viernes, 15 de febrero de 2013

Relato erótico: LIGANDO EN LA RED SOCIAL

¿Has usado alguna vez las redes sociales para ligar? Entérate de aquí de lo que puede suceder. 

Con una sonrisa satisfecha, Luis cerró la sesión de Facebook y se levantó del escritorio.  Una vez más, lo había conseguido. Se estaba convirtiendo en un experto. Era increíble como Facebook le había cambiado la vida y sobre todo la sexual, que desde el surgimiento de la red social había experimentado un giro de 180 grados. 

Siempre había tenido dificultades para relacionarse con el sexo opuesto. Las mujeres lo intimidaban de un modo que incidía directamente en su desempeño erótico. Para que un encuentro sexual le funcionara tenía que ser con un tipo específico de mujer, una que le permitiera tener el control total de la situación. Y eso nunca le había resultado fácil de conseguir. 

Con la llegada de Facebook, ante él se había abierto un mundo de infinitas posibilidades. Las mujeres que necesitaba estaban todas allí, solo tenía que saber buscarlas. Exploraba las listas de amigos de los amigos de sus amigos, y luego las de los amigos de estos, y así, en infinitas cadenas, para garantizar el anonimato. Las escogía inicialmente por la foto. Tenían que ser bonitas, pero no demasiado llamativas, y que se vieran más bien tímidas o recatadas. Nada de vampiresas ni mujeres fatales, esas lo ponían nervioso. Y por supuesto, que no aparecieran con un novio en la foto del perfil. Más importante aún, que no tuvieran amigos en común entre ellas.

Se inventaba una cuenta con un nombre falso, aunque no le quedaba más remedio que poner su propia foto, pues si todo iba bien, ellas terminarían por verlo personalmente. Tampoco era un problema, pues era bastante bien parecido. Por si acaso, usaba siempre una diferente. A las elegidas, les enviaba primero una solicitud de amistad sin mayores comentarios. A veces sucedía que una lo aceptaba solo por la foto. En caso contrario, enviaba un mensaje tipo, el mismo a todas: “Hola, (nombre). Me he tropezado contigo varias veces, pero mi timidez me ha impedido abordarte. Eres la mujer más hermosa que he visto en mi vida y quisiera poder conocerte mejor. Te pido que me des una oportunidad y me aceptes en tu lista de amigos”. 

Después de ese mensaje, muy pocas se negaban. Incluso aquellas que no acostumbraban a aceptar a desconocidos eran presa de la curiosidad. ¿De dónde había salido aquel hombre? Terminaban aceptándolo, en todo caso si se ponía pesado, siempre podrían rechazarlo más adelante. Una vez en la lista de amigos de la chica, Marcos ya podía explorar a gusto su perfil y conocer sus aficiones. 

Obviamente, a esa altura, junto con la aceptación, la mayoría ya le había devuelto el mensaje, preguntándole en qué lugar era que se habían visto y entonces él buscaba su profesión o algún dato que le fuera útil y de ahí sacaba la respuesta. Si la chica era abogada, él también lo era y la había visto en los tribunales. Si era médico, él era un paciente del consultorio cercano. Si veía que ella era asidua al teatro, el lugar había sido un estreno, si le gustaba la música, un concierto. 

Tomaba nota de sus aficiones, que por supuesto, siempre eran “casualmente” las mismas de él. Las chicas pronto comenzaban sospechar que habían encontrado a su alma gemela. Algunas le proponían enseguida conocerlo, pero él les daba largas. Seguía intercambiando mensajes, dejándoles caer insinuaciones sexuales, para ver cómo reaccionaban. Esperaba a que estuvieran ya desesperadas, para que fuera más fácil lograr su objetivo: llevarlas a la cama una vez, si acaso dos, y luego desaparecer de sus vidas. Borraba esa cuenta y abría otra para la siguiente víctima. Se sentía omnipotente.

Ahora mismo acababa de tener un éxito inesperado. Una chica a la que estaba trabajando desde hacía poco tiempo acababa de mandarle un mensaje prometedor. Quería verlo en su casa esa tarde, aprovechando que sus padres habían salido de viaje. Sonaba totalmente cándido y eso fue lo que más le gustó. Solía resistirse más tiempo y las primeras citas eran siempre en lugares públicos. Pero esta parecía con posibilidades de ir más lejos desde la primera vez, así que decidió aceptar. 

Tocó la puerta de la muchacha con unos minutos de retraso. Siempre llegaba un poco tarde a las citas, lo suficiente para ponerlas nerviosas, pero no tanto como para resultar descortés. Al abrirse, la chica estaba en el umbral, con una enorme sonrisa de bienvenida y la cantidad de ropa exacta para que nada quedara oculto, sin que resultara indecoroso si la veían desde la calle. Se veía mucho más voluptuosa de lo que aparentaba en las fotos de Facebook. Luis sintió un fuerte ramalazo de excitación, mezclado con una sensación de desasosiego. Siempre se controlaba muy bien y eso le permitía llevar la situación a su terreno. Tener que entrar a la casa ya con el temor de que ella notara su erección a través del pantalón, lo sacó de paso. 

Sandra, que así se llamaba la muchacha, le ofreció un trago y lo invitó a sentarse en el sofá. La sala estaba en semipenumbra y sonaba una agradable y sensual música de fondo. Ella lo invitó a sentarse y le ofreció un trago. Él aceptó, ya bastante mosqueado. El alcohol, cuando era introducido por él en la ecuación, podía ser un arma efectiva, pero en este caso no sabía que podría resultar. 

La chica trajo unas copas y una botella de vino. Él, tratando de tomar el control se dispuso a abrirla, pero ella declinó y mientras lo hacía, se inclinó lo suficiente como para ofrecerle una vista panorámica de sus generosos senos, que amenazaban desbordar el amplio escote de su camisa. Sirvió las copas y le sonrió, incitante, mientras las entrechocaban. Bebió un trago y se pasó la lengua por los labios, mientras lo miraba con picardía. 

A esa altura, Luis estaba totalmente excitado y fuera de sí. ¿Cómo había podido confundirse así con esa mujer? En las fotos parecía tan apocada, que él había previsto que, luego del avance que significó haberlo citado allí, ahora la encontraría poco menos que avergonzada, lo que le permitiría desplegar todas sus artes persuasivas. Pero ante una actitud tan desinhibida, no sabía cómo reaccionar.

Sandra colocó la copa en la mesita de centro y se movió en el sofá hasta estar más cerca de él, de modo que sus rodillas se tocaran, y comenzó a desabotonar lenta y sinuosamente su escotada blusa. Luis empezó a sudar frío, mientras que su erección seguía forzando la dura tela del blue jean, casi hasta hacerle daño. Ella se deshizo de la blusa y los abultados senos, contenidos por un mínimo sostén de encaje rojo que a duras penas lograba ocultar los pezones, se proyectaron hacia él, como apuntándolo. Se irguió, y sin dejar de mirarlo fijamente, deslizó la minifalda por las piernas y dejó al descubierto la mínima pantaleta, a juego con el sostén. Al medio voltearse para colocar la ropa en una butaca, Luis pudo entrever las redondas y prominentes nalgas, entre las que se perdía la delgada tira del hilo dental. 

La chica se volvió hacia él y con voz insinuante, le dijo: 

-Bueno, Rafael, hasta ahora todo lo que he conocido de ti me ha convencido de que somos almas gemelas. Solo me queda algo por averiguar para poder concluir que eres el hombre de mi vida –se llevó las manos a la espalda y desabrochó el sostén. Los pezones, grandes y oscuros, parecieron mirarlo, inquisitivos–. Ven aquí –le pidió extendiendo sus brazos hacia él, que avanzó como un autómata, la abultada entrepierna ya completamente expuesta.

Cuando estuvo cerca, ella de un tirón le abrió la camisa, haciendo saltar todos los botones y se la sacó por los brazos. Marcos sintió frío y casi comenzó a temblar. La muchacha llevó sus manos al cierre del pantalón y lo abrió. Su miembro, de considerable tamaño, apenas podía ser contenido por el calzoncillo y ella con un mínimo tirón lo puso al descubierto. Lo miró con expresión golosa y volvió a relamerse. Picándole un ojo, se deslizó de rodillas al suelo y lo atrapó con la boca. Marcos sintió sus labios recorrerlo con destreza y el poco control que aún le quedaba se fue a pique ante la andanada de placer que le estremeció todo el cuerpo y que le hizo vaciarse dentro de su boca apenas 10 segundos después de que ella comenzara la felación. 

Sandra se apartó, se puso de pie y lo miró como si viera un insecto.

-Entonces, ¿esto era todo? –Luis estaba buscando qué responder, cuando escuchó algo que lo puso a temblar–. Salgan, chicas, ya se acabó todo. 

Cinco muchachas salieron de detrás de una cortina y los rodearon. Luis no lo podía creer. Allí estaban varias de sus anteriores “conquistas”. Fue tal el pasmo que se reflejó en su rostro, que Sandra se echó a reír y algunas la secundaron.

-Díganme, ¿este es el Superman que se aprovechó de ustedes y luego se les perdió?

Todas asintieron, mirándolo con cara de desprecio. Sandra entonces se volvió hacia él.

-Te preguntarás cómo te descubrí. Pues muy fácil, creías tener todo muy controlado, pero  algo te falló. Un día, después de haberte aceptado como amigo, me salió en “Gente que quizás conozcas” una chica a la que conocía del bachillerato. Busqué sus amigos para ver si había alguien más conocido y cuál no sería mi sorpresa cuando te veo allí, era otra foto, con otro nombre, pero sin duda eras tú. El resto fue fácil. Contacté con ella y le pregunté de donde te conocía, y lo que me contó era lo mismo que me estaba pasando contigo. Entonces me pregunté cuántas chicas más habría en ese caso y les mandé un mensaje  a todas mis amigas, pidiéndoles que se lo replicaran  a las suyas y que la cadena continuara. Solo aparecía tu foto y este texto: “Si conoces a este hombre, por favor, comunícate conmigo, es muy importante”. Unos días después ellas aparecieron y todas repitieron la misma historia de conquista y posterior abandono. A mi amiga del bachillerato aún no la habías abandonado, debe haberte gustado más como para repetir y por eso seguías en su lista, pero te pusiste goloso, ¿no? Te había ido bien una a una, pero querías más emoción. Pues se acabaron tus quince minutos de gloria. Es mejor que abandones definitivamente esta práctica, porque voy a tenerte vigilado y como me entere que has vuelto a hacerlo, circularé una imagen por toda la red y no tendrás dónde esconderte que no te alcance la vergüenza. 

–¿Qué imagen? –balbuceó Luis.

En ese momento sonó un clic y un flash iluminó a Luis tal como se encontraba en ese momento: de pie, con los pantalones por las rodillas y el portentoso miembro convertido en apenas un gusanito asustado entre sus piernas.


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lunes, 7 de enero de 2013

Mis escenas eróticas favoritas. RAYUELA: La maestría de lo universal

Como una de las vertientes de este blog, me he propuesto mostrarles escenas eróticas de algunos autores, que para mí han sido hitos dentro del género, y que de algún modo me han inspirado.

Esta escena de Rayuela, de Julio Cortázar, a mí me impactó desde que la leí por primera vez. Su erotismo es moderado y más bien indirecto, pero no por ello deja de ser reveladora. Nos retrata una situación que todos hemos vivido muchas veces en el sexo, con esa maestría que hace que las grandes obras literarias sean universales. ¡Qué la disfruten!



“Toda esa tarde él asistió otra vez, una vez más, una de tantas veces más, testigo irónico y conmovido de su propio cuerpo, a las sorpresas, los encantos y las decepciones de la ceremonia. Habituado sin saberlo a los ritmos de la Maga, de pronto un nuevo mar, un diferente oleaje lo arrancaba a los automatismos, lo confrontaba, parecía denunciar oscuramente su soledad enredada de simulacros. Encanto y desencanto de pasar de una boca a otra, de buscar con los ojos cerrados un cuello donde la mano ha dormido recogida, y sentir que la curva es diferente, una base más espesa, no un tendón que se crispa brevemente con el esfuerzo de incorporarse para besar o morder. Cada momento de su cuerpo frente a un desencuentro delicioso, tener que alargarse un poco más, o bajar la cabeza para encontrar la boca que antes estaba ahí tan cerca, acariciar una cadera más ceñida, incitar a una réplica y no encontrarla, insistir, distraído, hasta darse cuenta de que todo hay que inventarlo otra vez, que el código no ha sido estatuido, que las claves y las cifras van a nacer de nuevo, serán diferentes, responderán a otra cosa. El peso, el olor, el tono de una risa o de una súplica, los tiempos y las precipitaciones, nada coincide siendo igual, todo nace de nuevo siendo inmortal, el amor juega a inventarse, huye de sí mismo para volver en su espiral sobrecogedora, los senos cantan de otro modo, la boca besa más profundamente o como de lejos, y en un momento donde antes había como cólera y angustia es ahora el juego puro, el retozo increíble, o al revés, a la hora en que antes se caía en el sueño, el balbuceo de dulces cosas tontas, ahora hay una tensión, algo incomunicado pero presente que exige incorporarse, algo como una rabia insaciable. Sólo el placer en su aletazo último es el mismo; antes y después el mundo se ha hecho pedazos y hay que nombrarlo de nuevo, dedo por dedo, labio por labio, sombra por sombra”.


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jueves, 20 de diciembre de 2012

Cuento erótico: PASE A LA SIGUIENTE CAJA



No tenía por costumbre mirar hacia la cola. Menos aún cuando sabía que tendría que irse y que por esa razón aquellas personas deberían esperar por más tiempo. Se sentía culpable al ver sus caras de fastidio cuando ella colocaba contra el vidrio de la ventanilla el cartel que indicaba que esa caja dejaría de funcionar.

No tenía idea de qué la había hecho mirar justo ese día. Recibió la llamada mientras atendía a un mensajero de esos que hacen un montón de ingresoss y ya la ansiedad se la estaba devorando. Cuando terminó con el hombre y tomó en sus manos la tablilla, un inusual impulso la hizo alzar la vista. Y allí estaba Diego. Era el primero de la larga fila de gente que esperaba su turno.

Probablemente había dejado pasar a varias personas, calculando hasta que le tocara su caja. Pero a Mónica el gerente la había mandado a llamar y ella tenía que irse. Sus muslos estaban mojados desde que escuchara por el teléfono interno la voz de la secretaria, avisándole que él la requería de inmediato.

Siempre que recibía el llamado, tenía que hacer un gran esfuerzo para que el cliente de turno no se percatara de su repentina turbación y también para que los billetes no se escurrieran de sus manos vacilantes. Terminaba la transacción en curso y colocaba el aviso de "caja cerrada". Y casi corría a su encuentro.

Cuando entraba, ya el hombre la estaba esperando junto a la puerta. Pasaba el seguro y la arrimaba a la pared. Ella se colgaba de su cuello, colocaba sus piernas alrededor de sus caderas y cerraba los ojos, mientras él la penetraba con fuerza y sin preámbulo alguno. Nada de besos ni caricias, nunca una palabra ni un gesto de afecto. Pero el goce que le hacía experimentar no era de este mundo.

Todo había comenzado un par de años atrás. El gerente estaba recién llegado y todas sus compañeras comentaban que era guapísimo. La primera vez que Mónica lo vio, tuvo que reconocer que en verdad era muy atractivo, pero en su caso la cosa fue más allá. Cuando sus miradas se encontraron, de inmediato sintió que un extraño pase de corriente se establecía entre ellos y luego una inexplicable inquietud apenas la dejó pegar un ojo esa noche.

Al día siguiente el hombre la mandó a llamar a su despacho. Cuando entró, no lo vio en su escritorio y de inmediato sintió una presencia a su espalda. Ni siquiera le pasó por la mente oponer resistencia cuando unas manos que sabían muy bien lo que hacían desabrocharon su pantalón y lo dejaron rodar por sus muslos que, inexplicablemente, ya comenzaban a humedecerse. La colocó contra la pared y sin contemplación alguna, la penetró desde atrás.

No la besó, ni siquiera en el cuello, a pesar de que podía sentir su aliento tibio en la piel, y sus manos solo la tocaron en el sitio donde aferraron sus caderas para facilitar la penetración. Pero a medida que el hombre se movía en su interior, el placer comenzó a apoderarse de Mónica en oleadas cada vez más fuertes y para cuando lo escuchó jadear cerca de su oído, había alcanzado niveles tan altos que casi creyó perder el sentido.  

Cuando todo acabó, él se apartó, se acomodó la ropa y sin una palabra, se fue a su escritorio. Mónica, aun con las piernas temblorosas por la magnitud del orgasmo, tuvo que reponerse y salir como si nada hubiera pasado.

Después de esa primera vez, la cosa comenzó a repetirse unas dos veces a la semana, aunque siempre variaban los días y las horas, lo que lo hacía bastante impredecible, y por ello, más emocionante. Mónica aprendió a estar preparada. Comenzó a ir a trabajar con falda y cuando recibía el aviso, pasaba por el aseo y se quitaba la ropa interior. Estaba lista.

Nunca supo si sucedía con alguien más de la agencia y tampoco intentó descubrirlo. No amaba a aquel hombre. Jamás se habían visto fuera del banco ni lo echaba de menos en sus vacaciones. Pero él sólo tenía que llamarla y ella acudía sin pensarlo. Hoy era la primera vez que vacilaba. Se preguntó qué sucedería en caso de no ir. Era su último día de trabajo antes de las vacaciones de Navidad y pasaría un par de semanas hasta que nuevamente tuviera oportunidad de estar con él. ¿Y si se molestaba y no la buscaba más?

Eso la preocupaba y no solo por dejar de sentir aquel placer delirante. Aunque no era su motivación esencial, sabía que mientras las cosas siguieran así, su empleo estaba garantizado y también su evolución laboral, aun en aquel ambiente tan competitivo. Había comenzado como operadora telefónica y ya era cajera. Pronto ascendería a promotora de negocios. Y todo eso, a cambio de pasársela tan bien. No, no valía la pena arriesgarse.

El único problema era Diego. Lo amaba y le dolía que aquella relación casi perfecta tuviera que verse empañada por su traición. Él era el hombre de su vida, el que había elegido para ser el padre de sus hijos. Solo faltaba que le pidiera matrimonio. Pero no se decidía. Solía alegar que todavía no estaba listo, que aún tenían que disfrutar más antes de asumir un compromiso tan serio y otros pretextos por el estilo. Ella trataba de no usar esa insatisfacción para aminorar su culpa, pero en cierta forma aquello la compensaba. Así que se tragaba sus remordimientos y seguía con su secreto a cuestas.

¿Qué habría venido a hacer Diego a su banco? Rara vez lo hacía, ni siquiera tenía cuenta allí. Se fijó y le pareció distinguir un cheque en su mano. Seguramente tenía prisa por cobrarlo y aprovechó para saludarla. ¡Qué mala suerte que apareciera justo en ese momento! Porque una cosa era engañarlo a sus espaldas y otra lanzarle en la cara el cartel de caja cerrada e irse a fornicar con su jefe en sus mismas narices. Aunque él no tenía por qué enterarse. En definitiva, ella estaba en su trabajo y bien podía tener una reunión urgente. Pero igual se sentía terrible por hacerlo.

Le quedaban apenas unos segundos para decidirse. A pesar del nerviosismo, no pudo dejar de evocar lo que la esperaba allá adentro, y algo que no era su cerebro terminó de tomar la decisión por ella. ¡Qué diablos! No iba a perderse algo tan bueno nada más por intercambiar unas sonrisas con su novio, mientras contaba su dinero y se lo entregaba. Igual no confesaría haberlo visto y pronto otro cajero lo atendería y se marcharía.

No lo pensó más. Colocó la tablilla contra el vidrio y sin mirar atrás, se esfumó en dirección al baño.

Diego alzó la vista de la revista que leía y notó que la caja de Mónica estaba vacía. “Ni siquiera me vio”, se dijo, encogiéndose de hombros. “Debe ser que aún no es el momento. Tal vez para San Valentín”. Aunque el cajero de al lado estaba llamando al “siguiente”, dio media vuelta y caminó hacia la salida.

Antes de arrugarlo y lanzarlo en una papelera, contempló por última vez el cheque con que había planeado sorprender a su novia esa Navidad. En lugar de su nombre y los números habituales, una frase lo atravesaba de lado a lado: “¿Quieres casarte conmigo?”.


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domingo, 9 de diciembre de 2012

Relato erótico: DIFERENCIA DE EDAD


En medio del calor del entrenamiento, es fácil que suba  la temperatura sexual y la imaginación cabalgue por sobre las máquinas de ejercicio.

Cuando las vio ese día en el gimnasio, entrenando juntas, lo primero que pensó Marcos fue que eran amigas. Era obvio que había una diferencia de edad ─una de ellas era muy joven, no tendría más de 20 años, mientras que la otra estaba entrando en la madurez─, pero no le prestó demasiada atención a ese detalle.

Luego comenzó a intrigarlo el modo en que se trataban una a la otra, a su juicio, demasiado cercano e íntimo para tratarse de una simple amistad. Demasiadas sonrisas, roces y arrumacos, ahí había gato encerrado. Luego vio que la mayor, con expresión de reproche, le acomodaba a la chica el escote de la camiseta deportiva, que se había estirado y mostraba más que lo que era decoroso. Más tarde, cuando se dio cuenta de que él las miraba, puso cara de perro guardián. Sí, ahí tenía que haber algo más.

Las siguió observando, ahora con más disimulo. Las dos estaban en muy buena forma. La madura era inclusive más bonita que la joven, y tenía un cuerpo más voluptuoso, con caderas anchas, cintura estrecha y trasero prominente, si bien no era demasiado pródiga en su parte superior. La más joven tampoco estaba mal, aunque tenía un rostro corriente. Era más delgada y menos curvilínea, excepto por un par de enormes senos que parecían de reciente adquisición y que se empeñaba en mostrar a pesar de los esfuerzos de su compañera por evitarlo. Era obvio que si tenían una relación, la mayor era quien llevaba la voz cantante en ella.  

En un momento en que la chica estaba en un aparato y sudaba a mares, la otra sacó un pañuelo y le secó la cara, con una sonrisa de tanta complacencia, que ya Marcos no tuvo dudas. La más vieja seguramente había seducido a la jovencita con toda su experiencia y la tenía dominada, pero era obvio que a la chica le gustaba coquetear, como a todas las de su edad. De hecho en un momento le pareció que le guiñaba un ojo a espaldas de la otra. Pero a él no le interesaba una simple aventura con una muchacha joven e inexperta, había allí otro filón erótico que lo atraía mucho más.

¿Cómo sería el sexo entre esas dos? Obviamente, la mayor debía ser la que llevara el control y tomara la iniciativa. A partir del momento en que dejó que esa inquietud le entrara en la cabeza, en su mente comenzaron a generarse imágenes donde las veía desnudas y en las posiciones más sugerentes, siempre relacionadas con los ejercicios que estaban haciendo en el momento.

Una de esas fantasías se la sugirió el hecho de que la muchacha usaba una máquina en que permanecía sentada, abriendo y cerrando las piernas. La otra estaba bocabajo en el aparato donde se trabajan los aductores. Mentalmente Marcos las desnudó y acercó, de modo que la cabeza de la mayor se insertaba entre las piernas de la joven ─cuyo rostro, de transfigurado por el esfuerzo del ejercicio pasó a tener una expresión de total éxtasis─, que gemía y abría los muslos de par en par, para luego, siguiendo el movimiento de la máquina, volver a cerrarlos, apretando contra su sexo la cabeza de la otra mujer, cuya lengua se alargaba y recogía al mismo ritmo con que alzaba y estiraba sus piernas en su aparato.

La erección que esa fantasía le produjo obligó a Marcos a buscar una máquina más remota, la única donde quedaba de espaldas al resto de las personas, para esperar que se le pasara, mientras fingía hacer bíceps. Cuando pudo volverse, ya las dos mujeres no estaban allí.

Temió no volver a verlas. Era primera vez que ellas venían al gimnasio del que él era asiduo, sabía que muchas lo hacían solo una vez como prueba y no regresaban. No quería perderlas de vista. Se apuró hacia el vestidor y se cambió de prisa, confiando en que las mujeres son más lentas en arreglarse y cuando estuvo listo, se apostó en la entrada, simulando mirar una cartelera.

Tras esperar un buen rato, en que casi se convenció de que tal vez se hubieran ido con la misma ropa deportiva, vio que salían del vestidor femenino recién bañadas, y tomadas del brazo, intercambiando sonrisas. Mientras ellas se acercaban a la recepción, en su cabeza se dibujó una nueva fantasía.

A esa hora no había mucha gente en el gimnasio, tal vez esas dos habían aprovechado para hacer sus cosas en la ducha y de ahí la demora. Imaginó a la joven desnuda bajo el chorro y a la otra acercándosele de frente, de modo que sus generosas nalgas quedaban en todo su campo visual. La veía llegar hasta la chica y comenzar a sobarle y besarle los pechos mojados, mientras ella echaba para atrás la cabeza, mostrando su placer.

Entonces comprendió que no podía permanecer ajeno y se incorporó a la escena. Se acercó por detrás a la mayor y apretando su sexo contra las poderosas nalgas, la rodeó con sus dos brazos. El derecho lo dirigió hacia arriba, agarrando uno de los pequeños y bien formados senos cuyo pezón sintió duro como piedra, y el otro lo deslizó hacia abajo, hundiendo sus dedos en la tupida maraña que resguardaba su entrepierna. Entonces para su sorpresa, la joven, que le quedaba de frente, se inclinó hacia adelante y le introdujo en la boca su lengua caliente y húmeda, mientras Marcos sentía el trasero de la otra mujer restregarse contra su miembro erecto.

En ese momento oyó algo que lo sacó de golpe de su fantasía. Las dos mujeres ya habían terminado en la recepción y la mayor saludaba a otra como de su edad que acababa de entrar al gimnasio.

─¡Martha! ─oyó decir a la recién llegada─ ¡Cuánto tiempo sin verte!

Ambas mujeres se abrazaron y ya Marcos  comenzaba a imaginar nuevas y fantasiosas ramificaciones, cuando la llamada Martha se separó de la otra y le señaló a su joven compañera.

─Miriam, ven acá, saluda a mi amiga Julia ─se volvió hacia ésta─. ¿Te acuerdas de mi hija, verdad?

La erección, que Marcos estaba tratando otra vez de ocultar, desapareció al instante mientras la tal Julia miraba a la jovencita con admiración.

─Claro, chica, pero mira que pasa el tiempo, si ya es una mujercita…

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miércoles, 28 de noviembre de 2012

Cuento erótico: TESTIGO AL VOLANTE

                                                    
Al principio no fue más que un juego. Uno más de esos ardides que solían usar cuando sentían que la inercia se apoderaba de su relación. De inmediato buscaban una manera de volver a hacer del sexo algo emocionante o peligroso.

Siempre les daba resultado. Y esa vez también resultó, pero luego ya no les fue posible librarse de ello. Se les convirtió en una adicción.

Todo comenzó una mañana que viajaban por la carretera rumbo a Puerto La Cruz, a embarcarse en el ferry hacia la isla de Margarita, donde pasarían quince días de vacaciones. Era un día de semana, y no había ningún puente cerca, así que la vía estaba prácticamente desierta.

Sarah fue la primera en verbalizarlo, aunque ya a Héctor la pregunta le había pasado por la cabeza. Ante la perspectiva de pasar esas dos semanas juntos, volvía a acometerlos el temor de que el sexo pudiera volverse aburrido o insípido. Vivían aterrorizados con esa posibilidad.

Se conocieron en una reunión de amigos y esa misma noche tuvieron sexo encerrados en el único baño de aquella casa, mientras otros invitados esperaban su turno para usarlo. Esa emoción había marcado su comienzo y hacían constantes esfuerzos por no dejarla morir, por miedo a que la relación se resintiera.

−¿Que tal si le ponemos un poco de sal a este viaje tan tedioso? −propuso ella, adoptando una postura provocativa y mirando de soslayo hacia la entrepierna del hombre.

Era la primera vez que viajaban juntos por carretera. Aunque tenían más de un año de relación, nunca antes habían salido fuera de Caracas. Los lances sobre ruedas no habían pasado de alguna que otra sesión de sexo oral durante una tranca en la autopista. 
−¿No será demasiado peligroso? −se resistió él−. Podría excitarme tanto que perdiera el control del volante.

No hablaba en serio. Aquella reticencia formaba parte de un juego que ya tenían establecido y que funcionaba casi siempre de forma similar. Uno proponía la aventura y el otro debía poner los inconvenientes sobre la mesa, para que la evidencia del peligro subiera la temperatura del momento.

−Bueno, cariño, parte de la emoción reside en eso, tienes que disfrutar sin darte el lujo de perder el control totalmente. ¿No te crees capaz de hacerlo? Si quieres puedo manejar yo.

También el desafío formaba parte de la puesta en escena y claro, Héctor hizo lo esperado.

−Por supuesto que soy capaz, preciosa. Ven acá, acércate para demostrártelo.

Pero Sarah tenía otra cosa en mente. Por el contrario, se alejó más aún de él, y recostándose a la puerta de la camioneta, comenzó a desvestirse lentamente. Héctor la miraba, dividiendo su atención entre la vía, el espejo retrovisor y el pecho de su novia, cuyos redondos senos nunca dejaban de sorprenderlo por su belleza y voluptuosidad. Ella, después de descubrírselos, comenzó a acariciárselos suavemente con las yemas de los dedos y él a cada ojeada percibía cómo los pezones se le iban endureciendo más y más….

 −Ven acá, muñeca, pónmelos aquí cerquita, junto a la boca −le rogó.

Sarah fingió no escucharlo y levantando las caderas del asiento, comenzó a quitarse la falda. Mientras con una mano seguía acariciándose los senos, deslizó la otra bajo el elástico de la mínima pantaleta de encaje negro y comenzó a mover los dedos en el interior, mientras gemía. 

Cuando vio que Héctor ya estaba fuera de sí, se incorporó y se despojó por completo de la pantaleta. Totalmente desnuda, se puso de rodillas sobre el asiento y comenzó a avanzar muy lentamente. La mano derecha de él abandonó el volante y se introdujo entre las piernas de la mujer, mientras un seno de ella se acercaba a su cara.

Héctor sacó la lengua y con ella alcanzó el pezón erecto, que se estremeció con contacto, tensándose más aún. Sus dedos empapados se movían por el sexo de la mujer, que gemía quedamente, mientras su mano le bajaba lentamente el cierre del pantalón.

Fue entonces cuando lo vieron. Iba en otra camioneta paralela a ellos y no dejaba de observar los pechos de Sarah, perfectamente ubicados en su campo visual.

Héctor intentó abandonar el juego al notarlo, pero ella se lo impidió.

−Vamos a seguir −le susurró−, me excita demasiado que me esté mirando.

No mentía, pero tampoco estaba diciendo toda la verdad. Mientras que Héctor sólo alcanzaba a ver la cara del hombre, ella, por la altura a la que se encontraba, podía ver que éste se había bajado también el cierre del pantalón y se masturbaba ante sus desconcertados ojos, que ya no podían apartarse de su impresionante miembro.

Sin dejar de mirarlo se puso a horcajadas sobre Héctor y se ensartó por completo en su pene ya completamente fuera del pantalón. Él mantuvo a duras penas la dirección del vehículo mientras se asombraba del furor con que su novia saltaba sobre él, más enardecida de lo que nunca antes la había visto. La consciencia de que otro hombre la observaba y que era él quien estaba disfrutándola, lo excitaba de un modo inimaginable.

Al unísono ambos alcanzaron un intenso orgasmo, mientras ella constataba, triunfal, que también su vecino hacía lo propio desde su camioneta, sin dejar de mirarla.

No volvieron a mencionar el incidente en el resto del viaje, pero cuando ya en el hotel intentaron volver a hacer el amor, no pudieron. Sencillamente, no lograban excitarse. Algo les faltaba. Se miraron y sin palabras ambos comprendieron. Habían cruzado una peligrosa línea y ahora ya nunca las cosas volverían a ser como antes.

Ahora viven prácticamente en la carretera. Pero no es fácil lograr una situación tan propicia como la que se dio aquel día sin planificarla. En los autos vecinos no siempre viajan hombres solos, y si este requisito está presente, tampoco es garantía de que la cosa resulte. El tipo puede ir manejando entretenido y ni siquiera percatarse de lo que sucede en el vehículo de al lado.

O también puede darse el caso de que sí lo note, pero que no capte la incitación y acelere, por temor a estar importunando. Y si Sarah en un arranque de desesperación llega a hacerle un guiño incitante, igual a veces también escapa, por temor a una escena de celos o simplemente por timidez.


Son muchas las veces que regresan a casa de madrugada, desalentados, e intentan hacer el amor viendo una película porno, que se desarrolle en algún vehículo, o en la que alguien contemple a otros mientras hacen el sexo. Pero si en ocasiones lo logran, se les antoja algo aburrido, insípido, comparado con la inquietante emoción de tener un testigo observándolos desde el automóvil vecino.



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