–Mi amor, vamos a entrar al mar, ¿sí? –rogó el hombre, apretando su entrepierna contra el muslo de la mujer tendida en la arena–. Ya no puedo más.
–¿Y hacerlo en el agua? –replicó ella, escandalizada–. Ni se te ocurra, todo el mundo se da cuenta de lo que uno está haciendo. Me moriría de la vergüenza.
Víctor, tendido en su toalla un poco más allá, se alertó al escuchar aquello. Tenía rato viendo a aquella pareja besarse y apretujarse en la arena y había empezado a desear que se decidieran a ir más allá. Esperó, pendiente del desenlace de la conversación.
–No, chica, nadie lo tiene que notar –insistió el hombre–. Nos vamos bien atrás y disimulamos, solo nos movemos debajo del agua, y arriba, nos quedamos como si nada. Anda, vamos, yo sé que también te mueres de ganas.
Mientras le hablaba, le daba cortos besos en el cuello y deslizaba su mano por su muslo y cadera. La mujer se estremecía.
–Bueno, vamos –accedió ella al fin–. Pero sepárate un poco y esperemos a que se te baje, o todos se darán cuenta de a lo que vamos –agregó, con una risita cómplice–. Es más, yo me voy delante y nos encontramos allá.
Con una sonrisa, Víctor tomó sus lentes de buceo y esperó a que la mujer estuviera en el mar. Disimuladamente y dando un rodeo, entró también y ya nadando bajo la superficie, comenzó a buscarla. Aquello prometía ser interesante, ellos disimularían, pero él bajo el agua tendría la oportunidad de presenciarlo todo. Eso era lo que más lo excitaba de esa afición que con cierta regularidad ejercía desde hacía unos años, cuando su trabajo le dejaba un tiempo libre para ir a la playa. Saber que era el único que estaba viendo algo que sucedía prácticamente delante de todos.
Después de nadar un poco, la divisó. Su bikini rojo, que se destacaba desde lejos, le permitió orientarse. Cuando se acercó, vio que la chica metía las manos en la pieza inferior, sacudiéndose la arena que había dentro. Ante los ojos atónitos de Víctor, se la quitó por completo, dejando al descubierto, en todo su esplendor, aquellas nalgas espléndidas que él ya había adivinado a través del bañador, y se deslizó la mano por ellas, sacudiéndoles cualquier resquicio de arena. Cuando hizo lo propio entre las piernas, se volteó un poco y él pudo divisar el pubis prominente, con apenas una sombra de vello perfilado en el centro.
Ya casi no podía respirar cuando ella comenzó a ponerse el bikini, para lo cual alzó primero una pierna y luego otra, con lo que su zona más íntima quedó totalmente expuesta ante los ojos desorbitados del voyeur acuático. Tuvo que subir antes de que levantara la otra pierna, pues estaba a punto de ahogarse. No usaba esnórquel para esas incursiones, pues al permanecer en la superficie tenía una vista más limitada, y además, podían detectarlo fácilmente. Claro que tenía que estar saliendo a respirar cada vez que se le acababa el aire, pero eso tenía su atractivo. Debía calcular, cuando le quedaba poco aire, cuál era el mejor momento para salir y perderse lo menos posible del espectáculo. Todo eso hacía la cosa más excitante.
Cuando emergió, ella se sacudía la arena del sostén, para lo cual se lo separaba del seno, pero quedando debajo del agua. Antes de volver a bajar, Víctor echó una ojeada y vio que el hombre ya estaba alcanzando a la chica.
Era mucho mejor espiar a parejas que a chicas solas, pues con ella se trataba solo de admirarlas y contar con la suerte de que alguna se arreglara el traje de baño, dándole algún filón; que de pronto por el oleaje un seno quedara al descubierto, o como hoy, que una afortunada casualidad le permitiera ver mucho más. Pero eso era poco frecuente. Mucho más prometedor era cuando dos iban en plan de sexo, pues además de todo lo que eventualmente se exponía la vista, podía ponerse en el lugar del tipo y al verlo hacer, imaginar qué era él quién lo hacía, con lo que su disfrute solitario resultaba mucho más placentero.
El hombre llegó, agarró a la mujer por la cintura y la apretó contra su cuerpo, a la vez que la besaba con fuerza en los labios. Víctor se hundió bajo el agua, sabiendo que abajo la cosa estaría mucho más candente. En efecto, las manos de él ya habían bajado y se metían bajo el bikini de ella, acariciaban las nalgas y seguían más abajo, hundiéndose entre las piernas. Entonces se apartaba un poco, metía una de ellas por delante y comenzaba a mover los dedos en el sexo de la mujer.
Víctor subió a respirar y pudo ver el rostro de la chica, primero con una expresión de total éxtasis, y luego presenciar el momento en que no pudo más y colocando las manos en los hombros de su compañero, se impulsó hacia arriba, abrió las piernas y con ellas circundó las caderas de él, apretando el pubis contra su sexo, ya totalmente erecto. Víctor, otra vez bajo el agua, vio que el hombre se introducía la mano en el bañador, mientras la de la mujer iba a su entrepierna, y hacía a un lado la tela del bikini para darle paso.
Ahí le tocó volver a subir y tuvo la oportunidad de adivinar en el rostro de ella el momento en que la penetraban. En ese momento casi creyó que lo había visto, porque sus ojos miraban en su dirección, pero no, estaba demasiado concentrada en lo que estaba sintiendo. Se quedaron aparentemente quietos, con los rostros muy juntos, y Víctor volvió a sumergirse, lo que le permitió admirar el contraste entre la quietud superior y la actividad que bullía bajo el agua. La mujer movía acompasadamente sus caderas, mientras las manos de él le oprimían las nalgas, apretándola contra sí, para hundirse más y más en su interior.
Víctor se quedó como en un trance contemplando el movimiento de la cintura de la mujer, que iba aumentando en intensidad, y cuando no tuvo más aire, tuvo que quedarse un poco más al ver cómo las manos masculinas tiraban del lazo del sostén y lo desataban, dejando al descubierto los senos, que los labios del hombre comenzaron a recorrer. Casi se ahogaba y no podía despegar sus ojos de los oscuros pezones, que casi parecían estallar de tan erectos, cada vez que su lengua los rozaba.
Víctor al fin volvió a la superficie y aspiró el aire con ansia. Cuando se repuso, se dio cuenta de que se habían ido moviendo sin notarlo y ya estaban en una parte más baja de la playa. Algunas personas habían notado lo que sucedía y miraban, curiosos. Se sumergió y vio que el short del hombre estaba por sus tobillos, y la misma suerte corría el bikini, que había sido desatado de uno de sus lados, y se deslizaba por el muslo de la mujer. Los dos estaban prácticamente desnudos y ya no parecía importarles que pudieran verlos, pues el torso de la mujer estaba totalmente al descubierto y el hombre le chupaba y mordía los senos, mientras ella seguía moviéndose sobre él como en un frenesí, su rostro totalmente transfigurado por el placer que ya comenzaba a estremecerla.
Para cuando ambos llegaron casi al unísono a sus respectivos orgasmos, entre gemidos cada vez más fuertes, prácticamente había un círculo de gente a su alrededor y Víctor ya no era el afortunado voyeur que tenía que aguantar la respiración para no perderse parte de la acción, sino uno más de los que miraban, asombrados y envidiosos, a aquella pareja que, poseída por el placer, parecía haberse olvidado del mundo que la rodeaba.
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