jueves, 25 de abril de 2013

Un cuerpo, dos visiones (Frag. PIEL DE NARANJA)

El siguiente es un fragmento de mi novela erótica Piel de Naranja. Lo seleccioné como adelanto, porque en él se condensan varios de los problemas y temáticas que aborda la novela. ¡Espero que les guste!


La versión de él 
Sucedió unas dos semanas atrás. Algunos domingos, él y Sonia suelen bajar a La Guaira, a tomar un poco de sol y refrescar la vista mirando al mar. A menudo se encuentran allí con Carolina y otros amigos comunes, con los que terminan la tarde tomando un hervido o comiendo pescado frito en un restaurante de la playa. 

Ese día Rubén llamó a su amiga mientras bajaban. Ella le dijo que estaba en Caribe y añadió, en tono misterioso, que se preparara para la sorpresa que encontraría al llegar. Él nunca imaginó qué podría ser, pero intuitivamente se adelantó solo hacia la arena, mientras Sonia terminaba de estacionar. 

Carola estaba echada sobre una toalla, tomando el sol y a su lado había otra, igualmente extendida y vacía, aunque con huellas recientes de un cuerpo sobre ella. Rubén, aún sin sospechar nada, sacó de la cava que traía una cerveza helada y la acercó al brazo de la mujer, que dio un salto al sentir el frío contacto. Los dos rieron y ella, incorporándose a medias, echó un interrogativo vistazo alrededor.

−A ver… deja ver dónde está tu sorpresa. Ah, mírala, allí viene −dijo, señalando al mar. 

Rubén dirigió la vista en el sentido que el dedo de su amiga indicaba y lo que vio lo dejó por unos instantes en estado de shock.

Allí estaba Sandra, saliendo lentamente del mar con un minúsculo bikini blanco, cuya tela mojada se transparentaba de tal modo que ella parecía estar prácticamente desnuda. Sus senos exuberantes desbordaban los mínimos triángulos del sostén y los pezones, erectos por el frío, se destacaban bajo la fina y traslúcida tela. Sin poder evitarlo, dejó resbalar la mirada por su estómago, hasta toparse con el otro triángulo, que casi se perdía entre la anchura de las caderas, apenas cubriendo el redondo monte de Venus y dejando entrever la negrura del vello que lo cubría. Y más abajo, aquel par de muslos divinos, cuya carne erizada y temblorosa parecía invitar a ser apretada, besada, mordida...

“Dios mío, esto es mucho mejor de lo que imaginé”, pensó, aún sin poder despegar los ojos de aquel cuerpo, que ya estaba fuera del agua y cada vez se acercaba más. “Hay un par de kilos de más, es cierto, pero no le sientan nada mal, más bien la favorecen”. De pronto recordó algo y miró receloso alrededor.

−Oye Carola, no me vayas a decir que el marido anda también por aquí?

−No, hombre, claro que no, ¿tú crees que yo resistiría dos minutos nada más su presencia? Ya sabes que soy alérgica a ese tipo de personaje. A Sandra la secuestré aprovechando que él está de viaje y casi tengo que traerla a rastras, porque le tiene demasiado miedo −mientras hablaba, Carola no perdía de vista la mirada de su amigo, que otra vez seguía los movimientos de la muchacha por la arena−. Oye, si te la sigues comiendo así con los ojos, tu mujer te va a descubrir. Disimula, que ya viene por ahí.

Rubén cambió el rumbo de su mirada, y aparentó estar contemplando el mar. También Sandra estaba llegando al grupo y antes de siquiera saludar, tomó una enorme toalla de su bolso y se envolvió en ella.



 La versión de ella

Recuerda muy bien el día de la playa. Ella, que siempre usa traje de baño entero −en parte por los celos de Mario y también porque, a su juicio, disimula mucho mejor sus imperfecciones−, aquel día llevaba el bikini más atrevido del mundo, por pura casualidad.

Mario había salido de la ciudad por trabajo y estaría ausente una semana. El sábado, ella se atrevió a asistir a una reunión con gente de su trabajo, en casa de Carolina. Terminaron tarde y como nadie iba en su rumbo, se quedó a dormir allí. Al día siguiente despertaron con deseos de ir a la playa y como llegar hasta su casa las retrasaría demasiado, su amiga, que es mucho más delgada, ofreció prestarle un bikini. El que mejor le quedó, todavía se le antojaba muy atrevido y sólo tras mucha insistencia de la otra, accedió a usarlo. Para completar, era blanco y al salir por primera vez del agua, se percató horrorizada de que la tela sin forro del sostén se transparentaba por completo y sus pezones quedaban prácticamente a la vista de todos.

Al caminar, sentía sobre sí las miradas de los hombres −que interpretaba debidas al escándalo de su desnudez, más que a lo que mostraba−, con la firme resolución de no entrar más al mar por ese día. De pronto, entre tantos rostros, distinguió uno conocido. Era Rubén, cuya mirada, si bien menos obvia que las restantes que la cercaban −iba acompañado de su esposa−, también parecía querer traspasar la delgada tela y acariciar sus erectos pezones.

Era la primera vez que veía a Sonia, cuya delgada y grácil figura constituía nada menos que su ideal de un cuerpo femenino. Bien formado, armonioso en sus formas discretas y sobre todo, de carnes firmes y poco exuberantes. Ante ella se sintió más gorda e imperfecta que nunca y fingiendo sentir frío, corrió a buscar una enorme toalla. Ya completamente envuelta en ella, se acercó a saludar a la pareja. 


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miércoles, 17 de abril de 2013

Una historia de amor en BISEXUAL (Fragmento)

Hace unos años, cuando Bisexual se publicó en Venezuela, una vez fui invitada una lectura pública en una plaza. Quienes sepan algo de esta novela comprenderán que estaba en un aprieto, pues sería un domingo a las 3 de la tarde y habría niños presentes. 

Esta fue la escena que seleccioné y creo que no estuve muy desacertada. Aquí podrán notar que Bisexual, al margen del erotismo, nos cuenta una atractiva historia de amor, con todos los ingredientes para enganchar al lector. La escena no es demasiado representativa de la novela, pero aún así espero que los atrape.



Julia ya ha optado por no asombrarse con Elena. Cada vez que la visita, las cosas están un poco más complicadas. Es lógico, porque nunca sigue sus consejos. La escucha, parece comprenderla, pero luego hace exactamente lo que se le da la gana. Sin embargo, el hecho de que siga buscándola cuando se siente desesperada es una garantía de que aún confía de algún modo en ella. Así que, aunque sólo sea para comunicarle sus nuevas locuras, le gusta que venga a verla.

Esta vez trae un montón de noticias y no todas son tan malas. Escucha casi sin respirar la historia de su encuentro con Sergio. Se muere de ansiedad por saber el final, pero Elena se regodea en los detalles. Al terminar, Julia queda con una extraña sensación. No sabe bien si es de alivio o decepción. Estando Sergio de por medio, nunca está segura nada.


Aún a estas alturas, cuando jura haber superado definitivamente la pasión que durante tantos años sintiera por él, los sentimientos, a veces tan contradictorios, que experimenta al respecto logran confundirla. Y nunca puede evitar que el corazón se le encoja, con una amarga y punzante nostalgia, cada vez que recuerda el día en que las dos lo conocieron, ocho años atrás.


Un matrimonio amigo, bastante adinerado, daba una fiesta en su casa y como siempre, la invitaron. La mujer estaba convencida de que Julia necesitaba casarse y se había dado a la tarea de conseguirle un buen partido. No era la primera vez que le presentaba hombres, y como hasta entonces no había tenido éxito, en esta ocasión ella ni siquiera se ilusionó. Fue a la fiesta por no desairar a su amiga, y se llevó a Elena consigo. Ya era hora de que aquella muchachita ermitaña se relacionara con jóvenes de su edad. En la reunión habría algunos, así que con mucho trabajo logró que se pusiera un vestido aceptablemente femenino y la acompañara.


No más llegó y vio al candidato que le habían destinado, supo que esta vez su amiga había acertado. Julia no era ninguna ingenua. A los veintiocho años, ya tenía en su haber unos cuantos fracasos. Desde tiempo atrás, había dejado de soñar con un príncipe azul. Al encontrarse frente a aquel hombre tan apuesto y elegante, que a pesar de sus escasos treinta y cinco años, ya era considerado todo un magnate en el ramo editorial –por lo que era sumamente rico, además de divorciado y sin compromiso conocido–; fue como si el tiempo de pronto retrocediera, tuviera otra vez quince años y todos sus sueños intactos.


De inmediato, lamentó no haberse tomado en serio el asunto, y haber acudido a la velada tan mal vestida y desarreglada. Por supuesto que exageraba. Si bien no se había esmerado demasiado con su atuendo, Julia estaba deslumbrante esa noche. Siempre lo estaba. Su belleza era del tipo que no necesita ser realzada y por mucho que se esforzara, nunca conseguía verse mal. Aún con ropas ordinarias y sin maquillaje alguno, lograba impresionar a quien pusiera los ojos en ella. 


Por desgracia, esa noche los únicos ojos masculinos que no estaban pendientes de su persona eran precisamente aquéllos que le interesaba atraer. El hombre apenas se detuvo en su rostro. La impresión de ella al verlo fue tan fuerte, que se quedó sin habla y apenas atinó a extenderle la mano. Su mirada naufragó de tal modo en la profundidad de aquellos ojos grises, que tardó un tiempo en percatarse de que hacía rato que no la veían. Luego de cumplida la formalidad del saludo, la atención de él se trasladó inmediatamente a algo que quedaba justo a su izquierda. 

Al darse cuenta al fin, Julia siguió la dirección de su mirada y quedó nuevamente muda, aunque esta vez de estupefacción. Lo que hacía a aquellos ojos divinos despedir destellos de luz, era nada menos que su adolescente, y a juicio de ella –mas no de él, sin duda– bastante insignificante hermanita menor.

En toda la noche, Sergio sólo tuvo ojos para Elena, mientras los de Julia, aún incrédulos, no podían apartarse de aquel absurdo panorama. La chica –tenía apenas diecisiete años–, en principio estaba azorada y sin saber qué hacer ante aquel despliegue de galantería y amabilidad al que no estaba habituada. Pronto el carisma y el seductor encanto que aquel hombre irradiaba por cada poro de su persona hicieron su efecto, y quedó atrapada por el mismo hechizo que desde mucho rato antes tenía a su hermana totalmente subyugada. 



Julia no se sentía tan optimista. Esa «niñita» era su hermana, a la que adoraba como una madre a una hija. Estaba segura de que si el arrobamiento que aquellos ojitos reflejaban era nada más la mitad de fuerte del que ella misma estaba sintiendo por aquel hombre, sería totalmente incapaz de interponerse entre ellos. Aun cuando el tipo más tarde la desechara, si Elena lo amaba, ya no podría verlo con los mismos ojos. 


Al paso del tiempo, y en vista de que el noviazgo de su hermana progresaba, Julia comprendió que tendría que resignarse. Y el día que, meses después, Sergio fue a solicitarle expresamente y con toda formalidad, la mano de Elena en matrimonio, tuvo que hacer un extraordinario esfuerzo para no desmayarse. Esa noche lloró durante horas y allí mismo murió cualquier esperanza que aún pudiera abrigar. 



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sábado, 6 de abril de 2013

Relato: Confesiones en la red

 ¿Qué es lo más íntimo que le has confesado a un desconocido en Internet?


La pasión por el erotismo puede convertirse en una obsesión. Desde que unos años atrás yo había tomado ese camino de expresión literaria, no era la primera vez que el afán por encontrar una buena historia me hacía sobrepasar los límites, no solo de lo ético, sino incluso de lo humanamente decente. 
 
–Mujeres… –escribió.

–Y puede que otras se lleven de maravilla. En ese mundo puedes encontrar de todo, como en todas partes.

Comprendí por dónde venía. Era otra de sus pobres tácticas de seducción. Me le fui por la tangente. – ¿Tú qué opinas? ¿Crees que un tipo como yo debería seguir del lado masculino?

–Ya empezaba a aburrirme incluso de mí misma.
–Bueno, la verdad es que un chico lo hace muy bien. –Eso pensé. Pero dime algo más, ¿cómo pasó? ¿En qué circunstancias? 

Lentamente moví el puntero del ratón a un punto en el lado inferior derecho de mi pantalla, justo donde decía “desconectar”. Sin despedirme, mi dedo índice lo oprimió hasta que sonó "click".  


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