sábado, 4 de mayo de 2013

¡No moriré virgen! (Frag. LA ISLA DE LOS PREGONES)

El siguiente es un fragmento de la novela La isla de los pregones, de mi colega y paisana Marlene Moleón. No es un novela erótica, pero este pasaje sí lo es y está muy bien logrado, además. 
Espero que lo disfruten, y de paso conozcan esta excelente novela que tan bien desnuda los más de 50 años del régimen socialista en Cuba.


La amenaza constante de una guerra con los americanos, como afilada espada de Damocles pendiente sobre su cabeza, le hacía vivir en ascuas. Mañana podía estar pulverizada por una bomba atómica, o por las ráfagas de una ametralladora yanqui. Vivía de prestado, y encima seguía cargando con su virginidad como un pesado fardo. No quería morir virgen, pero ¿cómo resolver ese problema si no tenía novio? Pasó revista a todos los posibles candidatos y su recuento se detuvo al pensar en Reinaldo, el hermano de Mariflor. 


Hacía algo más de un mes que Reinaldo despertaba en ella increíbles fantasías que no eran precisamente de novelitas rosas; eran rojas, rojísimas, tan rojas que ni siquiera se había atrevido a escribirlas en los cuadernos que continuaba borroneando a toda hora.
 

A Perla le gustaba tomar el sol desnuda en la azotea de su casa. Solía subir con una limonada, un frasco de aceite de coco con yodo, un libro y una toalla. Pasaba horas echada al sol, leyendo y mirando el mar. Así fue como descubrió algo más cautivador que el mar: a Reinaldo. Le gustaba contemplarlo mientras levantaba pesas en el patio de su casa, arreglaba el jardín o cuando permanecía echado en una tumbona mirando al cielo. 

Reinaldo sin saberlo la inició en su afición al fisgoneo o, dicho de otra manera, a la vaciladera. Perla adivinaba algo especial en ese muchacho silencioso que la intrigaba y atraía a la vez. Músculos y ternura eran una combinación que la descocaba. Por desgracia —como descubrió mucho después— no era una cualidad muy común en los heterosexuales. ¡Sí, sería Reinaldo!

Cuando
Enrique, su padre, terminó de ver el noticiero de las ocho, tomó la decisión. ¡No esperaría más! Devolver el libro que Mariflor le había prestado era una buena excusa y sin pensarlo dos veces, se encaminó a la casa de su vecino. ¿Cómo abordarlo?, se preguntó mientras cruzaba la calle. No tenía un plan pero ya se le ocurriría algo. Como decía Toña: «La vida es un teatro repleto de improvisaciones. No hay guión previo».

Tocó el timbre con cierto nerviosismo. Segundos después Reinaldo abrió la puerta, sonrió como un ángel y le aclaró que Mariflor no estaba en casa.
 

—Mejor —contestó Perla y ante el gesto de extrañeza que él mostró, agregó de inmediato—. Venía a devolver este libro... en realidad quería... —el titubeo la hizo sentirse furiosa, no pensaba que fuera tan difícil, por lo que decidió ganar tiempo hasta que lograra controlar su nerviosismo—, hay algo importante que quiero decirte.
 

Perla franqueó el umbral sin que la hubiesen invitado a pasar y pidió un vaso de agua. Fueron a la cocina donde Reinaldo, amable y sonriente, satisfizo su petición. Después de beber un sorbo, como si el agua le diera fuerzas, le dijo a rajatabla:

—Quiero hacer el amor contigo.
 

En realidad no sabía cuál era la mejor manera de expresar su deseo. «Hacer el amor» era el equivalente en español a make love. Para ella, sonaba mucho mejor. Templar o «vamos a hacerlo» le parecía vulgar. No tenía idea de cómo lo decían los gallegos —para disgusto de catalanes, vascos, asturianos y canarios, los cubanos se referían a todos los españoles como gallegos—. Perla decidió obviar la noticia de la posible llegada de los americanos, porque según sus conocimientos adquiridos en libros, tenía entendido que si los hombres se ponen nerviosos no pueden concentrarse en acciones amatorias.
 

Los ojos y boca de Reinaldo se abrieron con genuina sorpresa, como pez fuera del agua que le faltara la respiración. Nunca le habían hecho semejante propuesta. Muchas muchachas se le insinuaban pero ninguna de esa manera tan abierta. ¡Qué descarada! Elisa, su comedida novia constituía un escudo de protección ante semejantes provocaciones. 

«¿Será este mi destino?», pensó. No sabía cómo actuar. Estaba pasmado del atrevimiento de Perla y no atinaba a hacer o decir algo inteligente que le permitiese escapar graciosamente de aquella situación. Sonrió casi en una mueca. Perla se percató de su desconcierto, sin embargo no cejó en su empeño.
 

—Tengo novia —fue lo primero que vino a la cabeza de Reinaldo.
 

—No me importa... Me gustas mucho. —Eso sonaba mejor, caviló. Amar no tenía que ver con el sexo.
 

—Pero, ¿ahora?... ¿ahora mismo?... ¿no puede ser en otro momento? —todavía no creía que Perla estuviera hablando en serio. Había oído decir a su hermana Mariflor que Perla era una jaranera irresponsable y medio loca, tal vez se tratase de una broma, tal vez sabía que había estado en los campamentos de la UMAP, tal vez...
 

Reinaldo no estaba preparado para tamaña proposición y trataba de ganar tiempo. No sabía cómo salir del atolladero sin herir a Perla y ella era lo suficientemente terca como para no amedrentarse ante escollos cuando tomaba una resolución. Además ¿quién ha visto que un hombre rechace ese tipo de oferta?
 

—No, después no —insistió ella nuevamente—.Tiene que ser ahora, porque nadie sabe si mañana estaremos vivos.
 

Reinaldo creyó que era una manera filosófica de hablar. No estaba enterado de las últimas noticias. Decidió que era un reto que le imponía el destino y resolvió aceptarlo. Sin mucha destreza la cubrió con los brazos y comenzó a besarla, primero con timidez y luego, con un vigor insólito, que lo asombró a él mismo.

 A Perla le gustó esa lengua en su boca que quería ser brutal y gentil a la vez. Era un buen besador. Lo abrazó por los hombros y le acarició la espalda, se apretó contra él de manera que sus pechos quedaron aplastados en su torso. Él era tímido y no se atrevía a caricias más audaces, por lo que Perla tomó la iniciativa y le empezó a sobar la entrepierna. Sintió crecer un bulto bajo el pantalón. 


Reinaldo la tiró contra la mesa de la cocina y se montó encima de ella. Después de varios intentos logró penetrarla, aunque no del todo. Perla le tocó las nalgas para empujarlo contra sí. Esto excitó a Reinaldo que inició una cabalgata rítmica y jadeante. Perla gemía, más de dolor que de placer. 

Siguió aguijoneando las nalgas de Reinaldo hasta que casi le rozó el ano con un dedo y él dejó escapar una exclamación, mezcla de sorpresa y complacencia. Ante esa reacción Perla continuó la frotación, primero apocadamente y luego con fuerza creciente. Reinaldo se creció dentro de ella, haciendo más rápidos e intensos sus movimientos acompasados, con lo cual comenzó a darle verdadero placer a Perla.
 

«¡Que vengan los yanquis! ¡Ahora me puedo morir! ¡Ahora me puedo morir!», martillaba en su cabeza la frase como una letanía de respuesta a cada irrefrenable embestida. «¡Así, así me gusta!», gritó a Reinaldo para que siguiera con esa danza frenética que le descubría un nuevo mundo de sensaciones. Él se vació en ella con estertores de satisfacción. 

Perla no logró el orgasmo y seguía muy excitada, por lo que le pidió que la frotara con el dedo. «¡Así, así,... más rápido!», repitió hasta que lanzó un chillido largo y penetrante de pájaro en vuelo. Reinaldo sintió en sus dedos unos espasmos como si hubiera otro ser latiendo en la vulva de Perla. Su mano se humedeció con un líquido viscoso e incoloro. 

Tras un sosiego de satisfacción, los dos sonrieron. Perla porque no moriría virgen y Reinaldo porque a lo mejor se podía curar. 


¿Te gustaría leer esta novela? Entra aquí

4 comentarios:

  1. Gracias Vivian. Escrbir escenas eróticas es muy difícil. Te quedan cursis o pasadas. Es muy difícil lograr un balance, en este caso, use un elemento medio humorístico: «¡Que vengan los yanquis! ¡Ahora me puedo morir! ¡Ahora me puedo morir!»

    ResponderEliminar
  2. Te quedó excelente, de verdad. Es un honor para mí tenerte en mi blog.

    ResponderEliminar
  3. Verdaderamente un autentico relato erótico magnifico, felicidades a Marlene y a ti las gracias por compartirlo Vivian.

    ResponderEliminar
  4. Muy logrado, Marlene, felicidades. Te comento que Perla no es la única que se inició en el sexo por miedo a morir virgen y en manos de los yanquis. Conozco a una también en la vida real; seguro que hay miles.

    Gracias por este post, Vivian. Tengo la novela de Marlene y ahora ha subido en mi lista de prioridades por leer.

    ResponderEliminar