jueves, 17 de abril de 2014

Escenas eróticas memorables - Cien años de soledad


Cien años de soledad, la novela más universalmente conocida y apreciada del fallecido Gabriel García Márquez, tiene una escena erótica que, desde que la leí por primera vez, siendo adolescente, me perturbó, y que incluso llegué a saberme de memoria, como tantos otros pasajes del libro.  

Aquí se las dejo, acompañada de la hermosa portada de la edición cubana de 2007, ilustrada por el artista plástico Roberto Fabelo.


En cierta ocasión, José Arcadio le miró el cuerpo con una atención descarada, y le dijo: «Eres muy mujer, hermanita». Rebeca perdió el dominio de sí misma. Volvió a comer tierra y cal de las paredes con la avidez de otros días, y se chupó el dedo con tanta ansiedad que se le formó un callo en el pulgar. Vomitó un líquido verde con sanguijuelas muertas. Pasó noches en vela tiritando de fiebre, luchando contra el delirio, esperando, hasta que la casa trepidaba con el regreso de José Arcadio al amanecer. 

Una tarde, cuando todos dormían la siesta, no resistió más y fue a su dormitorio. Lo encontró en calzoncillos, despierto, tendido en la hamaca que había colgado de los horcones con cables de amarrar barcos. La impresionó tanto su enorme desnudez tarabiscoteada que sintió el impulso de retroceder. «Perdone -se excusó-. No sabía que estaba aquí». Pero apagó la voz para no despertar a nadie. «Ven acá», dijo él. Rebeca obedeció. Se detuvo junto a la hamaca, sudando hielo, sintiendo que se le formaban nudos en las tripas, mientras José Arcadio le acariciaba los tobillos con la yema de los dedos, y luego las pantorrillas y luego los muslos, murmurando: «Ay, hermanita: ay, hermanita». Ella tuvo que hacer un esfuerzo sobrenatural para no morirse cuando una potencia ciclónica asombrosamente regulada la levantó por la cintura y la despojó de su intimidad con tres zarpazos y la descuartizó como a un pajarito. Alcanzó a dar gracias a Dios por haber nacido, antes de perder la conciencia en el placer inconcebible de aquel dolor insoportable, chapaleando en el pantano humeante de la hamaca que absorbió como un papel secante la explosión de su sangre.

Pincha aquí y lee otras escenas eróticas de grandes de la literatura

domingo, 6 de abril de 2014

Relato LA GUARIDA DEL FANTASMA

La noche prometía ser aburrida. El autobús en que viajaba rumbo a Mérida se accidentó justo al pasar por aquel pueblito perdido en medio de la nada. Luego de revisar la avería, el chofer les comunicó que no podrían repararla hasta el día siguiente, por lo que deberían pernoctar allí.
Sarah dejó su equipaje en una habitación de la única posada existente, y salió en busca de algún sitio aceptable donde cenar. No se hacía ilusiones con aquel lugar, por eso se sorprendió al toparse con una pequeña tasca, de aspecto pintoresco y un nombre más pintoresco aún: “La guarida del fantasma”.
No estaba muy concurrida y el interior era algo sombrío, pero el olor que escapaba por la puerta de la cocina era prometedor. Se encaminó a la barra. El cantinero era un hombre de mediana edad, alto y bastante fornido, cuyos vivaces ojos azules la midieron de arriba abajo, deteniéndose particularmente en el escote de su blusa, por el que los senos sobresalían, tentadores.
Eso no incomodó a Sarah. Era una mujer alta y voluptuosa, a la que gustaba mostrar sus encantos, y estaba acostumbrada a atraer constantemente sobre sí miradas que intentaban desnudarla. Y este hombre era atractivo, a pesar de su aspecto algo tosco. Buscó su mirada y le sonrió. Él se acercó de inmediato, solícito y ella, luego de pedir una cerveza, le buscó conversación. Supo entonces que era el dueño del local, del cual se encargaba con la ayuda de un mozo que atendía las mesas.
Ordenó una cena ligera y el hombre se alejó en dirección a la cocina. Mientras bebía y esperaba su comida, Sarah le echó una ojeada al lugar. Las mesas de madera eran rústicas, pero confortables y tenían velas en el centro, las que, junto a varios candelabros  de hierro que colgaban de las paredes, constituían la única iluminación del lugar. Los muros estaban cubiertos con tenebrosas escenas, en las que una extraña figura masculina se veía inmersa en diversas situaciones, siempre con alguna mujer de contraparte.
Cuando el dueño le trajo su plato, Sarah indagó acerca de tan peculiar decoración y él le explicó que aludía a una antigua leyenda del pueblo. Según decían, al fondo del callejón aledaño al bar habitaba un fantasma cuya afición era importunar a las mujeres que osaban pasar por allí después de medianoche.
-¿Cómo que las importuna? –preguntó Sarah, entre incrédula y curiosa-. ¿No será más bien que las asusta? Es lo que suelen hacer los fantasmas…
-Es un fantasma… diferente –respondió el hombre muy serio y circunspecto-. Ellas dicen que se les acerca y las acaricia. Y debe ser cierto, porque de otro modo no notarían su presencia, ya que es invisible.
-¿Invisible? ¿Y entonces esas imágenes…?
El dueño sonrió.
-Son imaginaciones mías. Traté de recrear cuál sería el aspecto del fantasma, de hacerse visible. Siempre hablo con las mujeres que se lo encuentran, que luego del lance se refugian aquí. Coinciden en que es muy fuerte, con manos grandes, cálidas y suaves, y que exhala un tenue olor a almizcle.
Sarah movió la cabeza, escéptica. Todo aquello se le antojaba la mar de fantasioso, aunque el hombre aparentaba estar muy convencido de lo que decía. Entonces una idea pasó veloz por su cabeza. ¿Y si no había fantasma, sino que era el propio tabernero quien alimentaba la leyenda, para luego, en la oscuridad, aprovecharse de las crédulas mujeres que cayeran en la trampa? Le seguiría el juego a ver hasta dónde llegaba.  
-Almizcle… Hum, creo que ese fantasma es un poco travieso –dijo, mirándolo con una sonrisa pícara.
El hombre le devolvió la sonrisa.
-Vaya si lo es. Y le puedo asegurar que la cosa le da buenos resultados. Más de una ha regresado al pueblo solamente para volver a encontrarse con él.  

Cuando dieron las doce, Sarah aún no había podido dormirse. La historia del fantasma le daba vueltas a en la cabeza, exacerbando su espíritu aventurero. El coqueteo con el dueño de la taberna no había tenido consecuencias, pero le había dejado unas excitantes cosquillas que exacerbaban su inquietud.
-Si no me cree, pásese a la medianoche por ahí y luego me cuenta –la retó, cuando ella se puso de pie para marcharse, volviéndola a desnudar con la mirada.
Sarah sonrió al recordarlo y sintió un ramalazo de excitación. La verdad era que no le importaría jugar un poco a los fantasmas con aquel hombre. A fin de cuentas, estaba sola en ese pueblo y nunca volvería a él. Podía darse el lujo de ser osada.
Al fin se decidió y levantándose, se encaminó al lugar. Para llegar, tenía que pasar cerca de la tasca, y cuál no sería su sorpresa al descubrir que estaba cerrada. Aunque pensándolo bien, tenía sentido. Si él sospechaba que ella podía ser una víctima más de su fantasiosa historia, era lógico que tomara las previsiones para estar disponible.
Ya bastante excitada, se adentró en el callejón. No había luna y la oscuridad era tan profunda que le costaba percibir sus propias manos. De pronto un viento asombrosamente cálido la envolvió, haciéndola estremecer. ¿Sería real, o habría un ventilador escondido tras unos arbustos para crear la atmósfera adecuada?
En ese momento sintió una presencia. Aún no la tocaba, pero supo que estaba muy cerca. Creía escuchar una leve respiración, la atmósfera a su alrededor se había tornado densa y un tenue perfume acariciaba a su nariz. Trató de identificarlo, era como… ¡almizcle!
No pudo dejar de admirar la puesta en escena. Era realmente convincente. Una mujer más fantasiosa, perfectamente podría convencerse de que estaba frente a una presencia sobrenatural. Pero si el tabernero ese aspiraba a asustarla, ella no le daría el gusto. Tomaría la iniciativa.
Sin dudarlo, se abrió de un tirón blusa, descubriendo sus grandes y redondos senos. Sospechaba que él podía verla en la oscuridad y su reacción se lo confirmó. Dos invisibles manos, que en efecto, eran muy grandes y suaves, comenzaron a acariciar sus pechos con una cadencia lenta y sostenida. El contacto se le antojó paradisíaco. No se podía negar que el hombre era bueno de verdad.
Como en un trance se fue despojando del resto de la ropa. Aquellos dedos divinos abandonaron su pecho y fueron recorriendo lentamente su contorno. Bajaron desde las axilas, bordearon la estrecha cintura, dibujaron la amplia curva de la cadera y masajearon las suaves colinas de sus nalgas. Una de aquellas manos se abrió paso entre sus muslos, que ella entreabrió para facilitárselo. Unos dedos expertos exploraron su sexo, buscando el centro de su placer.
La respiración, antes tenue, se escuchaba más fuerte ahora, pero ella apenas se percataba. Estaba completamente entregada a las sensaciones que se iban produciendo en su cuerpo. No tenía dudas de que la fuente de aquellos estímulos era real, pero tenía que reconocer que lo que le hacía sentir no parecía ser de este mundo.
De repente, un impulso inesperado la elevó por la cintura, con tanta facilidad como si se hubiera tratado de una pluma. Sarah, que estaba consciente de su peso, quedó gratamente sorprendida. Muy pocos hombres eran capaces de intentar esas acrobacias con ella. Su espalda fue apoyada contra algo frío, que supuso el tubo de algún farol, y las dos manos le aferraron con firmeza las caderas y las impulsaron hacia abajo.
La sensación que acto seguido atravesó sus entrañas, haciéndola sentir que se quemaba por dentro, la hizo dudar por primera vez. Aquello era demasiado grande, demasiado duro, demasiado suave, demasiado caliente. Y la forma en que se movía… Definitivamente, no parecía humano. ¿Sería realmente un fantasma?
¡Qué tontería! El tabernero lo tenía todo previsto, y algún efecto estaría utilizando, tal vez algún tipo de lubricante especial que provocara ese tipo de sensaciones. No quiso seguir pensando y se abandonó a la avalancha de sensaciones divinas que la iban recorriendo a medida que aquella fuerza descomunal se movía dentro de ella. Viniera de donde viniera aquello, quería seguirlo sintiendo. Cabalgó sobre ese corcel invisible, y con cada arremetida el placer la fue invadiendo en oleadas más y más fuertes.
Apenas se reponía del orgasmo, cuando sintió que era depositada en el suelo con suavidad y aquel contacto se alejaba de ella. Sintió una repentina ansiedad.
-¡Oye! ¡Espera! No me dejes aquí. Sé que eres tú y no me importa. Estuvo muy bien, ¡vuelve, por favor!
Nada sucedió. De repente, sintió frío. La atmosfera se había aligerado y el olor a almizcle se desvanecía. Se sentía sin fuerzas. Se recostó en el poste y cerró los ojos.

Al día siguiente despertó en el hotel, sin recordar cómo había regresado allí. Todo lo sucedido la noche anterior le parecía algo inverosímil. ¿Lo habría soñado?
Salió de la habitación y se fue al restaurante. Al entrar, le extrañó no ver al dueño por allí. Se sintió algo decepcionada, estaba deseando mirarlo a los ojos, sabía que en ellos encontraría la respuesta a sus dudas. Ni modo. Al parecer aquel despliegue de fuerza bruta lo había dejado noqueado y aún no se levantaba de la cama. Cuando el mozo se acercó a tomar su orden, le preguntó por su patrón.
-Ay, señorita, él no pudo venir hoy. Resulta que anoche, solo un rato después de que usted se fuera, le avisaron que su esposa estaba de parto y tuvo que salir corriendo al hospital, que queda en un pueblo cercano. ¡Acabo de hablar con él! El niño nació de madrugada y está en perfecto estado de salud.
-Ah, cuando regrese, transmítale mis felicitaciones –apenas logró balbucear Sarah y olvidando el desayuno, salió apresuradamente del lugar, sintiendo que le fallaban las piernas.
Como una autómata volvió a adentrarse en el callejón, que a plena luz del día, se le antojó el lugar más inofensivo de la Tierra. Nada que ver con el tenebroso escenario que recordaba. Estaba a punto de volver a admitir la hipótesis del sueño, cuando creyó ver algo en el suelo, junto a un farol. Se acercó. Era una de sus peinetas, que justo había echado de menos al arreglarse esa mañana.
Su cabeza era un lío, pero había llegado la hora de tomar el autobús. En el viaje tendría tiempo de pensar con calma y similar lo que todo aquello parecía indicar. Al pasar por la puerta del bar, echó un último vistazo adentro. Una de las representaciones del fantasma en la pared quedaba justo frente a la entrada, y al mirarla, a Sarah se le antojó que uno de sus ojos se cerraba en un pícaro guiño.   

¿Te ha gustado este relato? Lee otro relato erótico aquí

martes, 17 de diciembre de 2013

Cuento erótico SORPRESA EN LA CIMA

No podía creer lo que estaba sucediendo delante de sus ojos. ¿Sería una alucinación debido al cansancio? Cerró los ojos y respiró profundo. Volvió a abrirlos y sí, ahí estaban. Absolutamente abstraídas del mundo exterior, como si solo existieran ellas dos sobre la faz de la tierra. Y eso casi era verdad, porque salvo Sergio, que se encontraba allí por una completa casualidad, no era probable que hubiera ningún otro ser humano en muchos kilómetros a la redonda.
Acostumbraba a escalar la montaña al final de la tarde, pero justo hoy tuvo que cambiar su rutina debido a una inoportuna reunión de trabajo. No quería dejar de entrenar ni un solo día, pues se preparaba para una carrera de montaña en Europa, y como el único momento que le quedaba libre eran las primeras horas de la mañana, se levantó temprano y emprendió la subida.
Al llegar a la cima, oblicuamente bañada por el tenue sol de las 8 de la mañana, se encontró con una agradable sorpresa. Dos mujeres completamente desnudas, una rubia y otra morena, estaban echadas sobre una manta colocada sobre la hierba, con sus cuerpos entrelazados y sus bocas fundidas en un beso que parecía interminable. Alrededor se veían las ropas deportivas de ambas, tiradas de cualquier modo aquí y allá, evidenciando que lo que estaba viendo debía ser el resultado de un arrebato de pasión totalmente imprevisto, tal vez bajo el influjo de ese oxígeno tan puro que se respira a esas alturas.
Trató de imaginar lo que había sucedido. Las chicas no debían ser demasiado amigas, y lo más probable era que estuvieran subiendo juntas la montaña por primera vez. Con seguridad, ambas eran heterosexuales y nunca antes habían tenido sexo con mujeres. “Siendo así, podrían estar dispuestas a admitir a un tercero masculino”, pensó, mientras contemplaba cómo la morena movía su lengua por el estómago de la rubia, rumbo a su entrepierna. Pero no parecía tan apurada por llegar a su destino como Sergio hubiera deseado. Se concentró un buen rato en el ombligo y a él, mientras observaba los senos pequeños y firmes de la otra chica, con los rosados pezones totalmente erectos por la excitación, se le ocurrió que ya mientras subían, debían haber experimentado los primeros síntomas de una inesperada atracción.
La mente de Sergio se desbocó: la morena, que venía detrás y tenía todo el tiempo ante sus ojos el prominente trasero de la catira, bien ceñido por la tela de la licra, debió haber sentido un inexplicable impulso por agarrarlo y hundir sus dedos en él. Y en algún momento en que la que iba adelante se detuvo y esperó a su compañera, que estaba algo atrasada, pudo tener desde arriba la visión del nacimiento de sus abultados senos, que la escotada camiseta era incapaz de contener. Entonces le pasaría por la cabeza la fugaz imagen de su cara hundiéndose entre ellos y de su boca chupando el sudor un poco ácido que debía cubrirlos.   
Ciertamente, ambas debían haberse escandalizado ante esas fantasías completamente involuntarias, y hasta procurado pensar en otra cosa. Pero al llegar arriba y experimentar ese subidón de energía que produce el haber alcanzado la cima, de repente se habrían quedado una frente a la otra, mirándose como hipnotizadas, tal vez fingiendo al principio que nada estaba sucediendo, mientras los ojos verdes de la rubia se clavaban en los negros de la otra, y la excitación iba haciendo más y más presa de sus cuerpos.
Imaginó que en un momento ya no pudieron más y como fieras saltaron una sobre la otra, los labios rojos y llenos de la morena casi devorando la boca pequeña y rosada de la rubia, y las ropas fueron saltando por los aires, a medida que cada una procuraba dar rienda suelta a sus fantasías de la subida. Así, imaginó que la morena halaba hacia abajo la licra de la otra, para desnudar su trasero y echando rodilla en tierra, comenzaba a besar y morder las blancas y abultadas nalgas, a la vez que las oprimía con sus manos. Luego se invertirían los papeles y la rubia sería quien de un tirón sacaría la camiseta de su compañera, dejando al descubierto su pecho, que contemplaría por unos segundos con gula, antes de hundirse entre los generosos senos, coronados por pezones grandes y oscuros.
Un coro de gemidos lo hizo reaccionar y darse cuenta de que, por estar imaginando lo sucedido antes, se había estado perdiendo lo que sucedía justo en ese momento. Prestó atención justo a tiempo para ver a las dos chicas abrazarse con ternura, intercambiar una sonrisa de complicidad y ponerse de pie, en busca de sus ropas. Lamentándose de su estupidez, aún alcanzó a admirar sus hermosos cuerpos desnudos unos momentos más, antes de que se vistieran y se dispusieran a emprender el descenso.
En ese momento la rubia lo vio, e hizo un gesto a la otra en su dirección. Sergio se quedó paralizado, mientras la morena lo miraba de arriba abajo con descaro, deteniéndose especialmente en el bulto de su entrepierna, que la licra no lograba contener, y se encogía de hombros, como apenada.
-Será para la próxima -le gritaron entre risas, cuando ya habían comenzado a bajar.
“¿Cómo es posible ser tan idiota?”, se lamentó Sergio y recogiendo su mochila, emprendió también el descenso, con la esperanza de alcanzarlas y tal vez lograr conseguir la vaga promesa de un próximo encuentro en la montaña.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Vivian Stusser habla de sus novelas (entrevista)

Esta es una entrevista que me hicieron vía Internet y que apareció recientemente en una revista local acá en Venezuela, llamada Código de barra. Como no está online, la reproduje aquí  tal cual fue publicada y coloco la misma foto que ellos usaron. Es básicamente acerca de Piel de naranja, aunque también hay sus referencias a Bisexual. Espero que la disfruten.
 

¿Desde cuando escribes  este género de novela y por qué 
empezaste a hacerlo?
 
Desde hace unos ocho años, cuando comencé a escribir mi primera novela, Bisexual. No planifiqué escribir erotismo, simplemente sucedió. Se me ocurrió una anécdota para una novela y a medida que escribía, la historia iba necesitando del sexo para poder contarse, así que lo utilicé, una cosa llevó a la otra y resultó no solo erótica, sino sumamente atrevida en sus planteamientos. Luego la segunda, Piel de naranja, siguió el mismo camino, pero esta vez fue más premeditado. Ya había probado el género y me había sentido cómoda en él. Había decidido que sería erótica desde el principio.
 
¿Cuánto tiene de autobiográfica tu novela?
 
Si la pregunta es si estoy narrando hechos que me ocurrieron a mí, la respuesta es no. Sin embargo, sí admito que puedo haber utilizado de manera indirecta algunas experiencias personales, no necesariamente exactas a las narradas allí, pero que pueden tener en común con ellas determinadas reacciones y mecanismos emocionales para producirse. Traté de usar una situación que puede considerarse extrema, pero en la cual cualquier lector puede encontrar un espejo para entender determinados aspectos de su vida, sin necesidad de estar viviendo exactamente el mismo caso. También, obviamente, utilicé mis conocimientos de psicología y terapia, sin que eso signifique que el personaje que encarna al psicólogo sea basado en mí. Una novela, aunque sea de ficción, siempre toma insumos de muchas fuentes, y una de ellas es siempre la propia experiencia del autor, sin por ello tener que considerarse autobiográfica.
 
¿Con cuál capitulo te identificas más?
 
Me gusta mucho ese en que la protagonista hace un recuento de una serie de experiencias amorosas pasadas, viéndolas a través de un nuevo prisma y descubriendo el modo en que había malinterpretado las cosas para no entrar en contradicción con sus creencias. Es una escena clave en la novela, marca una de las fases del cambio de Sandra hasta tomar consciencia total de lo que sucede en su vida.
 
¿Se podría decir que tu novela es “rosa”?

Para nada. Todo lo contrario. Ni los personajes, ni las situaciones, ni siquiera la solución final responden a esos estereotipos ampliamente usados en la literatura, que es lo que a mi entender caracteriza a las novelas llamadas “rosa”. Ni siquiera la consideraría romántica, aunque haya sentimientos amorosos en ella, yo diría que antes que nada es una novela profundamente humana.
 
¿Se trata de una novela para hombres, para mujeres o para ambos sexos?
 
Para ambos, definitivamente. Pudiera pensarse que la perspectiva es femenina, pero yo he escuchado varias opiniones de lectores hombres que se han visto reflejados en el personaje masculino, y también de otros que se han puesto incluso en la piel de la protagonista mujer y entendido a través de ella situaciones de su vida. Creo que cualquier persona que viva o haya vivido en una relación complicada puede encontrar algo de interés en esta novela, aunque no haya experimentado una situación de esa magnitud.  
 
¿En esa novela cabe de todo?
 
Yo cuando escribo no me pongo límites. Tengo que contar una historia, y todo lo que sea necesario para desarrollar la trama será utilizado. Y creo que precisamente por el hecho de estar plenamente justificado nunca resultará excesivo, por muy fuerte que algunos lo puedan considerar.
 
¿Hay algo de violación en esa novela o algo de violencia sexual?
 
Creo que hay violencia, pero no violación. Creo que el sexo es siempre de algún modo consentido, e incluso, a veces, la misma violencia que lo antecede, pero eso forma parte de la idea que la novela quiere transmitir, y el modo en que somos responsables de las situaciones en que nos encontramos. Sí hay algo de violencia sexual en algunos pasajes, pero en general trato de alejarme de esa lectura de la violencia, si se quiere estereotipada, en la que hay una víctima y un victimario plenamente identificados. Como ya dije antes, no hay estereotipos en esta novela.  
 
¿La violencia sexual es buena o es mala? ¿Cómo lo ves tú?
 
Siempre depende del contexto. Si hay consentimiento y ambos participantes han decidido entrar en el juego libremente, podrían disfrutarla. Si hay alguien sufriendo por ese motivo, no puede considerarse nunca algo positivo.
 
¿Todo puede ser consentido o hay cosas que es mejor no consentirlas?
 
Toda persona debe tener claro qué es lo que quiere en su vida y aceptar solo aquello que le dé satisfacción. A veces se consienten las cosas por los motivos equivocados, y hasta podemos creer que las disfrutamos, pero cuando nos sinceramos con nosotros mismos y comprendemos qué era lo que nos hacía permanecer ahí, tenemos la posibilidad de decir “no” sin miedo y sin sentirnos culpables.
 
¿El sexo debe ser abierto o cerrado?
 
Eso depende del gusto y el deseo de quienes lo practiquen. No hay recetas, lo que le funciona a una pareja puede no funcionarle a otra y eso no significa que esté bien o mal a priori.
 
¿Hay muchos huecos en esa novela?
 
.... no entiendo muy bien la pregunta. Aquí creo que estás hablando de Bisexual. En fin, los huecos son lo que la madre naturaleza nos dio, todos tenemos los mismos y la diferencia es el modo en que los utilizamos. Otra vez depende del gusto de cada cual y eso incluye a mis personajes. 
 
¿Se vende bien la novela erótica?
 
Sí, aunque no tanto como me gustaría. Creo que todavía hay prejuicios que vencer, aunque las mentes se van abriendo poco a poco. También hay mucho erotismo de mala calidad pululando por ahí y eso le hace daño al género. Pero sí, Bisexual en su edición impresa, tuvo buenas ventas en Venezuela, ahora en Amazon se sigue vendiendo a nivel internacional, y Piel de naranja, que solo se ha vendido en formato digital, ya va moviéndose poco a poco. La autopublicación requiere de mucha publicidad en las redes sociales; al no estar apoyada por ninguna editorial, debe hacerla el mismo autor y esto lleva mucho tiempo y esfuerzo. Pero se está abriendo un camino muy interesante por esa vía. 
 
 
Encuentra más información sobre mis novelas aquí: 
 
 

jueves, 19 de septiembre de 2013

Relato erótico: CON LA ROPA PUESTA



Se veía que era muy joven, pero tenía una forma de moverse que no dejaba lugar a dudas de sus intenciones. Aquella chica quería guerra, y si de él dependía, la iba a tener.
Un rato antes la vio entrar a la discoteca completamente sola, y parándose delante de la pista, echar un vistazo alrededor. “Debe estar buscando a alguien”, pensó Luis, decepcionado, pues de nada más verla (con su ceñido conjunto de short y camiseta corta de licra que tan bien se amoldaba a sus curvas generosas, dejando ver por todas partes retazos de aquella piel morena que se adivinaba tersa y sedosa), su cabeza ya se había llenado de tentadoras imágenes.
Entonces la mirada de aquellos ojos negros de largas pestañas se detuvo justo en él. La chica contempló por unos segundos su rostro y luego, con todo desparpajo, lo recorrió de arriba a abajo de un modo que lo hizo sonrojar. Luis todavía no entendía que había sido el elegido cuando ella hizo un gesto como asintiéndose a sí misma y se encaminó hacia él con determinación, lo tomó de la mano y sin mediar palabras, lo arrastró a la pista.
Aún sin poder creerse su buena suerte, la siguió y cuando al llegar al centro ella de inmediato comenzó a mover sus caderas al ritmo del reggaeton, él se le arrimó por detrás y colocando la mano sobre su cintura, comenzó a seguir sus movimientos. Nunca antes había bailado ese ritmo -de hecho entró a la discoteca acompañando a un amigo que quería chequear si una chica que le gustaba estaba allí- pero no le fue difícil captar la esencia del baile, que era muy sencillo: ella movía la cintura a la vez que frotaba su trasero contra su pelvis y él solo tenía que colocar las manos sobre sus caderas y corresponder a sus movimientos.
Pero había un problema con el que no había contado. Una vez que las nalgas de la muchacha comenzaron a rozarlo, su miembro comenzó a endurecerse sin que pudiera hacer nada para evitarlo. Se cortó un poco, pensando que ella se molestaría, pero notar su erección la hizo arreciar sus movimientos, apretándose todavía más contra aquella dureza.

No podía creer  lo que estaba sucediendo. Veía a su alrededor a otras parejas bailando, y aunque los movimientos eran similares, ninguna chica parecía tan atrevida como la suya, que ahora se estaba doblando por la cintura y proyectaba su trasero como si lo estuviera invitando a un coito al estilo perrito. No se hizo de rogar y correspondió con los movimientos requeridos, mientras escuchaba la letra de la canción.  

               Hagamos el amor con la ropa
               siente la pasión del reggae
               cuando tu apretada me roza 

               y yo a ti te rozo a la vez.  

Y así era, en efecto. Los movimientos y las actitudes eran los mismos que si estuvieran teniendo sexo, solo la ropa impedía que pudiera consumarse el acto. Y era eso precisamente lo que lo hacía más excitante. Luis entonces dejó su mente volar y comenzó a imaginar cómo sería si estuvieran desnudos. Mentalmente se bajó su pantalón, mientras ella hacía lo propio con su licra,  dejando al descubierto unas nalgas redondas y macizas entre las que se hundía la tira de un minúsculo hilo dental rojo. Desenfrenada, se despojó también de la ropa interior, e inclinándose más aún, puso las manos sobre el suelo, alzó las piernas y las colocó a ambos lados de las caderas de Luis, que al ver su sexo abierto ante él no pudo hacer otra cosa que penetrarla, mientras con las manos la sostenía por los muslos. La chica, al sentirlo en su interior, arreció los movimientos vibratorios a la vez que empujaba su pelvis más y más contra él, que se hundía más y más dentro de ella. 

Siento una energía
que yo ya no puedo operar
es algo que me controla
y quiero más, más
de tu seducción
amor, amor…
No te detengas… 

Ya para Luis no había nadie más alrededor, solo sus dos cuerpos desnudos ensartados y moviéndose al ritmo de la música. Ni siquiera se fijó en su amigo que, al no encontrar a su chica vino a buscarlo para irse y al verlo tan concentrado, optó por marcharse solo.
Al terminar esa pieza reaccionó y volvió a la realidad, pero con la siguiente canción todo volvió a comenzar. La chica no se despegó de él en toda la noche. En varias ocasiones -cuando su fantasía, acompañada del descarado contacto físico, elevaba su excitación al máximo- Luis estuvo a punto de dejarse ir, pero siempre logró controlarse, pensando en otra cosa. En una ocasión, ella de un empujón lo obligó a acostarse boca arriba sobre la pista y colocándose de rodillas a ambos lados de sus caderas, se sentó sobre su pelvis y comenzó a moverse en círculos. Era demasiado provocadora y lo miraba con tal lascivia, que para él era obvio que lo deseaba y mucho. Estaba seguro de que esa noche acabarían en la cama y la música que escuchaba no hacía sino confirmárselo. 

                    Tu cuerpo me llama
                    yo sé que te mueres de las ganas
                    de tenerme en tu cama. 

Revisó mentalmente sus bolsillos, no tenía suficiente efectivo. Si iba usar tarjeta tendría que ser un hotel más caro. Pero bueno, la ocasión merecía la pena. Volvió a recrearse mirándola e imaginando desnudos los senos que ahora se apretujaban dentro de la tensa tela de su blusa, y a veces llegaban a rozar su cara. Los imaginaba firmes y llenos, de grandes y oscuros pezones, que él haría endurecer al deslizar su lengua por ellos.               
                   
                   Me desespero… 
                   Quisiera, sentir tu cuerpo, eh, eh 
                   Es el momento de venir a mí, 
                   no pierdas más tiempo...
  
Ya pasaba de la medianoche. Al terminar una canción, la muchacha por fin se detuvo, miró su teléfono y volviéndose a él, por primera vez le dirigió la palabra.
 
-Tengo que irme. ¿Volverás mañana? –le dijo, casi dando por sentado que la respuesta sería positiva.
Luis se quedó de una pieza.
-Pero… Yo pensé que querías que… siguiéramos la fiesta en otra parte.
Ella lo miró como si de un insecto se tratara.
-¿Estás loco? Allá afuera me está esperando mi novio, que viene de trabajar.
Luis no lo podía creer.
-¿Entonces todo lo que pasó entre nosotros no significó nada?
Ella primero pareció sorprendida, luego sonrió, burlona.
-¿Tú como que es primera vez que bailas perreo?
Luis, que ya comenzaba a comprender la magnitud de su error, asintió a la vez que se sonrojaba. La muchacha lo miró, compasiva.
-Tranquilo, es normal que te confundas al principio, ya te acostumbrarás.
Él sonrió con timidez.
-Oye, pero déjame preguntarte algo. ¿Tú novio sabe lo que haces aquí adentro?
-Claro, él sabe que estoy buscando pareja para un concurso de reggaeton que hay el mes que viene. Voy todos los años con él, pero esta vez está demasiado complicado con su trabajo.
-¿Y por qué yo?
-Tienes la estampa perfecta y resultó que lo haces bastante bien, solo te falta práctica para ajustar algunos detalles como… controlar algunas respuestas físicas. Vuelve mañana y seguimos practicando, ¿sí?
Luis asintió casi sin darse cuenta, entonces ella sonrió y dándole la espalda, se alejó en dirección a la entrada. La siguió con disimulo y la vio saludar a un tipo, con un físico bastante parecido al suyo, que la abrazó y la condujo afuera.
Salió tras ellos y los vio montar un carro moderno y besarse allí dentro largamente. “Así que ese es el afortunado que va a apagar todo ese fuego”, pensó. Mientras el hombre ponía en marcha el motor, ella se volvió y sonriéndole, cerró uno de sus hermosos ojos en un guiño significativo.