martes, 17 de diciembre de 2013

Cuento erótico SORPRESA EN LA CIMA

No podía creer lo que estaba sucediendo delante de sus ojos. ¿Sería una alucinación debido al cansancio? Cerró los ojos y respiró profundo. Volvió a abrirlos y sí, ahí estaban. Absolutamente abstraídas del mundo exterior, como si solo existieran ellas dos sobre la faz de la tierra. Y eso casi era verdad, porque salvo Sergio, que se encontraba allí por una completa casualidad, no era probable que hubiera ningún otro ser humano en muchos kilómetros a la redonda.
Acostumbraba a escalar la montaña al final de la tarde, pero justo hoy tuvo que cambiar su rutina debido a una inoportuna reunión de trabajo. No quería dejar de entrenar ni un solo día, pues se preparaba para una carrera de montaña en Europa, y como el único momento que le quedaba libre eran las primeras horas de la mañana, se levantó temprano y emprendió la subida.
Al llegar a la cima, oblicuamente bañada por el tenue sol de las 8 de la mañana, se encontró con una agradable sorpresa. Dos mujeres completamente desnudas, una rubia y otra morena, estaban echadas sobre una manta colocada sobre la hierba, con sus cuerpos entrelazados y sus bocas fundidas en un beso que parecía interminable. Alrededor se veían las ropas deportivas de ambas, tiradas de cualquier modo aquí y allá, evidenciando que lo que estaba viendo debía ser el resultado de un arrebato de pasión totalmente imprevisto, tal vez bajo el influjo de ese oxígeno tan puro que se respira a esas alturas.
Trató de imaginar lo que había sucedido. Las chicas no debían ser demasiado amigas, y lo más probable era que estuvieran subiendo juntas la montaña por primera vez. Con seguridad, ambas eran heterosexuales y nunca antes habían tenido sexo con mujeres. “Siendo así, podrían estar dispuestas a admitir a un tercero masculino”, pensó, mientras contemplaba cómo la morena movía su lengua por el estómago de la rubia, rumbo a su entrepierna. Pero no parecía tan apurada por llegar a su destino como Sergio hubiera deseado. Se concentró un buen rato en el ombligo y a él, mientras observaba los senos pequeños y firmes de la otra chica, con los rosados pezones totalmente erectos por la excitación, se le ocurrió que ya mientras subían, debían haber experimentado los primeros síntomas de una inesperada atracción.
La mente de Sergio se desbocó: la morena, que venía detrás y tenía todo el tiempo ante sus ojos el prominente trasero de la catira, bien ceñido por la tela de la licra, debió haber sentido un inexplicable impulso por agarrarlo y hundir sus dedos en él. Y en algún momento en que la que iba adelante se detuvo y esperó a su compañera, que estaba algo atrasada, pudo tener desde arriba la visión del nacimiento de sus abultados senos, que la escotada camiseta era incapaz de contener. Entonces le pasaría por la cabeza la fugaz imagen de su cara hundiéndose entre ellos y de su boca chupando el sudor un poco ácido que debía cubrirlos.   
Ciertamente, ambas debían haberse escandalizado ante esas fantasías completamente involuntarias, y hasta procurado pensar en otra cosa. Pero al llegar arriba y experimentar ese subidón de energía que produce el haber alcanzado la cima, de repente se habrían quedado una frente a la otra, mirándose como hipnotizadas, tal vez fingiendo al principio que nada estaba sucediendo, mientras los ojos verdes de la rubia se clavaban en los negros de la otra, y la excitación iba haciendo más y más presa de sus cuerpos.
Imaginó que en un momento ya no pudieron más y como fieras saltaron una sobre la otra, los labios rojos y llenos de la morena casi devorando la boca pequeña y rosada de la rubia, y las ropas fueron saltando por los aires, a medida que cada una procuraba dar rienda suelta a sus fantasías de la subida. Así, imaginó que la morena halaba hacia abajo la licra de la otra, para desnudar su trasero y echando rodilla en tierra, comenzaba a besar y morder las blancas y abultadas nalgas, a la vez que las oprimía con sus manos. Luego se invertirían los papeles y la rubia sería quien de un tirón sacaría la camiseta de su compañera, dejando al descubierto su pecho, que contemplaría por unos segundos con gula, antes de hundirse entre los generosos senos, coronados por pezones grandes y oscuros.
Un coro de gemidos lo hizo reaccionar y darse cuenta de que, por estar imaginando lo sucedido antes, se había estado perdiendo lo que sucedía justo en ese momento. Prestó atención justo a tiempo para ver a las dos chicas abrazarse con ternura, intercambiar una sonrisa de complicidad y ponerse de pie, en busca de sus ropas. Lamentándose de su estupidez, aún alcanzó a admirar sus hermosos cuerpos desnudos unos momentos más, antes de que se vistieran y se dispusieran a emprender el descenso.
En ese momento la rubia lo vio, e hizo un gesto a la otra en su dirección. Sergio se quedó paralizado, mientras la morena lo miraba de arriba abajo con descaro, deteniéndose especialmente en el bulto de su entrepierna, que la licra no lograba contener, y se encogía de hombros, como apenada.
-Será para la próxima -le gritaron entre risas, cuando ya habían comenzado a bajar.
“¿Cómo es posible ser tan idiota?”, se lamentó Sergio y recogiendo su mochila, emprendió también el descenso, con la esperanza de alcanzarlas y tal vez lograr conseguir la vaga promesa de un próximo encuentro en la montaña.

2 comentarios:

  1. Es que no se puede ser tan necio y mirón. Ja,ja,ja,ja,ja Muy bueno, Vivian. Saludos.

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  2. Gracias a ti, Frank, ¿te he dicho que eres mi lector más fiel? Un abrazo...

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