poco de sal a este
viaje tan tedioso? −propuso ella, adoptando una postura provocativa y mirando de soslayo hacia la entrepierna del
hombre.
Era la primera vez que viajaban juntos por
carretera. Aunque tenían más de un año de relación, nunca antes habían salido
fuera de Caracas. Los lances sobre ruedas no habían pasado de alguna que otra
sesión de sexo oral durante una tranca en la autopista.
−¿No será demasiado peligroso? −se resistió él−.
Podría excitarme tanto que perdiera el control del volante.
No hablaba en serio. Aquella reticencia
formaba parte de un juego que ya tenían establecido y que funcionaba casi
siempre de forma similar. Uno proponía la aventura y el otro debía poner los
inconvenientes sobre la mesa, para que la evidencia del peligro subiera la
temperatura del momento.
−Bueno, cariño, parte de la emoción reside en
eso, tienes que disfrutar sin darte el lujo de perder el control totalmente.
¿No te crees capaz de hacerlo? Si quieres puedo manejar yo.
También el desafío formaba parte de la puesta
en escena y claro, Héctor hizo lo esperado.
−Por supuesto que soy capaz, preciosa. Ven
acá, acércate para demostrártelo.
Pero Sarah tenía otra cosa en mente. Por el
contrario, se alejó más aún de él, y recostándose a la puerta de la camioneta,
comenzó a desvestirse lentamente. Héctor la miraba, dividiendo su atención
entre la vía, el espejo retrovisor y el pecho de su novia, cuyos redondos senos
nunca dejaban de sorprenderlo por su belleza y voluptuosidad. Ella, después de
descubrírselos, comenzó a acariciárselos suavemente con las yemas de los dedos
y él a cada ojeada percibía cómo los pezones se le iban endureciendo más y
más….
−Ven
acá, muñeca, pónmelos aquí cerquita, junto a la boca −le rogó.
Sarah fingió no escucharlo y levantando las
caderas del asiento, comenzó a quitarse la falda. Mientras con una mano seguía
acariciándose los senos, deslizó la otra bajo el elástico de la mínima
pantaleta de encaje negro y comenzó a mover los dedos en el interior, mientras
gemía.
Cuando vio que Héctor ya estaba fuera de sí,
se incorporó y se despojó por completo de la pantaleta. Totalmente desnuda, se
puso de rodillas sobre el asiento y comenzó a avanzar muy lentamente. La mano
derecha de él abandonó el volante y se introdujo entre las piernas de la mujer,
mientras un seno de ella se acercaba a su cara.
Héctor sacó la lengua y con ella alcanzó el
pezón erecto, que se estremeció con contacto, tensándose más aún. Sus dedos
empapados se movían por el sexo de la mujer, que gemía quedamente, mientras su
mano le bajaba lentamente el cierre del pantalón.
Fue entonces cuando lo vieron. Iba en otra
camioneta paralela a ellos y no dejaba de observar los pechos de Sarah,
perfectamente ubicados en su campo visual.
Héctor intentó abandonar el juego al notarlo,
pero ella se lo impidió.
−Vamos a seguir −le susurró−, me excita
demasiado que me esté mirando.
No mentía, pero tampoco estaba diciendo toda
la verdad. Mientras que Héctor sólo alcanzaba a ver la cara del hombre, ella,
por la altura a la que se encontraba, podía ver que éste se había bajado también
el cierre del pantalón y se masturbaba ante sus desconcertados ojos, que ya no
podían apartarse de su impresionante miembro.
Sin dejar de mirarlo se puso a horcajadas
sobre Héctor y se ensartó por completo en su pene ya completamente fuera del
pantalón. Él mantuvo a duras penas la dirección del vehículo mientras se
asombraba del furor con que su novia saltaba sobre él, más enardecida de lo que
nunca antes la había visto. La consciencia de que otro hombre la observaba y
que era él quien estaba disfrutándola, lo excitaba de un modo inimaginable.
Al unísono ambos alcanzaron un intenso
orgasmo, mientras ella constataba, triunfal, que también su vecino hacía lo
propio desde su camioneta, sin dejar de mirarla.
No volvieron a mencionar el incidente en el
resto del viaje, pero cuando ya en el hotel intentaron volver a hacer el amor,
no pudieron. Sencillamente, no lograban excitarse. Algo les faltaba. Se miraron
y sin palabras ambos comprendieron. Habían cruzado una peligrosa línea y ahora
ya nunca las cosas volverían a ser como antes.
Ahora viven prácticamente en la carretera.
Pero no es fácil lograr una situación tan propicia como la que se dio aquel día
sin planificarla. En los autos vecinos no siempre viajan hombres solos, y si
este requisito está presente, tampoco es garantía de que la cosa resulte. El
tipo puede ir manejando entretenido y ni siquiera percatarse de lo que sucede
en el vehículo de al lado.
O también puede darse el caso de que sí lo
note, pero que no capte la incitación y acelere, por temor a estar
importunando. Y si Sarah en un arranque de desesperación llega a hacerle un
guiño incitante, igual a veces también escapa, por temor a una escena de celos
o simplemente por timidez.

De verdad, me parece una historia muy triste, para mí son sólo dos perdedores que perdieron el norte de vista y viven en una burbuja de falsas ilusiones. Pobres, ni siquiera piensan que en el sexo como en cualquier disciplina, hay que ponerle, no solo imaginación, sino, mucho, mucho amor.
ResponderEliminarA mi me parece una historia muy emocionante, la adrenalina de tener sexo en un auto en movimiento, en peligro de muerte que ello implica y el ingrediente del exibicionismo-voyerismo le convierten en un relato muy excitante.
ResponderEliminarMe gusta el final, todos hemos un momento iluminado en la vida y a medida que el tiempo pasa lo recordamos con añoranza, para mi buscar de nuevo ese tiempo inasible, es un acto de valentia.
Naguara, muy bueno, me gusto mucho y me imagine todo, escribes muy bien gracias por esto obsequios.
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